Lima, Perú.
Esta es la Situación Judicial de los Expresidentes Alejandro Toledo y Pedro Castillo

LIMA, Perú-(Especial para The City Newspaper) Este país suramericano es donde los mandatarios siempre tienen que rendir cuentas ante la justicia, por el más leve motivo, y más todavía si se trata de un sonado caso de corrupción o mal manejo de la cosa pública, como ha sido con estos dos ex presidentes que se han enfrentado con los tribunales –únicos en el mundo-, a los que no les tiembla el pulso para judicializar a los más poderosos, sin importarle justamente eso… que sean los más poderosos. Todo un ejemplo a seguir y admirar por parte de los demás latinoamericanos que nos enteramos de estos avatares.

            La situación de ambos la analizamos seguidamente en este reportaje especial sobre la política y la justicia peruana.

Alejandro Toledo y el Caso Odebrecht

            El caso de este ex presidente de origen indígena, de lo que tanto alardeó durante la campaña que lo llevó a la presidencia y más allá, cuando estuvo en el ejercicio del poder, está más que resuelto, ya que los tribunales lo han condenado a 20 años y seis meses de prisión, después de hallarlo culpable por haber recibido millonarios sobornos de parte de la constructora (y corruptora) brasileña Odebrecht, a cambio de que su gobierno le otorgara obras de infraestructura (carreteras, puentes, túneles, caminos vecinales, represas hidroeléctricas, etc.).

            Toledo gobernó al Perú del 2001 al 2006 y la comunidad indígena, descendiente de los incas, estaba de plácemes al saber que tenía en la cúspide del gobierno a uno de los suyos; es decir, a un indígena puro, origen del que tantas veces se vanaglorió este sujeto que, sin embargo, contrajo matrimonio con todo lo contrario a un aborigen, pues lo hizo con una judía, quien participó de lleno en sus actos corruptos y se encuentra, en estos instantes, prófuga de la justicia peruana, refugiada en Israel, país que no tiene convenio de extradición con el Perú.

            La Corte Superior y la jueza que vieron su caso, enunciaron en el momento de la sentencia: “Este colegiado asume el pedido hecho por la fiscalía de 20 años y 6 meses de prisión para el señor Alejandro Toledo Manrique”, ante la mirada atenta del indiciado de 78 años de edad, quien ha estado recluido desde abril del 2023, mes en el que arribó procedente de los Estados Unidos a su país, para ser enjuiciado. Estuvo, desde entonces, en una cárcel especial, ubicada en Lima, la Capital peruana.

            Durante la lectura de la sentencia, el expresidente se mantuvo sereno, con la mirada expectante y fija en la jueza que leía el fallo, en el que se confirmó que era culpable de colusión y lavado de dinero, luego de haber recibido de los directivos de la brasileña Odebrecht, US$35 millones. “El por tanto” dice lo siguiente: “Toledo recibió los sobornos en contraprestación de licitaciones, para construir dos tramos de la carretera Interoceánica Sur, que une la costa del Pacífico de Perú y la del Atlántico de Brasil.” Así de acuerdo al tribunal que fue conformado por tres magistrados, bajo la presidencia de la jueza Zaida Pérez, en el Segundo Juzgado Penal Colegiado Nacional.

            Si desglosamos lo anterior, se le impuso a Alejandro Toledo 9 años por el delito de colusión y 11 años y seis meses más, por lavado de activos. No obstante, se espera la apelación del abogado defensor del exmandatario, misma que podría producirse antes de la llegada de la Navidad. Por otra parte, Toledo es el primero de los cuatro expresidentes del Perú que están siendo investigados por el escándalo provocado por la constructora/corruptora Odebrecht, en ser condenado por la justicia. Supuestamente, su estado de salud no es bueno, pues él insiste en decir que padece cáncer y problemas en el corazón.

            Odebrecht se hizo famosa en toda América Latina y África, por repartir sumas millonarias entre los gobernantes, a cambio de que éstos le facilitaran adueñarse de las licitaciones que les conferían las obras públicas; es decir, sobornaban a los presidentes, a cambio de que éstos les entregaran las obras que necesitaban ser construidas en distintos países donde los brasileños tenían presencia. Esta corruptora salpicó a los exmandatarios Allan García (2006-2011), apodado “caballo loco” por su origen indígena y su comportamiento fuera de sus cabales en muchas ocasiones, y cuando la policía tocaba a la puerta de su residencia en Lima, en el 2019, para llevarlo ante la fiscalía, García corrió hasta su escritorio particular, sacó un revólver y cometió suicidio. Tal era su temor a ser judicializado. Ollanta Humala (2011-2016); y Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018) –nótese que ninguno de ellos terminó su período presidencial en modo alguno-, fueron los otros dos expresidentes de la República requeridos por los tribunales, sospechosos de haber recibido sobornos de los corruptores brasileños.

            En regreso al caso de Alejandro Toledo, la sentencia fue leída en una audiencia en el tribunal adyacente a la pequeña prisión, al Este de Lima, que es exclusiva para esta clase de convictos. Allí estuvo Toledo por espacio de 18 meses de manera preventiva, desde que llegó extraditado de los Estados Unidos, en abril del 2023. Mientras la jueza leía la sentencia, el expresidente tomaba notas en un cuaderno que se le facilitó, pero se abstuvo de decir algo durante la audiencia. En oportunidades, parecía muy tranquilo o relajado y esbozaba una sonrisa nerviosa, en especial cuando se le informaba plenamente de la condena.

            Este individuo es economista de profesión, procede de una familia muy pobre y se traicionó a sí mismo cuando repitió varias veces que nunca caería en las garras de la corrupción. Justamente hizo lo contrario, según pudimos ver. “Nunca caeré en las garras de la maldita corrupción”, manifestó repetidamente, camino al Palacio de Gobierno. Otro dato acerca de él, es su profunda y enconada enemistad con el también exmandatario, ya fallecido, Alberto Fujimori Fujimori.

            Se le conocía con el mote de “el cholo”, por su apariencia física, de indio descendiente de los incas: de baja estatura, moreno, pelo y ojos muy negros, nariz achatada y marcas dejadas por el acné que le atacó en la adolescencia. Indígena puro, sin dudarlo ni un poco siquiera. Fue opositor de Fujimori y alcanzó la presidencia del Perú en el 2001. Este hito en la vida republicana de esta nación de América del Sur, era motivo de burla del propio Alejandro Toledo, quien parecía no tomarla nunca en serio, ya que era inaudito, según sus propias palabras, que “un cholo” como él hubiera llegado a tal puesto, cuando provenía de una familia humilde de 16 hermanos, de los cuales 7 murieron por diversas causas en la infancia. “Yo soy un superviviente”, se le escuchó autodefinirse en una ocasión.

            Hasta aquí todo iba bien. Incluso el contraste de su matrimonio con una mujer extremadamente blanca y de la etnia judía, no le afectaba mucho o en nada, de frente al pueblo que le votó en las elecciones. Pero prontamente la desgracia fue a su encuentro, cuando los periodistas peruanos le descubrieron un “offshore” (cuenta millonaria en un paraíso fiscal), llamada “Ecoveta”. Precisamente de esa misma cuenta, Toledo sacó el dinero para comprar tres lujosas casas y despertó las sospechas tanto de la prensa como del pueblo llano que seguía el derrotero de sus actividades públicas y personales.

            Pero “la gota que derramaría el vaso” se dio en el 2006 cuando, tras haber dejado la presidencia del país, se compró una mansión en la lujosa zona de Casuarinas, en Lima; también una oficina en un edificio en la zona financiera en La Molina y canceló la hipoteca de su casa, situada en la residencial zona de Camacho. Fueron demasiadas inversiones que su sueldo o su pensión como expresidente de la República, no podía cubrir en modo alguno. Fue entonces cuando las especulaciones, las dudas y las distintas versiones se dispararon en la realidad política del Perú. Cuando la prensa y la policía ahondaron en las investigaciones, se pudo saber con certeza que aquel dinero provino del soborno que recibió de Odebrecht y que estaba guardado en las cuentas del empresario israelí (judío), Joseph Maiman, quien después transfirió todos esos caudales a la “offshore” de Toledo. Todo quedó al descubierto evidentemente. Los periódicos reprodujeron en grandes titulares la noticia y ya no había “vuelta de página” para este individuo que había jurado mantenerse inalcanzable para la corrupción reinante en toda América Latina.

            Pero lo peor estaba por llegar, ya que su excolaborador judío, Maiman, accedió a colaborar, en plena traición a su amistad, con la fiscalía peruana; fue cuando develó los sobornos que recibió Toledo de Odebrecht y puso al tanto a todo el aparato judicial de los movimientos espurios realizados por el exgobernante. Maiman, no obstante, murió de cáncer en el 2021.

            Y para terminar “de enterrarlo en vida”, Jorge Barata, exCEO de Odebrecht en el Perú, reveló ante la fiscalía que Toledo lo llamaba insistentemente para que despachara los cheques a su favor de parte de los brasileños corruptores: “pedía que los sobornos se le cancelaran lo más pronto posible.” Acusó.

Una imagen fiel de lo que fue Alejandro Toledo para los peruanos, la concede la historiadora Natalia Sobrevilla, quien lo describió así a un periodista de la BBC de Londres, enviado especial al Perú para tal menester: “La principal tragedia de Toledo –dijo la profesional en historia-, se fundamentó en que él fue la imagen de la recuperación de la democracia (después de la breve dictadura de Fujimori), en el 2000-2001, pero el precio que pagamos es que la corrupción nunca se fue. ¿De qué nos sirve recuperar la democracia, si está atravesada por la corrupción? La democracia peruana pierde de manera tangible con la condena a Toledo.” Manifestó a los ingleses.

El otro se llama… Pedro Castillo

            Es el último de los mandatarios peruanos en poder de la justicia de esta nación suramericana, que tiene poquísima tolerancia con los delincuentes que llegan al poder. Quizás si decimos su nombre, muy pocos en América Latina se acuerden de él; pero si le describimos como el maestro/candidato con el lápiz gigantesco en una de sus manos, la memoria nos comenzará a ser fiel.

            Pedro Castillo comenzó su temprano recorrido por la política del Perú de manera equivocada, ya que se alió con los comunistas radicales; y el segundo error fue que llenó su Gabinete con esos comunistas, amigos de Fidel y Raúl Castro, y simpatizantes abiertos con los regímenes de Nicaragua y Venezuela. Ahí, precisamente, comenzaron los problemas para este bisoño político, quien saltó brusca y abruptamente de ser un tranquilo maestro rural, insertado en las selvas peruanas, a presidente de un pueblo, de un país, donde la corrupción campea y toca de frente, tarde o temprano, a sus gobernantes.

            Hoy, su situación judicial no es nada halagadora y se enfrenta a una posible condena de 34 años de prisión, debido a su intentona golpista, en la que intentó darse a sí mismo un golpe de Estado, en contra de la Constitución peruana, que es sagrada para este pueblo, particularmente. El juez de la Corte Suprema, Juan Carlos Checkley, anunció hace pocos días que el expresidente Pedro Castillo irá a juicio por los hechos relacionados al fallido autogolpe de Estado del 7 de diciembre del 2022. Lo acompañarán acusados, sus exministros Aníbal Torres y Betsy Chávez. El fiscal pide para él una condena carcelaria por 34 años. Así de difícil es su situación.

La gran mayoría de los peruanos que siguen su caso, no cesan de decir que si se hubiese quedado en las escuelitas de las selvas, enseñando a leer y escribir a los niños de esos lugares, no estaría en la amarga situación en la que ahora se encuentra. Sin duda así habría sido, pero los mismos comunistas lo utilizaron debido a su imagen “fresca”, nada conocida en la realidad política del país, para manejarlo y hacerse con un poder que le había sido esquivo al partido marxista hasta ese momento. Pero cuando Castillo llegó al Palacio de Gobierno en calidad de presidente, hizo a un lado a los marxistas-leninistas que en el Perú son particularmente feroces, radicales y fanáticos y comenzó la ruptura con ese partido, de manera irreversible. Empero, su peor error fue darse el autogolpe que ahora lo tiene a las puertas de un juicio, que sin duda y de acuerdo a lo que hemos visto en esta nación, hace cumplir las leyes a rajatabla, sin devaneos ni titubeos. Hay quienes lo imaginan detrás de unos barrotes carcelarios a lo largo de más de tres décadas de castigo. No es difícil, en el Perú, imaginar tales hechos.

            En la red social X, el Poder Judicial anunció que el juez Checkley “resuelve continuar con el proceso que enfrentan Pedro Castillo, Aníbal Torres, Betsy Chávez y otros, por el delito de rebelión y otro en agravio del Estado, al rechazar la solicitud de sobreseimiento, presentada por la defensa de los imputados.” Otros nombres que se sentarán en el banquillo de los acusados, serán los de los exministros de ese mismo Gabinete, Willy Huerta y Roberto Sánchez.

            ¿Pero qué piensa y dice Pedro Castillo al respecto? Estas han sido sus palabras: “He cumplido 18 meses en prisión preventiva. Solamente en Perú y no en ningún rincón del mundo, se le detiene y después se le vaca (destituye) a un presidente. No tengo derecho a mi defensa. Se le aparta de su familia. Ahora dicen que hay peligro de fuga. Juro por mi patria, por mi familia, que jamás se me ha cruzado por la cabeza que me voy a mover del país (sin embargo, el mismo día de su fallido autogolpe de Estado, Castillo tenía previsto marcharse con su mujer e hijos hacia México, pero fue detenido por la policía). Estas acusaciones responden a un libreto, se comete una injusticia conmigo y encima se me prohíben las visitas.”

            Pero los acontecimientos del 7 de diciembre del 2022 le señalan con toda claridad a él y sólo a él, como perpetrador del autogolpe de Estado que quiso dar. Estaba agobiado por las denuncias de corrupción que se le hacían directamente a él y a su entorno, a sus asesores y ministros. Fue cuando decidió cerrar el Congreso y hacerse con todos los poderes en una incipiente dictadura. Algo que no esperaban los peruanos de ninguna manera. En un discurso que leyó desde el Palacio de Gobierno, en Lima, Pedro Castillo manifestó que convocaría a nuevas elecciones para un nuevo Congreso con facultades constituyentes; es decir, con la instalación de una Asamblea para elaborar una nueva Constitución y declaró, seguidamente, un toque de queda a nivel nacional. Ya, el 5 de abril de 1992, Alberto Fujimori, el exmandatario recién fallecido, hizo algo parecido al disolver al Congreso y hacerse con todos los poderes.

            Pero a Pedro Castillo las cosas comenzaron a irle torcidas o mal, porque sus ministros comenzaron a renunciarle uno detrás del otro; y fue cuando decidió huir y al abandonar la sede presidencial y dirigirse hacia la embajada de México en el Perú, para solicitar asilo, gracias a la connivencia (confabulación) del entonces mandatario mexicano, Andrés Manuel López Obrador, fue interceptado por la policía, inmediatamente detenido y el Congreso entero votó su destitución. Juramentó a Dina Boluarte como presidenta de la nación, una decisión que no gustó tampoco a los peruanos, quienes se levantaron en los departamentos (provincias) de Puno, Ayacucho, Cusco, Junín, Lima, Arequipa, La Libertad y Apurímac, con el saldo de 49 ciudadanos muertos en enfrentamientos con las fuerzas del orden. En resultado, el gobierno –siempre espurio-, de México, rompió relaciones con el peruano y brindó asilo político a la esposa del expresidente, llamada Lilia Paredes y a sus hijos, Arnold y Alondra.

Un informe publicado en el periódico The Economist, describe lo que es actualmente el sistema que gobierna al Perú: “es desde el 2022 un régimen híbrido, porque está a medio camino entre la democracia y el autoritarismo, donde refleja la creciente inestabilidad política que llevó a que el país fuese gobernado por seis presidentes y tres Congresos, desde 2016.” Ciertamente así ha sido, pero esos exmandatarios labraron el camino “empedrado” por el que han tenido que transitar. Y dígase lo que se quiera decir, en esta nación, la justicia funciona, como no funciona en el resto de los países latinoamericanos, donde los jueces y fiscales, en su mayoría, son tan corruptos como los gobernantes.

            Hoy, Pedro Castillo está donde tiene que estar. Le guste a México o no, les guste o no a los periodistas siempre incómodos e incomodantes que pululan por todo el continente; y ante este autogolpista se acumulan amenazantes 34 años de prisión que debió sopesar, antes de embaucarse él solito en esa aventura de querer ser dictador, sin tener la madera para serlo.

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