EDITORIAL




Existe un viejo y popular adagio que dice: “Quien siembra vientos, recoge tempestades.” Y en esto de sembrar vendavales, el dictador de Israel, Benjamín Netanyahu, es un verdadero experto; empero, no quiere recoger la cosecha de esa siembra o mejor dicho aun: no quiere enfrentar las consecuencias que vendrán del futuro y mucho menos, alertar al pueblo israelí que, de todas maneras, ya no cree en él. Porque si llegase a narrarle cuáles son esos temores que le asaltan a diario, a toda hora, es posible que los votantes se percaten de que el causante de toda esta nefasta situación no ha sido otro que el mismo Netanyahu.
¿Pero cuál es el fundamento de ese pánico que siente este genocida la mayor parte del tiempo calladamente; pero que de vez en cuando se refiere a ese miedo de manera abierta cuando hace sus cansinos y superficiales discursos? Él sabe certeramente que dentro del pueblo palestino que está masacrando ante las miradas de la humanidad entera, le cobrará a él, a sus hijos, nietos y toda la descendencia que de él se desprenderá, esos asesinatos. Y por ello, tanto él, Netanyahu, como casi todos sus ministros, más varios rabinos en Israel y en los Estados Unidos, quieren que “el trabajo sea concluido” en la Franja de Gaza y que no es otra cosa que el exterminio del pueblo gazatí, precisamente para que no nazcan o no continúen creciendo esos niños que en el futuro les reclamarán a los judíos estas masacres en las que asesinaron a sus abuelos, padres, tíos, hermanos y amigos. Netanyahu y sus vasallos radicales temen, tiemblan temerosos, al pensar que en cada niño, por más pequeño que éste sea, se alberga la semilla del rencor, la venganza y la justicia por lo que están haciendo ahora mismo los judíos con los palestinos.
La cobardía de Netanyahu sale cada día, cada hora, a flote y se le nota… y mucho. Por ejemplo, ha dicho que en cada recién nacido en Gaza se esconde un terrorista. Aplicando siempre la retórica barata de que los musulmanes, todos, son terroristas; y en el resto del mundo, quienes no congeniamos ni aceptamos sus desplantes, somos “antisemitas.” Un adjetivo que de tanto repetirlo se ha desgastado y ha perdido su valor. Tanto como el llevado y traído “holocausto”, del que casi nadie habla ya, aparte de los judíos, y que ha quedado relegado debido a las matanzas perpetradas por los israelíes en Gaza; es decir, estas masacres, este genocidio actual, ha dejado de lado la discusión del demagógico concepto hebreo del “holocausto.”
Aquí la pregunta que surge es: ¿Será por ese temor, bien fundamentado desde luego, de que cada bebé que nace en palestina es un terrorista (genética y mentalmente hablando), que Netanyahu ha destruido todos los hospitales y clínicas en la Franja de Gaza, para evitar que esos niños se conviertan, al crecer, en los verdugos del pueblo de Israel? Algo así como Herodes, según nos narra el Nuevo testamento en la Biblia. Porque los judíos siguen atados a tradiciones, historias (fantasiosas casi todas ellas), y mitologías que han acuñado a lo largo de su existencia como etnia y pueblo.
De tal manera y visto lo anterior, a los hebreos no les queda más remedio que el exterminio total, sin contemplaciones y ahora mismo, de todo aquel que sea palestino, para evitar que “la cobranza” de este genocidio, por las nuevas generaciones, se lleve a efecto. Pero aun con la partición o la adhesión de Cisjordania y Gaza al territorio de Israel, con el exterminio mediante bombardeos diarios, no podrán terminar con los palestinos que viven en el extranjero y que son millones; tampoco con quienes simpatizamos con este pueblo y su justa lucha por la supervivencia y por lograr el ansiado Estado. Y mientras haya un solo palestino con vida, las vidas de los israelíes peligrarán, porque ha sido tanta la matanza, la humillación, el despotismo, la criminalidad, la soberbia y el dolor que Netanyahu y su ejército de criminales, le han causado a este pueblo, que será imposible olvidar toda esa vejación y se las cobrarán a los judíos… Y ante los ataques guerrilleros, en las urbes israelíes, casi respirándoles a los hebreos en sus mejillas, les será imposible usar sus misiles regalados por Washington y mucho menos podrán lanzar sus bombas atómicas, so pena de auto-destruirse en un ataque de esa magnitud. La guerra de guerrillas, el terror urbano, que quita el sueño al cada vez más envejecido Netanyahu y a sus aves de rapiña que le rodean (entiéndase que no son “halcones” de la política en modo alguno), y que no conocen otra solución que acabar con los gazatíes radical y rotundamente y cuanto antes mejor…
Pero los palestinos, esta masacre que comenzó desde 1948 y se ha intensificado en los últimos tres años, sabemos… se la cobrarán… y con creces. Nuestros hijos, nietos y bisnietos lo verán y llenarán de rojo sangre, sangre vengativa y justiciera, los titulares y columnas de los periódicos, revistas y telediarios. Esa realidad, que se asemeja a una nefasta profecía, les espera a los judíos en el futuro. Ese es el temor perfectamente cimentado en los nervios de Netanyahu, su permanente nerviosismo y el de sus secuaces.
Posiblemente ya no se hablará de Hamás ni de Hezbolláh, porque las nuevas facciones serán otras, más organizadas, más entrenadas, mayormente armadas y con un odio, rencor y deseos de vengarse que superarán todo lo visto hasta estos días por los que pasamos. Netanyahu y los vampiros suyos que le rodean con títulos de ministros, lo saben. Por ello se apuran en derramar toda la sangre posible en Gaza.
Otro indicio de ese pánico, siempre explícitamente cobarde en Netanyahu, lo dejó escuchar hace poco tiempo retrospectivo cuando dijo que se oponía a la creación del Estado palestino, porque será un peligro para Israel. ¿Lo entendemos así o requiere de más claridad para ser comprendido?
Es demasiado el dolor que este sátrapa judío ha causado a los palestinos, asesinando a más de cien cada día, con sus cobardes bombardeos a distancia. Demasiado, como para ser olvidado…


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