EDITORIAL




Se marcha el 2025 y nos deja una serie de acontecimientos, de asuntos peliagudos sin resolver. Veamos: la “paz de cristal” en la Franja de Gaza, donde los israelitas asesinan hoy, lo mismo que ayer y lo mismo que mañana, a varios niños, mujeres y hombres ajenos a la problemática terrorista. Una paz que solamente en la mente de Donald Trump existe y que Netanyahu, el carnicero de Israel, se complace en quebrar cuando le da la real gana.
La guerra en Ucrania prosigue, pero con una variable a tomar en consideración: los rusos atacan con mayor ímpetu y saña, especialmente cuando Putin, el genocida Putin, ha hablado con Donald Trump y le ha asegurado que quiere la paz. Una vez que cuelga el teléfono en su oficina del Kremlin, nos imaginamos que después de haber lanzado al aire una sonora carcajada de burla, ordena los ataques con drones y misiles a las ciudades ucranianas, dejando en las calles y entre los escombros de los edificios, los cuerpos inertes de madres, sus hijos y ancianos.
En el lejano oriente, China sigue reclamando para sí la isla de Taiwán y su dictador, Xi Jinping, no se anda con rodeaos y dice con toda claridad que, en cualquier momento, atacará a la ubérrima isla y la anexará por la fuerza a la gran China continental. Estados Unidos ha respondido con maniobras militares conjuntas con los taiwaneses, quienes viven, día a día, la zozobra de ese ataque inminente.
En el Caribe, frente a las costas de Venezuela, una impresionante fuerza naval, enviada por Donald Trump, se posa frente a Venezuela: ataca a lanchas sospechosas que Trump asegura que no son otra cosa que narcotraficantes, sin dar prueba de ello; se apodera de petroleros con bandera iraní que iban hacia la empobrecida y miserable Cuba, una isla que permanece a oscuras y con sus autos de la década de los 50, detenidos en las calles sin carburante de ninguna índole. Millones de demócratas, especialmente los componentes de la diáspora venezolana repartida por el mundo, esperan ansiosos el ataque final del ejército estadounidense contra el Palacio de Miraflores, donde Nicolás Maduro, el histriónico dictador, hace papelones profundamente ridículos, que alejan las dudas sobre su condición mental, moral, política y social: canta, habla en un pésimo inglés, sale a caminar por las calles de Caracas de la mano de su esposa, mientras va entonando canciones que sonrojan las caras de quienes lo escuchan. Es el acabose en su máxima expresión.
Pero Donald Trump no da la orden de ataque porque muy posiblemente uno de sus asesores le ha dicho quedamente que “el territorio de Venezuela es inmensamente más grande que el de Vietnam, con ríos más caudalosos, selvas más intrincadas, cordilleras más elevadas y una población mucho más numerosa, dispuesta a dar su vida por la patria de Bolívar.” El fantasma de Vietnam vuelve entonces, a deambular por los pasillos del edificio del Pentágono y hace que los militares desistan de un ataque a los venezolanos.
Mientras eso sucede en distintos puntos del globo terráqueo, en Honduras, la empobrecida Honduras, se dan muestras de que el tercermundismo es evidente en todas las Instituciones, gentes, burócratas y especialmente en el acontecer democrático: porque pasan y pasan las semanas después del proceso electoral y todavía no se sabe quién ha sido el ganador y por ende, el nuevo presidente de la República. Hay países y pueblos que gustan de vivir en el subdesarrollo, sin duda alguna.
Y a Juan Orlando Hernández, el ex mandatario acusado de trasegar cocaína hacia los Estados Unidos y de hacer pactos con los narcos colombianos y mexicanos principalmente, Trump le ha dejado en libertad tras indultarlo. Pero si pone un pie nuevamente en su natal Honduras, será detenido por el fiscal general de ese país y encerrado en una de las mazmorras de su paupérrimo sistema carcelario. Tendrá que ver desde “las playas del exilio” a su amada patria.
Muy cerca de allí, en Costa Rica, la democrática nación centroamericana, el febrero próximo sucederán las elecciones generales en medio de un ambiente inseguro por la altísima delincuencia y la creciente tasa de asesinatos diarios que han puesto en evidencia la incapacidad, la esterilidad y la fanfarronería de sus autoridades policiales. Una policía ausente de sus calles, de sus ciudades y que invita a los sicarios a actuar de lleno, sin detenerse ante nada y mucho menos ante las leyes. Un grupo nutrido de candidatos se disputan la presidencia de la República, pero todos ellos sin carisma, sin contenido en su palabrería y por lo tanto, sin convencimiento alguno. No son siquiera aquellos “ardientes vendedores de ilusión”, como definió una vez Juan Domingo Perón a los demagogos latinoamericanos.
En México, mientras tanto, todo sigue igual: la Sheinbaum con sus soporíferos encuentros con la prensa, siguiendo los pasos de su antecesor y “mentor”, López Obrador; los narcotraficantes de los cárteles más poderosos del mundo en la actualidad, continúan enviando la droga hacia los estadounidenses, un pueblo urgido del consumo de esas sustancias prohibidas; y los gritos desfasados de “¡Viva México! ¡Viva México lindo y querido!” Siguen escuchándose de norte a sur y de océano a océano. El mexicano siempre seguirá siendo el mismo, pase lo que pase, ocurra lo que ocurra… “Por la Gracia de Dios”, como nos dijo en una oportunidad uno de ellos.
Y la pregunta de fondo es: ¿Nos deparará algo diferente el nuevo 2026? Quisiéramos que así fuera. Que nos acordáramos de que tenemos espíritu inmortal, inteligencia, racionalismo, sentimientos, nobleza e infinita capacidad para cambiar lo que anda mal. Pero lo dejaremos de lado, como siempre hemos hecho, y por ello el mundo siempre ha andado mal.
No creemos que el 2026 será distinto; pero rogamos al Cielo porque lo sea.


THE CITY UN PERIÓDICO HECHO PARA USTEd


