San José de Costa Rica, una Capital que se Resiste a Morir

SAN JOSÉ- (Especial para The City Newspaper) Quizás yo sea uno de los pocos que pueden hablar con precisión y realismo, sobre lo que ha ocurrido en esta ciudad, desde 1960. Para ser más claro aún, hay que afirmar que San José, la que fuera una bonita y vibrante ciudad en los años 60 y 70, una de las mejores en muchos aspectos de toda América Latina, ha sufrido, no una evolución… sino una involución. Y las razones están a la vista, son pocas y como tales, relativamente fáciles de solucionar en favor de esta urbe que hoy está más cerca de su colapso, que de su revitalización.

            Uno de esos motivos, el más fuerte sin duda, es la dictadura –así como se lee-, del alcalde, quien dicho sea de paso no es nativo de San José, sino de Palmares, provincia de Alajuela, y por lo tanto, carente del cariño que profesa un josefino por su Capital. Se trata de Johnny Araya, un individuo fuertemente erosionado por el paso de su inacción en algunos trances de la vida de esta ciudad y también por sus errores de bulto, que han perjudicado ostensiblemente a San José y sus habitantes.

            ¡Lleva nada menos que 30 años en la alcaldía! Si eso no es dictadura, entonces no sabemos de qué manera catalogarla. Es tiempo más que suficiente para despedazar o enaltecer a una concentración urbana. Pero sus errores, repetimos, han dejado a San José “de cara al abismo.”

Hay que amar para construir…

            Un ingeniero, un arquitecto, un simple albañil o un alcalde, en este caso preciso, para embellecer a un edificio o a una ciudad entera, necesita una enorme dosis de amor por esa urbe, porque, justamente, la creación artística –y cualquier clase de creación que provenga del ser humano-, debe fundamentarse en una inmensa dosis de amor. Y ese sentimiento solo se obtiene cuando conocemos donde nacimos, crecimos y desarrollamos gran parte de nuestras vidas. Al alcalde Araya se le nota que desconoce la historia de esta Capital, desde hace 30 años hacia atrás… en principio, porque él asumió la alcaldía y ordenó construir obras destruyendo otras, cuyo valor histórico era incuestionable y por lo tanto, intocable. No respetó el legado de aquellos quienes edificaron a San José, a mediados del Siglo XIX. Araya ha venido copiando a otras ciudades que, indudablemente, ha visto en sus repetidos viajes al exterior, pues su abultado sueldo en la alcaldía supera, incluso, al del alcalde de Madrid, España; y han sido construcciones que en otras partes del mundo son funcionales, de acuerdo a la idiosincrasia de esos pueblos, pero en San José de Costa Rica simplemente no han dado resultado.

            Treinta años en un puesto público es demasiado tiempo, insistimos. Y el problema se centra en que la reelección de los alcaldes no tiene tope; es decir, se pueden reelegir cuantas veces los votantes quieran. Eso, para empezar. Posteriormente, se da el fenómeno durante cada votación, de que los josefinos no estamos interesados en asistir para decidir el futuro de la alcaldía: son escasas las personas que acuden a votar ese día y los amiguetes de Johnny Araya –todos ellos burócratas en la misma alcaldía-, lo reeligen y así han hecho a lo largo de estos fatídicos 30 años. En palabras sencillas y resumidas, el abstencionismo de los votantes, es lo que ha provocado que el alcalde se perpetúe en el cargo. De tal manera que las gollerías, los actos corruptos y la destrucción, mes a mes, de la Capital, han continuado de manera imparable e irresponsable. Otro aspecto es la indiferencia del josefino actual, quien critica con abulia lo que está sucediendo en su ciudad natal, pero no hace nada, en concreto, por revitalizarla o cambiar este acabose.

            Repasemos algunos ejemplos en específico: Araya acabó con la famosa Avenida Central y sus negocios apostados a un lado y otro de esta importantísima arteria, que cruzaba a San José de Este a oeste, desde Cuesta de Moras, hasta confluir con el Paseo Colón. La cerró al paso de los vehículos y las tiendas y almacenes que mostraban con elegancia sus vitrinas, fueron cerrando paulatinamente. Eran ventanales abiertos al público, dotados con bellos letreros luminosos durante las 24 horas del día. Hoy, apenas anochece, lo que fue la Avenida Central, da pena, hasta “miedo escénico” con sus cortinas metálicas bajadas, previendo cualquier ataque de la delincuencia que se ha enseñoreado en la ciudad; y, en lugar de los automóviles que transitaban por esta vía, los vendedores ambulantes colocan sus mercaderías de pésima calidad, obstaculizan el paso a los transeúntes normales y mantienen constantes grescas con la ineficiente Policía Municipal, que responde a las órdenes directas de Araya.

            A lo anterior hay que añadirle que, después de la aparición de la pandemia de origen chino, San José se ha ido vaciando y deja ver grandes trechos del paisaje urbano, vacíos de habitantes, “desiertos” donde antes hubo vida y locomoción general.

            El comercio y sus dueños, entre quienes había inmigrantes alemanes, españoles, italianos, judíos, libaneses, turcos y de otras nacionalidades, se han ido ausentando; es decir, han cerrado lo que fueron prósperos lugares que hicieron vibrar y vitalizar a la Capital costarricense. Hoy solo queda la nostalgia de tiendas que se llamaron El Globo, la Regis, Mainieri Aronne, Lehmann, y una Universal cada vez con menos espacio físico en su planta, entre otros muchos negocios más que tuvieron que desaparecer debido a los cambios que el alcalde ordenó ejecutar en la Capital. El fracaso económico indirecto, sino la quiebra de estos empresarios, ha sido el resultado de las erráticas decisiones de Johnny Araya.

            Recordemos también a las sodas/restaurantes, propiedad de españoles (asturianos, para mejores señas), La Perla, Central y Palace, también desaparecidos ante el caos reinante.

A la falta de estética, hay que agregarle una activa y permanente delincuencia

            San José es una ciudad fea, disfuncional, “buena para nada…” Los Mall, en auge en toda América Latina, han resultado ser la respuesta a las quiebras económicas experimentadas por los empresarios a quienes hicimos referencia anteriormente, en las líneas de arriba; y lo que antes estuvo emplazado en la Avenida Central, puede verse –aunque en menor escala-, en los centros comerciales gigantescos, ubicados en la periferia de San José. Pero ello ha producido el abandono del “corazón capitalino”, restándole vida a la ciudad. A esto hay que sumarle los famosos bulevares con suelo de adoquines (circula el rumor que fueron comprados a una empresa vinculada con el alcalde), que no permitieron más el tránsito de automotores por el centro de la Capital, haciéndola más soporífera, desértica y a un palmo de la muerte… También son utilizados por los vendedores ambulantes, la mayoría de ellos de origen centroamericano (la mayoría nicaragüenses indocumentados), quienes venden los productos que otros extranjeros, en las sombras, les obligan a vender, so pena de ser castigados. Es decir, delincuentes venidos desde Colombia, mayoritariamente, explotan a los nicaragüenses con el trabajo informal. Y los bulevares de Araya se prestan para tales escenas, haciendo mucho más fea a la ciudad de San José.

            Antes de la pandemia china y con mayor intensidad después de esa misma crisis sanitaria, los edificios se iban desocupando, se iban vaciando de parte de sus inquilinos, y lo que en décadas anteriores daba elegancia a la Capital, se convirtió en grandes masas de hormigón y acero, vacíos, sin funcionamiento, sin nadie que los ocupara. Todo eso redunda en la falta de belleza, en la estética “golpeada” y deteriorada, de la que costará reponerse, sino se produce la desaparición de esos mismos inmuebles, en los años venideros.

            Para finalizar, el tema de la seguridad en San José provoca discusiones permanentes, debido a los asaltos, asesinatos, venta y compra de drogas y otras prácticas delictivas que se llevan a cabo a diario en el centro capitalino, a plena luz del día. La delincuencia no descansa ante una Policía Municipal ausente o que descansa en la Avenida Central, donde permanece plácida y ajena a lo que sucede en la periferia. Las escenas de indigentes malolientes, embriagados o drogados y por las noches la prostitución en las aceras, confieren a San José esas imágenes que nunca imaginamos observar, quienes nacimos en 1960.

            A pesar de todo lo que hemos descrito, subsiste la esperanza de que la Capital recobre algo de su esplendor y podría suceder, en el tanto su sempiterno alcalde se vaya para su casa y ocupe su lugar alguien que verdaderamente haya conocido a esta ciudad en el pasado, la ame, y desee su “resurrección” en el amplio sentido del concepto.

UNA CAPITAL DE SOMBRAS, VENDEDORES E INDIGENCIA

SAN JOSÉ, Costa Rica-Talvez estos datos le impresionen a usted amigo lector: esta ciudad fue la segunda en tener energía eléctrica en la historia de América entera, después de Nueva York; en épocas anteriores fue la Capital del tercer país en alfabetización de América Latina, después de Argentina y Chile; y el tercero también en cobertura médica después de las mismas naciones arriba señaladas; y Costa Rica, en la actualidad, es la segunda democracia más sólida y más antigua de todo el continente, detrás de los Estados Unidos. Pero son datos apenas. No estamos alardeando, porque, oculta tras el alarde, siempre está una realidad que no se desea y que ensombrece lo anterior.

            San José, como la mayoría de las Capitales del mundo, es un buen parámetro sociológico y económico para observar cómo marchan las finanzas del país entero, es lo que los especialistas llaman “una muestra” para determinar si la situación marcha o nó. La otrora urbe tranquila y agradable de los años 60 y 70, del Siglo pasado, hoy solo es un remedo triste de lo que fue. Tiene un alcalde, Johnny Araya Monge, quien lleva en el cargo 30 años exactos, debido a que los votantes no se interesan por las elecciones por los municipios ni alcaldías y por lo tanto, resulta reelecto con una cantidad ínfima de los votos de amigos suyos; ha gestionado varias transformaciones en lo superficial de la ciudad que, en lugar de beneficiarla, la han perjudicado notoriamente. Por ejemplo, fascinado por las urbes europeas, Araya ordenó el cierre de calles y avenidas para convertirlas en “ramblas,” en imitación de las vías para peatones en Europa. Pero esos espacios libres de vehículos, son invadidas, día y noche, por vendedores informales nicaragüenses, quienes obstaculizan el libre caminar de los ciudadanos; y, apenas anochece, gritan de manera estridente y espeluznante, ofreciendo sus productos de bajísima calidad (detrás de esas gentes, hay delincuentes que los explotan al pagarles salarios insuficientes para vivir). Por otra parte, el horrendo espectáculo diario de la Policía Municipal persiguiendo a esos vendedores, se torna negativamente impresionante para los turistas, quienes cada vez son menos en esta ciudad.

            Otro semblante de la que fuera una bonita y “coqueta” ciudad durante el Siglo XX, describe calladamente la profunda crisis económica por la que atraviesa Costa Rica, pues las tiendas de ropa y otras mercancías, han ido cerrando paulatinamente y la panorámica de “cortinas metálicas” bajadas y cerradas con gruesos candados, cada día es más evidente. Los propietarios e inversionistas han decidido “claudicar”, huir y cerrar sus negocios, ante la inutilidad de los sucesivos gobiernos por levantar la economía general y per cápita de la nación. En otro flanco de la urbe, las familias pequeño-burguesas tan características en los años 50, 60 y 70, han ido vendiendo sus agradables casitas y se han retirado quién sabe adónde…, debido a que esos bellos barrios capitalinos han sido invadidos por travestis (homosexuales callejeros) y prostitutas, por las noches; y por el hampa ya experta en sicariato. Es por todo ello que las imágenes que nos depara San José en estos últimos años, es fantasmal, silenciosamente espectral en el casco central y periferia. En resumidas palabras, la Capital costarricense se ha ido convirtiendo en “la ciudad de la nada y habitada por nadie.” Solo el mismo alcalde, Johnny Araya, quien de paso tenemos que subrayar que no es nativo de San José y cuando se refiere en sus discursos a la historia reciente de esta ciudad comete errores de bulto, observa que todo marcha bien; aun cuando los indigentes deambulan con sus horrendos cartones que les sirven de “camas y techos” durante la noche, el día y bajo la lluvia. ¡San José da pena! Es una ciudad que languidece, que lanza un quejido audible solo para quienes nacimos aquí y la conocimos señorial y encantadora en nuestra niñez y adolescencia. Es una urbe que “grita por un golpe de timón” hacia mejores rumbos; pero habrá que luchar con sensatez para que ello se produzca.

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