Comité del Nobel Premia a Organización Japonesa que Lucha por la Erradicación de las Armas Nucleares
OSLO, Noruega; y TOKYO, Japón-(Especial para The City Newspaper) Se ha sabido en otras oportunidades en el pasado, que el Comité noruego del Nobel, ha entregado este premio en específico a personajes oscuros y cínicos, simplemente porque se “han desgastado” hablando demagógicamente de la paz, para ganar simpatías y para obtener precisamente eso que buscaban: el Premio Nobel de la Paz. Porque, si nos fijamos con algo de interés, este galardón es el único que no exige que los candidatos a recibirlo, hayan obtenido sus objetivos en concreto; es decir, para que se lo otorguen a alguien, no es preciso que haya logrado la paz en una región o país, simplemente al Comité le basta con que haya impulsado con cierta vehemencia, el tema de la pacificación y la paz en determinado período y lugar.
Para recordar con algún ejemplo lo que decimos, hubo una oportunidad en que le fue conferido dicho premio a un ex mandatario centroamericano, quien se pasaba en su naturaleza demagógica y su engreimiento y sus objetivos eran dos en aquel entonces: la obtención del Nobel y alcanzar la Secretaría General de las Naciones Unidas, únicamente para satisfacer a su ego enfermo de egolatría y ambición personal. Logró el primero de sus propósitos al dedicar sus cuatro años de gobierno de una pequeña república centroamericana, a disertar sobre la paz allí donde fuere y en una gira por Europa, propiamente en Noruega, alzó más la voz para que quedara claro que él era “el merecedor” ese año del Premio Nobel de la Paz. Y en el plano concreto, la paz centroamericana no fue obtenida gracias a su empeño, que no era más que un plan bien elaborado y cumplido a “rajatabla” para satisfacer su ambición por ser premiado.
En otras ocasiones, se les ha otorgado a guerreristas, a impulsadores de los conflictos armados, en clarísima paradoja entre lo que dicen y lo que ejecutan en la vida real. Pero en el caso concreto de la premiación de este 2024, a la organización japonesa Nihon Hidankyo, que lucha por erradicar de la Tierra a las armas atómicas o de destrucción masiva, nos parece muy atinado, perfectamente concedido a estos nipones, como muestra de que su trabajo es de incalculable beneficio y digno de admiración.
Existen más de 12,000 bombas atómicas, hoy en día, en el mundo
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, y después del lanzamiento de las dos bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, las superpotencias han incrementado la creación de más y más de esas armas de destrucción masiva; de tal manera, en la actualidad, ocho décadas después del final de aquella conflagración mundial, hay más de 12,000 bombas atómicas en el planeta. Suficientes razones para seguir luchando por la erradicación de esas armas y a eso se dedica precisamente esta organización japonesa que ha sido premiada.
Nihon Hidankyo ha estado conformada por sobrevivientes -quienes ya quedan muy pocos con vida, por cierto-, de las explosiones de las dos bombas atómicas que el ejército de los Estados Unidos dejó caer sobre las dos ciudades del Japón, un aspecto que le da todavía más peso, mayor relevancia, a esta organización. Es decir, ellos saben de lo que hablan, de lo que explican con lujo de detalles, porque lo sufrieron en carne propia, cual fue tener sobre sus existencias la radiación causada por ambas explosiones. El Comité Nobel difundió la noticia, argumentando que lo otorgó por “los esfuerzos para lograr un mundo libre de armas nucleares y por demostrar, con sus testimonios, que las armas nucleares no deben volver a utilizarse nunca más.” Cita parte del cable difundido desde Oslo, Capital de Noruega, y sede del Premio Nobel.
La distinción se concedió después de barajar varios nombres de otras organizaciones y personas individuales, como la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (Unrwa) o el propio Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, hoy vetado por la dictadura de Israel, porque los judíos aducen que el portugués que está al frente de la ONU no les da la razón en la masacre que llevan adelante en Gaza y el Líbano. Sin embargo, el Comité se decantó por Nihon Hidankyo, porque, entre otras cosas, tenían con ellos una deuda histórica; es decir, era un caso de justicia que se había ido posponiendo con el paso del tiempo, al no concederle el galardón a estos japoneses. “Se ha saldado una injusticia histórica (con la organización), que duraba ya casi ocho décadas.” Explicó un funcionario del Comité Nobel.
También, la premiación se da cuando hay dos guerras en el escenario mundial, en Ucrania, donde Putin, el dictador de Rusia, ha amenazado en varias oportunidades con usar el arsenal nuclear contra el país que él ordenó invadir; y en Oriente Próximo, donde Israel posee varias de esas bombas y estaría gustoso en exterminar a sus vecinos islámicos, de manera contundente y definitiva.
El Premio Nobel de la Paz, como se sabe, está dotado con US$1 millón (€900,000), una cantidad de dinero que reforzará las arcas de la organización premiada, para que continúe en su ingente tarea de concientización a los gobiernos que poseen estas armas y su voz se escuche con mayor insistencia y perseverancia.
El 6 y 9 de agosto de 1945, dos aviones bombarderos sobrevolaron Japón y llevaban en sus interiores, cada uno, una bomba atómica, para dejarlas caer en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Luego de esos estallidos, se abrió una enorme polémica a nivel internacional, porque, entre otros argumentos, citan los historiadores militares que ambas urbes no servían como blancos estratégicos, ya que allí no había instalaciones con soldados o armas y el mismo país ya estaba casi rendido en su esfuerzo de guerra. Lo cual significaba que, tarde o temprano, Japón se iba a rendir, después de que sus dos aliados, Italia y Alemania, lo habían hecho en Europa.
Indican los estudiosos del tema, que el lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre las islas niponas, se debió a dos razones esenciales: demostrar el poderío de los Estados Unidos, que la humanidad se diera cuenta de la capacidad bélica que tenían los norteamericanos; y por otra parte, demostrarle a la Unión Soviética, la superpotencia emergente, que allí estaban los estadounidenses, en la geopolítica del momento, para ser respetados por el comunismo internacional y especialmente por el dictador de la URSS en aquel entonces, el genocida Josef Stalin. Es decir, desde el punto de vista estratégico-militar, no era en absoluto necesario dejar caer ambos artefactos mortíferos sobre el territorio japonés. Y eso es justamente lo que genera el resentimiento que por ocho décadas los japoneses han guardado en sus espíritus contra los Estados Unidos y su, a veces, política criminal y de espaldas a los derechos humanos, tal y como sucede hoy en día con el respaldo que se le dan al genocidio de palestinos y libaneses, el exterminio claro y deleznable, que lleva a cabo Israel en Oriente Próximo.
En las fechas arriba citadas, al final de la Segunda Guerra Mundial, pocos segundos después del lanzamiento de las dos bombas, la organización premiada recuerda que 140,000 personas murieron en Hiroshima; y 70,000 en Nagasaki. La devastación y el horror cundieron por toda la zona y de los 650,000 “hibakusha”, como les llama a los sobrevivientes el gobierno del Japón, casi todos sufrieron secuelas durante décadas enteras o murieron más tarde, debido a varias clases de cánceres, hasta entonces desconocidas; pero 106,825 lograron continuar con vida, con una edad media de 85 años, de acuerdo al último censo realizado en esta nación asiática. Fueron éstos los que dieron existencia a la organización recién laureada por el Comité Nobel, justamente por el conocimiento de causa que tienen sobre el tema del terror nuclear, porque lo sufrieron en carne propia. Nadie se los ha contado, nadie se los ha dibujado… porque ellos llevan sobre sus cuerpos los rastros del estallido de las dos bombas atómicas lanzadas por los estadounidenses.
No descartan que puedan ser lanzadas en otras latitudes
Es del todo cierto que el peligro de usar las armas nucleares está de nuevo dentro de las probabilidades actuales; por eso, el Comité Nobel ha afirmado: “A ellos, y a su lucha infatigable, va dirigido este premio, justo cuando la amenaza de las armas nucleares vuelve a planear sobre el planeta. Estos testigos históricos han ayudado a generar y consolidar una oposición a las armas nucleares ampliamente extendida en todo el mundo, contando historias personales, creando campañas educativas basadas en su propia experiencia y lanzando urgentes advertencias contra el uso y la proliferación de las bombas atómicas. Esta labor de los ‘hibakusha’, ha servido para instaurar una norma global conocida como el ‘tabú nuclear’, que ha conseguido que ningún arma atómica se haya usado en una guerra durante casi 80 años. El motivo es que los ‘hibakusha’ nos ayudan a describir lo indescriptible, a pensar lo impensable y, de algún modo, a atrapar el incomprensible dolor y sufrimiento, causados por las armas atómicas.” Así de acuerdo al comunicado emitido por el mencionado Comité.
Y es que las historias que han contado estos personajes, casi todos ellos anónimos, no solamente son crudas por haber estado en el momento “equivocado” cuando las bombas estadounidenses cayeron sobre ellos, sino por la situación posterior que generó la radiación nuclear en el aspecto social de estas personas. Todas ellas quedaron estigmatizadas después de la guerra, en su papel de supervivientes de la catástrofe, porque todas las puertas se les cerraban cuando buscaban empleos y tampoco eran aceptados para casarse, ya que el temor en las personas “normales, se sustentaba en que no querían engendrar hijos que no estuvieran sanos o que vinieran con defectos físicos y mentales, causados por la misma radioactividad. Esto se puede traducir en el rotundo y abierto rechazo que sufrieron los “hibakusha”, quienes no sólo tuvieron que luchar contra los efectos del estallido de las bombas atómicas, sino contra el rechazo de sus congéneres en el Japón posterior a la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de lo anterior, ellos siguen viendo al mundo con ojos limpios y libres de odio y la narrativa que siempre dejan escuchar a sus interlocutores, no tiene parangón en el resto de la humanidad, porque fue una experiencia única desde su dolor y desde la destrucción que hubo en derredor. No tienen odio, no tienen rencor, no quieren revancha bélica contra los estadounidenses y tampoco añoran el retorno de aquellos años de poderío militar en el Japón para ser respetados, pero sí enfatizan en que sienten miedo, más todavía cuando observan el derrotero que van llevando los acontecimientos en nuestro mundo actual: “Hemos sobrevivido a lo peor que puede ocurrirle a una persona… que le caiga encima una bomba atómica –dice uno de esos sobrevivientes-. Tenemos temor porque una atrocidad similar vuelva a ocurrir. Temo que Putin use las armas nucleares, porque hay una posibilidad de que lo haga y es una situación muy peligrosa. En todo el mundo, tenemos que unir nuestras voces para que Putin dé marcha atrás y detenga la invasión de Ucrania. De lo contrario, todos seguiremos sufriendo.” Advirtió Hiroshi Shimizu, hoy con más de 80 años de edad, y su argumento lo dijo a los líderes del G-7, durante la Cumbre que se celebraba en su ciudad natal, Hiroshima.
Narró que, en el momento cuando los bombarderos estadounidenses dejaron caer las dos bombas atómicas sobre Japón, él tenía tan sólo tres años de edad. Su padre murió por causa de la catástrofe, después de dos meses de dolorosa agonía; y él sobrevivió junto a su madre, gracias a un milagro, ya que su casa estaba ubicada a sólo un kilómetro y medio del epicentro. “Mi vivienda fue barrida por la descomunal y ardiente onda expansiva.” Relató. Y entre el 2014 y el 2016, dirigió dos organizaciones de “hibakusha”. En el 2016 le correspondió estar presente durante la visita del entonces presidente de los Estados Unidos a Japón, Honorable Barack Obama, pero quedó decepcionado, pues no escuchó una disculpa sentida de parte del mandatario por aquel ataque a mansalva, cuando el Japón yacía vencido al final de la Segunda Guerra Mundial. “No se disculpó en nombre del ejército de los Estados Unidos y de sus líderes de aquel momento y eso fue decepcionante para mí.” Manifestó Hiroshi.
Los periodistas que han conversado con él, lo encuentran extraordinario, pues es una fuente de datos y de experiencias, única. Por ejemplo, ha narrado lo siguiente: “Justo después de la bomba, tenía diarreas muy fuertes, como otras víctimas de Hiroshima. Hasta que cumplí los 12 años, en sexto curso, siempre tuve problemas de estómago y sentía mucho dolor en la parte baja del cuerpo. También me sangraba terriblemente la nariz. Cuando me levantaba por la mañana, tenía la almohada y el cuello llenos de sangre. Afortunadamente, todas esas dolencias se me pasaron durante la juventud y hasta pude dedicarme a una de mis pasiones: el montañismo. Pero al cumplir los 50 años, comencé a padecer enfermedades del riñón, el corazón y la médula espinal, comunes en los supervivientes. Lo más aterrador de las bombas atómicas es que sus efectos siguen sintiéndose cincuenta años después.” Recordó.
Pero sus experiencias no quedaron ahí, porque tuvo que tomar una de las decisiones más serias de toda su vida y lo hizo junto a su esposa, en un intento porque sus males, sus dolencias, producto del estallido de la bomba atómica, no se transmitieran a las próximas generaciones: “decidimos no traer hijos al mundo.” Manifestó categórico y con un aire de tristeza. No les costó mucho convencerse de lo anterior, según dejó ver Hiroshi, porque su esposa también fue sobreviviente del ataque estadounidense y padecía males corporales parecidos a los de su esposo. “Tan dura decisión la tomamos –añadió nuestro entrevistado nipón-, después de ver los monstruosos fetos por la radiación, algunos sin ojos ni cerebro, que se conservan en botes de formol en el hospital de la Cruz Roja. Ahora que somos viejos, sentimos que nos falta algo en la vida.” Confesó por la falta de hijos.
Hoy, existen en las potencias nucleares del mundo, 12,500 bombas de ese tipo, capaces de destruir el planeta varias veces, todas en conjunto. Pero el ser humano parece que no aprende de las lecciones que da la historia y más todavía cuando esta historia no está tan distante en el tiempo… son apenas 80 años los que han transcurrido desde aquella catástrofe, cuando el hombre quiso matar con tan sólo dos golpes secos a sus propios semejantes, sin el menor remordimiento ni oposición a tal acto de salvajismo.
Bien por el Comité noruego del Nobel. Nunca antes tan bien otorgado el Premio Nobel de la Paz como en este caso. Nunca antes.