
Mariana, editora sección El Planeta
Retrospectiva de los Fracasos Militares de los Estados Unidos en Oriente Próximo
RIAD, Arabia Saudí-(Especial para The City Newspaper) La obsesión de los estadounidenses, de cualquiera de ellos que arribe a la Casa Blanca, es hacer de las naciones de Oriente Próximo, “lo que a ellos les parezca conveniente”, en especial la mal llamada “democratización” de esos gobiernos, que no es otra cosa que el alineamiento con Washington, ante el temor de que terminen alineándose con Irán, China o Rusia, tal y como ha sucedido en el pasado, cuando más de la mitad de esta región estuvo siempre dispuesta a formar alianza política, económica y militar con el bloque de la Unión Soviética. Aquella experiencia fue particularmente amarga para los Estados Unidos y su aliado irrefrenable, Israel.
Sin embargo, en opinión de un versado conocedor de lo que sienten y son los islamistas en Oriente Próximo, de todas las nacionalidades, como lo fue el famosísimo y laureado actor egipcio, Omar Sharif (“El Doctor Shivago” y “Lawrence de Arabia”, entre otras decenas de películas que filmó), esta es la realidad de lo que se vive en esta zona tan “candente” y explosiva del mundo: “En Occidente no comprenden –contestó a la pregunta de un periodista durante una visita que el actor hizo a España-, la distinción entre los árabes y el resto del mundo. La religión del Islam no sólo habla de la relación del hombre con Dios. El Corán fija el modo de vida de la gente, contiene deberes de sociología y marca el papel del gobernante.
“Mi aviso como árabe, es que no va a haber democracia en Oriente hasta dentro de un siglo. Los árabes son tribus y tienen la filosofía del Corán; cuando hay un problema van al emir o al sultán, no saben lo que es un Parlamento. Primero habrá que enseñar a leer, a escribir y a pensar a esos pueblos y es una labor que requiere tiempo. Es inútil imponer la democracia en los países árabes. Irak, Siria y Jordania son países inventados. Hoy en día se matan más entre las tribus y los iraquíes, que a los propios americanos. Es una violencia que me da miedo y que habría que combatir de otra forma, con filosofía y educación.
“El mundo Occidental no comprende, pese a toda su erudición, que en el mundo árabe nunca habrá una democracia, ni ahora ni en mil años. Las tradiciones árabes no lo permitirán y la idea del Parlamento, como fuente de autoridad política, es completamente extraña a su cultura. Los árabes viven, desde hace siglos, en sociedades tribales y la autoridad que reconocen es el jefe de la tribu. El Parlamento como fuente de la autoridad política, les es, en cambio, extraña.
“Soy escéptico ante unas posibles elecciones (en cualquier nación musulmana), debido a que, con cinco dólares, se puede comprar cualquier elector en el mundo árabe. La democracia es muy bella y está bien cuando las circunstancias culturales son favorables, pero no es un valor absoluto. Me parece más importante luchar contra la miseria, la ignorancia y el analfabetismo. En cuanto a la democratización del mundo árabe (en alusión al entonces gobierno de los Estados Unidos de George Bush), partiendo de Irak, pronostico a los estadounidenses una decepción terrible.” Puntualizó el supra-galardonado actor, fallecido en el 2015, y no le faltó razón en su pronóstico.
Persistencia tozudez y fracaso mortal
El problema fundamental de los sucesivos presidentes de los Estados Unidos –con las obligatorias excepciones de rigor, en los casos de Reagan y Clinton-, radicó (y radica) en que ninguno de ellos lee nada, ni los informes que los estrategas, los ideólogos, asesores políticos y militares ponen en su escritorio en la Casa Blanca, mucho menos libros que se refieren a la idiosincrasia de los pueblos de Oriente Próximo; y de ahí, el peligrosísimo desconocimiento de lo que es esta región, lo que sienten sus pobladores y lo que necesitan a corto o lejano plazo. Es por esa razón que las palabras anteriores, expresadas por Sharif, nos atrevemos a afirmar que nadie o muy pocos de esos mandatarios de USA, las conocen. Pero si supieran lo que significan, se abstendrían de cometer tantos errores como los han cometido en el devenir de las épocas, al enviar constantemente tropas a Oriente Próximo, con las intenciones claras de implantar la democracia, una vez derrocados lo que los estadounidenses llaman con toda categoría, “dictadores”; e implantar la disciplina por medio de sus tropas en pueblos que se mueven únicamente al ritmo de su cotidianidad, de sus urgencias, necesidades y costumbres ancestrales.
Los distintos gobernantes de los Estados Unidos no caen en la cuenta de que hay infinidad de pueblos, en el África negra, en los pueblos nómadas del Sáhara, en la India, Camboya o demás naciones, que desean ser dirigidos por quienes a ellos les perece bien; pero no piensan en democracia, un concepto que la mayoría de ellos desconocen; tampoco en sistemas occidentales de trabajo, comercio o culturales. Son personas que están a gusto con la manera como se les gobierna en la mayoría de los casos. Tratar de imponerles lo que a los occidentales les parece, es el peor error cometido por los colonizadores franceses, ingleses, a principios del siglo pasado, y en el actual por los estadounidenses. Y ese error se ha pagado con sangre. Y eso tampoco lo entienden los estadounidenses. Es decir, entre más se quieran entrometer en las vidas de esos pueblos, más y más será la cantidad de ataúdes que saldrán de Irak, Libia y demás países, conteniendo los cuerpos de marines que dieron sus jóvenes vidas en misiones que nunca quisieron llevar a cabo y por objetivos tan lejanos de sus realidades que, de manera voluntaria, nunca los hubieran confrontado. Aquí, la terquedad y el desconocimiento visceral de los distintos presidentes de los Estados Unidos, es lo que ha causado esas muertes de sus compatriotas enviados a Oriente Próximo a luchar guerras que no les competen, que las iniciaron sus mismos presidentes desde el Pentágono y que, anticipadamente, sabían que nunca las iban a ganar. En otras palabras, ese intervencionismo se ha pagado (y pagará) con las muertes. No hay otra “moneda de cambio.”
En el caso concreto actual de Donald Trump, llamó la atención, por vez primera, un argumento que dejó escuchar. Y llamó la atención precisamente por su precisión, acorde con la realidad y la verdad; y por la sabiduría implícita, lo cual deja creer que alguien se lo dictó al oído o lo escuchó de alguno de sus asesores: “Al final –dijo-, los llamados constructores de naciones, destruyeron muchas más naciones de las que construyeron. Y los intervencionistas, intervinieron (nótese el pésimo discurso de este sujeto) en sociedades complejas que ni siquiera entendían.” Se refirió, durante su reciente visita a Riad, Capital de Arabia Saudí, a la invasión de Irak, en el 2003, para deponer al dictador Saddam Hussein y que, a la postre, desató al criminal Estado Islámico (Daesh o Isis), conformado por ex oficiales y soldados del ejército que estaba al mando de Hussein y que tanta sangre hizo derramar en Siria e Irak mismo, mientras los estadounidenses observaban aterrorizados e impotentes como los yihadistas, supra-fanáticos (y hasta drogados), atentaban en el corazón de Europa con ataques terroristas o degollaban a musulmanes trabajadores y sencillos en los desiertos iraquíes y sirios. Todo ello comenzó con la llegada de las tropas estadounidenses y la imposición de un nuevo gobierno.
La verdad es que, con ese argumento, Trump dejó entrever que el intervencionismo de los Estados Unidos en naciones de Oriente Próximo, será cosa del pasado; aunque con este individuo, cambiante de un día para otro o de una hora a otra, nunca se sabe. Y como ejemplo fehaciente de esa naturaleza voluble, cambiante, Trump ordenó el pasado sábado 21 de junio, el ataque aéreo a los supuestos complejos de investigación atómica de Irán. Una clara intervención en los asuntos que a los estadounidenses no les competen, obviamente.
Empero, la historia muestra que cuando Occidente, y en este caso concreto los Estados Unidos, han intervenido en la región para, supuestamente, “solucionar algún problema”, no siempre todo ha salido acorde al plan previsto y trazado en la llamada “Oficina de Crisis” de la Casa Blanca, en Washington. Y para Fawaz Gerges, profesor de Política de Oriente Próximo y Relaciones Internacionales, en la London School of Economics and Political Science, “el intervencionismo de EE.UU ha sido una constante en las relaciones internacionales de Medio Oriente desde finales de la década de 1940. Los recientes ataques aéreos estadounidenses contra Irán, son otro claro ejemplo de esa política.” Puntualiza este autor del libro “What Really Went Wrong: The West and the Failure of Democracy in the Middle East” (“Lo que realmente salió mal: Occidente y el fracaso de la democracia en Medio Oriente.”)
Parece que la solución a ese intervencionismo estadounidense, se basa en dos ejes: 1. dejar que las cosas sucedan en la región; es decir, no intervenir del todo, a no ser que algún gobernante se los pida en forma directa; y 2. Abandonar la inepta idea de que la democracia debe ser para todos alrededor del orbe y hay que implantarla a toda costa y esfuerzo, aun cuando nadie se los haya pedido. Pero los estadounidenses –y menos Trump., están en condiciones de entender algo tan simple como eso. Es decir, como vecinos de nuestro vecino de al lado, no podemos irrumpir por la fuerza en su casa para imponerle nuestras costumbres, cambiarle “sus feos” muebles y decirle a la mujer de aquel, lo que debe cocinar, servir y darles de comer a sus hijos y esposo. Ese aspecto tan elemental, es un verdadero quebradero de cabeza para los políticos, estrategas, analistas y militares de los Estados Unidos.
Repasemos algunas de las fallidas intervenciones, a través de las décadas, de los norteamericanos, en naciones de Oriente Próximo…
1953. Apoyo al Sha de Irán, Mohammad Reza Pahlaví
En ese año, en contraste con las elecciones celebradas democráticamente -como les gusta a los estadounidenses-, la CIA y el servicio secreto inglés, apoyaron un golpe de Estado contra el primer ministro iraní, Mohammad Mossadeq, quien fue votado mayoritariamente por su pueblo; pero no fue de la complacencia de la Casa Blanca ni del 10 de Downing Street, sede del gobierno británico, y procedieron a planear y apoyar la asonada llevada a efecto por el ejército de Irán. “El pecado” de Mossadeq, quien apenas tenía en el cargo dos años solamente, fue prometer que iba a nacionalizar las vastas reservas de petróleo, propiedad de los iraníes. Esa afirmación del premier fue recibida por Washington y Londres como un “síndrome” que sacudió las cabezas de sus dirigentes políticos, ya que ambos países dependían del crudo iraní, después de la Segunda Guerra Mundial. A esta preocupación de índole económica, le sumaron las ambiciones territorialistas de la Unión Soviética, cuyo campo de influencia iba expandiéndose considerable y atenazador alrededor del planeta.
En este caso, los intervencionistas occidentales tuvieron “el tino” de hacer ver el levantamiento como si fuera del pueblo mismo, cansado de aquel primer ministro, al que, supuestamente, no avalaban ni era de su gusto. Presuntamente, la gran masa popular propuso para el cargo a quien sería el Sha de Irán, Mohammad Reza Pahlaví. Por aquel tiempo, la gran mayoría de las personas que siguieron con interés lo que ocurría en Irán, creyeron que se trató, efectivamente, del descontento del pueblo persa y de ahí, el levantamiento. Pero en el año 2000, la entonces secretaria de Estado estadounidense, Madeleine Albright, develó abierta y sinceramente la participación de la CIA y el Pentágono en el golpe de Estado en Teherán; y años más tarde, en el 2009, fue Barack Obama, durante una visita de Estado a Egipto, cuando admitió el rol de Washington en aquel derrocamiento espurio y de espaldas a la democracia. “La contradicción de contradicciones,” en todo caso. Es decir, la potencia exportadora de la democracia, los Estados Unidos, derrocaba a un primer ministro que fue electo por el voto popular en una nación de Oriente Próximo, como lo era Irán. Aquí notamos que la política estadounidense se mueve al ritmo de un péndulo, de acuerdo a las exigencias circunstanciales y rara vez responde a la ideología, los principios, los ideales, el humanismo y el sendero correcto.
Y para alejar cualquier duda acerca de aquel capítulo en suelo iraní, en el 2013, sesenta años después del golpe de Estado, la propia CIA publicó documentos en los que, por vez primera, reconocía su papel en aquel acontecimiento. Es cuando Fawaz Gerges, el escritor y profesor arriba citado, indica inequívocamente: “El conflicto actual entre Estados Unidos e Irán, tiene sus raíces en aquella intervención encubierta estadounidense en Irán. Los iraníes nunca han perdonado a Estados Unidos por derrocar a un primer ministro legítimo y elegido democráticamente e instalara un dictador brutal, el Sha de Irán, como gobernante absoluto del país. El antiamericanismo en Irán que se ve hoy en día, se debe a que la élite política culpa a Estados Unidos por haber cambiado la trayectoria de la política iraní. (Además) Estados Unidos también trató de influir en las políticas de Gamal Abdel Nasser, en Egipto, y cambiar el rumbo de su proyecto nacionalista, pero sin mucho éxito.”
Lo que sobrevendría iba a ser una corrupción sórdida, galopante, en el plano administrativo en el gobierno central de Teherán, encabezado por el Sha y su esposa Farah Diba; y un lujo extraordinario, propio de las antiguas Cortes de Oriente Medio, emulando a los Califas turcos o a los mismos reyes persas del pasado. Además, la occidentalización del modo de vida de los iraníes, en claro contraste con los postulados islámicos, con la religión y la cultura intrínsecamente arraigada en este pueblo milenario, que llevaban a cabo los autócratas, acabó por causar el estallido de la Revolución Islámica, encabezada por el Ayatolá Ruhollah Jomeini, quien permanecía exiliado en París, Francia. El Sha y su familia se desterraron primeramente en Panamá, una hospitalidad que les concedió el entonces dictador panameño, Omar Torrijos. Poco tiempo después, el Sha Reza Pahleví falleció el 27 de julio de 1980, aquejado por el cáncer, en El Cairo, Egipto, donde estaba finalmente exiliado.
Lo que sucedió después, todos lo conocemos más o menos bien: se implantó un régimen teocrático, el de los Ayatolás, más cercano a la Unión Soviética y más alejado de los Estados Unidos, declarándose incluso archienemigo de Washington y de Israel, en clara oposición a la anterior política del Sha, “hermanada” con los estadounidenses y los judíos de Israel. Pero el nuevo gobierno persa no estaba para esas displicencias, una postura que ha mantenido hasta nuestros días actuales, cuando Teherán es la pesadilla de todos los últimos presidentes de EE.UU y del criminal dictador israelí, Benjamín Netanyahu.
Llama particularmente la atención, a los pocos meses de haberse implantado el nuevo régimen en Irán, se produjo la invasión a la embajada de los Estados Unidos en Teherán por parte de unos 500 y 2,000 jóvenes universitarios iraníes, exactamente el 4 de noviembre de 1979, una crisis que se prolongó por espacio de 444 días y que terminó el 20 de enero de 1981. Tomaron rehenes a 52 estadounidenses que estaban en dicha sede, de los cuales sólo pudieron escapar cuatro de ellos y se refugiaron en la residencia del embajador de Canadá, hasta que se les permitió salir de Irán. Los rebeldes islamistas repetían una y otra vez que libertarían a sus cautivos solamente a cambio del Sha de Irán, para ser juzgado por sus crímenes y actos corruptos, una retórica en consonancia con el pensamiento del nuevo gobernante, el Ayatolá Jomeini.
El 11 de abril de 1980, el entonces mandatario estadounidense, Jimmy Carter, uno de los menos políticos que ha llegado a la Casa Blanca y que luego demostraría, yerro tras yerro, su incapacidad para gobernar, ordenó al Pentágono diseñar un ataque contra los captores en la embajada de USA. Participarían en la misión cuatro cuerpos de las fuerzas militares: la marina, el ejército, la fuerza aérea y la infantería. La operación recibió el rimbombante nombre de “Garra de Águila”, que resultó ser un rotundo fracaso, cuando fueron repelidos por los iraníes. En resumen, murieron ocho soldados norteamericanos y los cadáveres de algunos de ellos fueron expuestos ante la multitud en el centro de Teherán, delante de la televisión que transmitía las imágenes a todo el mundo. Después del fallido asalto a la embajada, los militares iraníes dispersaron a los rehenes en varios lugares de la Capital y con ello alejaron toda nueva idea de rescatalos. Esta crisis la resolvió el nuevo presidente estadounidense, Ronald Reagan, quien aceptó la mayoría de las demandas de los iraníes, cuales eran asumir las responsabilidades financieras y económicas derivadas de las acciones del depuesto Sha Reza Paheví; devolver los fondos del Sha; cancelar las demandas contra Irán, descongelar los cuantiosos fondos iraníes en Bancos de los Estados Unidos y la promesa de no intervenir en los asuntos internos de Irán. Reagan sólo dejó la decisión sobre los fondos que estaban a nombre del Sha, en manos de los tribunales. Así sorteó esa imposición de los Ayatolás. Finalmente, los rehenes fueron enviados a la base aérea norteamericana ubicada en Frankfurt am Main, Alemania; y de allí, en otro vuelo, hasta Washington D.C.
En todo caso, debemos partir del hecho de que el intervencionismo norteamericano fue el causante de toda la situación que se observa en Irán en estos días, tras el derrocamiento del primer ministro elegido democráticamente, Mohammad Mossadeq, a quien tuvieron terror porque anunció que quería nacionalizar el petróleo persa. Errores estadounidenses que no han dejado de producirse, a pesar de la retórica de poco cuño dicha por uno y otro presidente de USA.
Los marines en Afganistán. Otra historia militar fallida
Y se produjo la invasión soviética a Afganistán. Corría el fatídico año de 1979, uno de los peores en la contemporaneidad mundial. El Pentágono se “enlista” al lado de los muyahidines en su intento por derrotar y expulsar a los rusos de su patria. Además de los Estados Unidos, estos rebeldes extremistas, fanáticos de El Corán y la yihad islámica, contaban con el apoyo de China, Pakistán y Arabia Saudita, entre otros países.
Es importante hacer hincapié de que Washington fue uno de los gobiernos que más armas y dinero suministró a los renegados que se escondían en las montañas escarpadas de esta nación centroasiática. EE.UU pretendía que la Unión Soviética se viera atrapada en Afganistán en un “lodazal” que acabara con las vidas de sus soldados y los recursos del llamado “ejército rojo,” tal y como los gringos lo habían sufrido en Vietnam, de donde tuvieron que salir apresurados, dejando material de diversa índole, abandonado en el raudo e improvisado escape. Esa misión de apertrechamiento y adiestramiento de los guerrilleros afganos por parte de USA, se le conoce como “la mayor operación encubierta en la historia de la CIA”. Incluso, Ronald Reagan, entonces mandatario estadounidense, llegó a recibir la visita de los líderes yihadistas en el Despacho Oval de la Casa Blanca. ¿Habrá estado allí en esa oportunidad Osama bin-Laden? No lo sabemos y nunca lo sabremos; pero lo que si se dio a conocer hasta la saciedad, fue que ese renegado jeque saudí estaba en las montañas afganas, dirigiendo parte de la guerra de guerrillas contra el invasor soviético.
Esta misión en Afganistán fue llamada “Operación Ciclón”, que consistía en apoyar desde todo ángulo posible a los rebeldes que empujaban a los rusos contra su inevitable derrota. Y los soviéticos decidieron abandonar el irreductible país intermontano himalayo en septiembre de 1988, después de 9 años de perder millones de millones de rublos (dinero ruso), vehículos y armas “made in URSS” y por supuesto, miles de hombres que demostraron que el afamado ejército soviético no era más que una falsedad hiper-inflada y “bueno para nada” en el teatro de la guerra.
Tras la partida de los rusos, Afganistán se sumió en el caos de la guerra civil entre distintas facciones, hasta que, en 1994, aparecieron los talibanes (“estudiosos del Corán”), que se habían formado y forjado en el exilio en Pakistán. La primera aparición de este grupo conformado por fanáticos islamistas, barbados, vestidos con túnicas medievales y llevando al extremo la sharía o la ley islámica, se dio en la ciudad sureña de Kandahar. Allí se nutrieron sus filas combativas con cientos de jóvenes de la etnia pastún. En 1996, los talibanes asaltaron el poder afgano, tras haber conquistado Kabul, la Capital afgana. El régimen que impusieron de inmediato fue integrista islámico, que fue prontamente condenado a nivel global, por sus violaciones a los derechos humanos: introdujeron y apoyaron castigos físicos, acordes con su estricta interpretación de la sharía. Por ejemplo, los asesinos y adúlteros convictos debían ser ejecutados públicamente; los ladrones sufrían amputaciones; los hombres tenían que llevar barba cerrada y las mujeres el burka o atuendo negro, con una rejilla apenas en sus ojos para que pudieran ver. El cuerpo tenía que estar cubierto desde la cabeza hasta los pies. También prohibieron la televisión, la música y el cine y las niñas mayores de 10 años dejaron de asistir a las escuelas, entre otras leyes draconianas y retrógradas que impusieron. Y mientras todo eso era implementado entre los afganos, una organización religiosa-militar iba tomando forma, liderada por el jeque Osama bin-Laden. Se trataba de al-Qaeda (la Base), que tenía la misión de extender la guerra más allá de las fronteras de Afganistán. El común de estas facciones islámicas era el odio contra Occidente. Es por ello que este grupo de terroristas fijó su residencia y su centro de operaciones en Afganistán, con el apoyo “hermanable” del talibán. Y el 11 de septiembre del 2001, al-Qaeda hizo estrellarse dos aviones Boing, de pasajeros, contra el World Trade Center de Nueva York, las famosas “Torres Gemelas”, causando el peor trauma de guerra sufrido por los Estados Unidos en toda su historia. Osama cobraba así, décadas enteras de intromisión de los estadounidenses en las naciones y las tierras sagradas de Oriente Próximo, intervenciones vistas, en profundidad por los musulmanes, como herejías y sacrilegios de sus “lugares santos.”
Para Waleed Hazbun, profesor libanés de Estudios de Medio Oriente en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Alabama, USA, explica que, durante la Guerra Fría contra los soviéticos, “la mayoría de las intervenciones estadounidenses en la región (de Oriente Próximo), podrían describirse como esfuerzos de equilibrio. (Porque) buscaban contrarrestar toda fuerza política opuesta a los intereses de los Estados Unidos y sus aliados. Sirva como ejemplo la intervención liderada por los Estados Unidos en la Guerra del Golfo (1990-1991), porque fue un intento de contrarrestar la invasión iraquí de Kuwait. Se logró restablecer la soberanía kuwaití y tras el fin de la Guerra Fría, hubo conversaciones entre los responsables políticos y dirigentes estadounidenses en la región, para buscar maneras de abordar las necesidades de seguridad comunes en la región. Sin embargo, bajo la administración del expresidente Bill Clinton, comenzó otro enfoque de la situación, (porque) se buscó organizar una arquitectura de seguridad que sirviera a los intereses estadounidenses y a su visión de orden regional. Esto incluyó, por un lado, centrarse en el proceso de paz y la normalización de las relaciones árabe-israelíes, para que todos los países árabes pudieran alinearse con EE.UU e Israel, pero también conteniendo a Irán e Irak (una política conocida como ‘doble contención’), mediante medios militares y sanciones.” De hecho, “el terreno” o el cimiento para la política estadounidense en Oriente Próximo, ya había sido lastrado y preparado para los siguientes pasos que se iban a dar en el futuro. Washington buscaba la forma de asegurar su permanencia y seguridad en la región.
Y vino otra intervención directa y evidente de los marines en Oriente Próximo, cuando, a raíz de la voladura de las Torres Gemelas por los hombres de bin-Laden, en Nueva York, el presidente de USA, George W. Bush decidió perseguir y atrapar al jeque saudí en su propio escondite… el agreste y escarpado Afganistán, ahora en manos de los fanáticos e irracionales talibanes.
En octubre del 2001, fuerzas estadounidenses vuelan hacia el centro de Asia y desembarcan en suelo afgano. Daba comienzo otra guerra y otra historia de los norteamericanos en territorio islámico. Lo primero que llevaron a efecto fue derrocar a los talibanes del poder, quienes corrieron a refugiarse nuevamente en el vecino Pakistán, cuyo gobierno siempre ha practicado una doble política: “somos amigos de EE.UU, pero también somos amigos de sus enemigos.” Esta nueva misión tuvo la particularidad en el ejército invasor estadounidense de no cometer los mismos errores que cometieron los soviéticos años atrás. Rápidamente, los soldados americanos conquistaron Kabul, después de que los talibanes abandonaron el poder precipitadamente. No obstante, el deseo de que los soviéticos se “zambulleran en un lodazal”, como dijo un político estadounidense, se puede aplicar a los norteamericanos mismos, pues la guerra en Afganistán, en lugar de acabar y de dominar por entero a este país, por el contrario… recrudeció, pues los talibanes asumieron la responsabilidad de expulsar al nuevo invasor; en este caso, los Estados Unidos y su ejército. Las batallas y escaramuzas siguientes fueron particularmente sangrientas. Ante la tozudez y la intransigencia de los talibanes, en el 2009, el entonces presidente Barack Obama intentó terminar de una vez para siempre al talibán y envió más fuerzas beligerantes, un mayor número de tropas, e hicieron retroceder a los insurgentes islámicos, pero aquello sólo fue algo así como “una ilusión óptica”, puesto que la guerra recrudeció, los ataúdes envueltos en la bandera de las barras y las estrellas, llenaban los aviones de transporte, de regreso a la patria, pero en esta oportunidad, sin vida. Era común ver el desembarco de los féretros por decenas de ellos, portando en su interior los restos sin vida de jóvenes estadounidenses, ante el estupor y el enojo de sus familiares, quienes sentían que la guerra en un país lejano no era de su incumbencia y mucho menos debía decantarse, dirimirse, con las muertes de sus hijos, hermanos y esposos.
2014 fue el año más sangriento de este conflicto bélico y las fuerzas de la OTAN, empujadas por los Estados Unidos para que se metieran en una guerra que tampoco a los europeos les competía, anunciaron que regresaban “a casa”, dando por finalizada su fallida misión en Afganistán. La “solución” fue dejar la responsabilidad en el nuevo e inexperto ejército afgano. Fue cuando los talibanes conquistaron más territorios y llegaron a atacar, incluso, a la sede del Parlamento afgano, en la propia Kabul; y también al aeropuerto internacional en la misma Capital.
Aquí, en este punto, hay que traer del recuerdo la peor traición que gobierno alguno, de una potencia mundial, pueda atestar a otro gobierno: Donald Trump, antes de abandonar el poder de su primer mandato, envió a su emisario, Mike Pompeo, a los Emiratos Árabes Unidos, para que negociara con los talibanes el regreso de éstos al poder en Afganistán. No le importó al bestial e ignorante presidente estadounidense, la cantidad de muertos norteamericanos que quedaron tendidos en el candente y árido desierto afgano, tras defender la democracia que habían creado a duras penas y las libertades individuales de los ciudadanos de esta nación.
Tras la llegada de Joe Biden al poder en Washington, no tuvo más remedio que poner en práctica lo acordado por su antecesor Trump, con los talibanes, y en abril del 2021, tras 20 años de guerra fallida en Afganistán y tras haber traicionado a los afganos al permitir el retorno de los talibanes al poder, las últimas tropas estadounidenses montaron en sus aviones de manera cobarde y precipitada, mientras muchos ciudadanos de este país intentaron viajar en los fuselajes de los grandes aparatos y les vimos caer hacia la pista de aterrizaje cuando los aviones alzaron el vuelo. Aquella huida recordó la cobarde salida de los marines de Saigón, Vietnam, y fue cuando la congresista republicana Elise Stefanik escribió en su cuenta de X: “La caída de Kabul ha sido comparada con los eventos en Vietnam del Sur. Este es el Saigón de Joe Biden.” Pero omitió señalar que el convenio de salida de los soldados de USA fue idea de Trump, su jefe, y Biden sólo tuvo que hacerlo realidad durante su administración.
Un exfuncionario afgano describió así el papel de los Estados Unidos en su país: “(Fue) un fracaso desastroso en la escena internacional que nunca será olvidado. Los talibanes se hicieron con casi un millón de armas y equipo militar, todo “made in USA.” Pero la huida de los americanos sólo fue “un detalle” en comparación con lo que sobrevino después: un informe de las Naciones Unidas, del 2023, indicó que los talibanes permitieron a sus comandantes locales, retener el 20 por ciento de las armas estadounidenses incautadas y, en resultado, el mercado negro floreció. En síntesis, Afganistán volvió a caer en el “agujero negro” al que fue lanzado por Donald Trump, en su incansable esfuerzo por alcanzar el Premio Nobel de la Paz. El obtuso presidente de los Estados Unidos creyó que la pacificación de Afganistán se lograría sacando a las tropas de su país y entregando el poder a los fanáticos de la sharía, pero lo que en verdad obtuvo fue un recrudecimiento de la falta de libertad en esa nación asiática, un Estado fallido, la anulación de los derechos de las mujeres y un retroceso a épocas medievales, cuando tribus diseminadas poblaban ese agreste territorio. Afganistán, hoy, está peor que nunca: más aislado, más primitivo, detenido en el tiempo, sin avance tecnológico alguno y con una población extremadamente reprimida, so pena de ser asesinada si infringe las leyes islámicas que pesan sobre sus cabezas. Todo, “gracias” al intervencionismo estadounidense en las naciones musulmanas.
Irak, otra sonora y escandalosa derrota
Tras el derrocamiento sangriento de Saddam Hussein, cuyo único “pecado” fue no plegarse a las ordenanzas y designios de Washington y tras la ocupación de esta nación por las tropas norteamericanas (que cometieron diversos y reiterados abusos contra la población civil, ventilados por la página WikiLeaks, del australiano Julian Assange), los ex militares que habían estado bajo las órdenes de Hussein, formaron nuevas tropas; pero esta vez más criminales y sádicas que las anteriores. Fue cuando nació el Estado Islámico, conocido también como Daesh o Isis. Nunca antes Oriente Próximo había presenciado tal magnitud de crueldad inhumana de parte de un grupo militar en toda su historia. Los exsoldados de Saddam Hussein se debatían entre “dos aguas”: venganza contra los estadounidenses y occidentales; y rehacer el antiguo califato que comprendería tierras españolas, balcánicas (esto en el sur de Europa), toda el África al norte del Sáhara y Oriente Próximo al completo.
Ante el terror que se podía traslucir en los ojos de los soldados estadounidenses, los criminales del Daesh iban apoderándose de más y más tierras en Siria e Irak y llegaron a poseer bajo su dominio, un territorio tan extenso como las islas británicas. En cada lugar procedieron a criminalizar sus actividades, degollando a inocentes ante las cámaras de filmación, cuyo material subían a las redes sociales (y todavía se pueden ver esos videos), o incendiando a personas vivas dentro de jaulas para animales. La perversidad, aunada a la sed de venganza contra los estadounidenses invasores, que habían derrocado a su líder, Hussein, no tenía límite alguno.
El temor que ocasionaban, hizo que en muchas ocasiones los soldados iraquíes huyeran ante el paso de los mercenarios del Daesh y dejaran sus vehículos de manufactura estadounidense, abandonados y fuesen capturados por los terroristas del Estado Islámico, quienes, conforme avanzaban, iban capturando mayor cantidad de pertrechos. Hay quienes piensan que, si se hubiesen decidido por avanzar hacia el noreste del continente asiático y llegado a Pakistán, muy posiblemente hubieran capturado material nuclear y con ello acabar con gran parte (o todo) el mundo civilizado.
Washington y el Pentágono observaban el derrotero de la guerra en Oriente Próximo sin atinar qué hacer para solucionarlo. Fue el exdictador de Siria, Bashar el-Assad, quien, desesperado, viajó a Moscú y le pidió ayuda militar a Vladímir Putin, quien respondió positivamente a los ruegos de su amigo Assad. Fueron los rusos quienes comenzaron a acabar con el Estado Islámico y devolverle la soberanía a Siria primero y a Irak después. Mientras los estadounidenses no salían de su asombro, su anonadamiento y su parálisis militar, causada por la indecisión y el miedo. Ciertamente, el Daesh no ha sido exterminado por completo, porque todavía existen pequeños focos diseminados en la geografía de Oriente Próximo y se asegura, incluso, que tiene su base en el noreste de Afganistán y bajan de vez en cuando a Kabul, donde dinamitan, asesinan y después retornan a sus madrigueras en las cavernas incrustadas en las montañas.
La invasión de los Estados Unidos a Irak dio inicio en el 2003, con el objetivo de dar de baja a Saddam Hussein. “Ese año marcó el comienzo de una larga y turbulenta etapa en la historia de Medio Oriente”, aseguran los analistas y expertos en temas políticos y militares. Según sucede en todas las guerras, “lo primero que muere en una confrontación bélica es… la verdad.” Y la verdad fue echa a un lado, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU, aprobó la Resolución 687, que exigió a Irak destruir todas sus armas de destrucción masiva (nucleares, biológicas y químicas, lo mismo que sus misiles balísticos de largo alcance). Muy poco o casi nada de ello tenía Hussein en sus arsenales. Pero esa falacia sirvió de pretexto para otra intervención norteamericana en Oriente Próximo.
Incluso, el entonces secretario de Estado de EE.UU, Colin Powell, afirmó en un discurso ante el pleno de la ONU, que “Irak albergaba laboratorios móviles para producir armas biológicas”; sin embargo, en el 2004 reconoció que la evidencia “no parece ser tan sólida.” Aun así, la invasión a Irak se produjo, como todos recordamos. Gobiernos de naciones como Alemania, Canadá, Francia y algunos latinoamericanos, se opusieron a dicho ataque. Lo cierto es que Irak, lo mismo que Libia, Afganistán y Siria, es ahora un Estado fallido con todas sus acepciones y esto “gracias” a los estadounidenses. Conforma la parte de la región más inestable, peligrosa y desequilibrante de Oriente Próximo.
Waleed Kazbun, profesor ya citado de Estudios de Medio Oriente de la Universidad de Alabama, así explica lo ocurrido: “con la invasión a Irak, Estados unidos buscaba un cambio de régimen y así imponer su propia visión de seguridad en la región.” Y Jeremy Bowen, editor internacional de la BBC de Londres y especialista en Oriente Próximo, manifiesta: “la invasión fue una catástrofe para Irak y su pueblo y sumió al país en décadas de caos. Lejos de destruir la ideología de Osama bin-Laden y los extremistas yihadistas, los años de caos y brutalidad que se desataron en 2003, intensificaron la violencia yihadista. Otra consecuencia de la invasión es que al-Qaeda, fragmentada temporalmente por una alianza entre estadounidenses y tribus sunitas, se regeneró y dio paso al aún más sangriento autodenominado Estado Islámico.” Concluye.
Lo cierto es que nadie sabe con exactitud cuántos iraquíes murieron como consecuencia de la invasión del 2003; y según cifras del Proyecto de Recuento de Cadáveres en Irak (IBC), una iniciativa para registrar las muertes de civiles tras la invasión, 209,982 civiles iraquíes fueron asesinados entre el 2003 y el 2022. La Casa Blanca con “su brazo armado”, el Pentágono, quisieron hacer, supuestamente, gobiernos y sociedades idílicas, plenas de democracia, sensatez y armonía en los países que invadió, pero no supieron hacerlo y los resultados están a la vista, con sociedades extraordinariamente divididas, empobrecidas, en las que faltan algunos miembros que cayeron víctimas de las balas de los invasores o de la policía recién conformada con nacionales; con gobiernos inestables, inseguros, milicias mal entrenadas, desmotivadas, corruptas, lo mismo que sus gobernantes y territorios que tienden a despedazarse en cientos de pequeños y medianos sectores territoriales, que sólo propician una nefasta y confirmada realidad: tanto Irak, como Afganistán, Siria y Libia, en el norte de África después del derrocamiento del beduino Gaddafy, son Estados fallidos, a los que la reunificación en todos los aspectos, es tan utópica como los ideales que llevaron a la Casa Blanca a tomar las decisiones aberradas que tomaron de invadirlos y derrocar a sus líderes.
En síntesis, la presencia de tropas estadounidenses en Oriente Próximo, es sinónimo de caos, dolor, sangre derramada inútilmente y estupidez, una enorme y profunda estupidez de parte de Washington y sus distintos gobiernos.
Los Europeos Creen que el Vicepresidente Vance Sería Peor que Donald Trump en una Eventual Presidencia Suya en los Estados Unidos
BRUSELAS, Bélgica-(Especial para The City Newspaper) Muchos occidentales versados en política y que han conocido a Vance, le consideran un individuo nocivo para los intereses europeos principalmente. ¿Por qué razón? Ya las veremos a lo largo de este artículo de prensa. Aunque, por lo pronto, la cabeza que ha asomado James David Vance, que es su nombre completo, no ha gustado a nadie, mucho menos a los especialistas en psicología, precisamente por su papel junto a su amo, Donald Trump, en el que su servilismo se manifestó en toda su dimensión gigantesca. Vance está allí, en la Casa Blanca, para servir de la manera más rastrera a Trump y sin que ello implique que el poco honor que pudiere tener, se vea lacerado en modo alguno.
¿Pero quién es este sujeto que ha salido a la luz en la política mundial, al lado de Donald Trump y que la mayoría de los habitantes de este planeta, apenas están conociendo? Es llamado James Donald Bowman también. Nació en Middletown, Ohio, el 2 de agosto de 1984, y es conocido como J.D. Vance. Es hijo de Beverly Carol (de soltera Vance, nacida en 1961), y de Donald Ray Bowman, nacido en 1959 y fallecido en el 2023. Tiene raíces escocesas e irlandesas y sus padres se divorciaron cuando él era muy pequeño y fue adoptado por el tercer esposo de su madre, Bob Hamel. Citan quienes han profundizado en su biografía, que su infancia estuvo marcada por la pobreza y el abuso y su madre era adicta a las drogas; por esa causa, él y su hermana Lindsey, fueron criados por sus abuelos maternos, James y Bonnie Vance, y fue esta última quien inculcó en el joven sus creencias cristianas y en contraposición, su gusto por las armas, ya que la señora Vance tenía en su casa 19 pistolas de distintos calibres.
En los círculos políticos de Washington se le tiene a J.D. Vance como un político conservador, aparte de empresario y escritor (¡?), aunque todavía no sabemos realmente cuántos y cuáles libros (o artículos de prensa) ha escrito a lo largo de su vida, además de uno solo al cual nos referiremos más adelante. Es miembro activo del Partido Republicano y su amigo (y amo actual), Donald Trump, lo llevó a convertirse en el 50 vicepresidente de la nación, desde el 20 de enero pasado. Otro dato señala que es el tercer vicepresidente más joven en la historia de los Estados Unidos, sólo superado por el demócrata John C. Breckinridge, quien tenía 36 años y 47 días cuando fue nombrado en ese mismo puesto. También Richard Nixon, quien tenía 40 años y 11 días cuando lo llevaron a la vicepresidencia del país.
Una vez que se graduó de la escuela secundaria, Vance se unió a los Marines, donde trabajó como reportero militar del 2003 al 2007. También estudió en la Universidad Estatal de Ohio y en la Escuela de Derecho de Yale. Luego ejerció por un espacio de tiempo muy breve como abogado y después se enroló en la carrera en la industria tecnológica y como capitalista de riesgo.
Fue enviado a Irak en calidad de corresponsal de guerra y estuvo en esa nación de Oriente Próximo durante seis meses, hasta finales del 2005; estuvo asignado a la sección de Asuntos Públicos de la 2da. Ala de Aeronaves de los Marines.
Una autobiografía que le “catapultó”
Fue durante las elecciones presidenciales del 2016 cuando este libro escrito por él mismo, apareció y resultó ser algo así como “el resorte” que le impulsó en el conocimiento de los votantes; es decir, aportó gran parte de su actual popularidad. Eran sus memorias y las tituló Hillbilly Elegy, que en su traducción al castellano vendría a ser “Elegía Campesina: una memoria de una familia y una cultura en crisis.” En resumen, la historia de este libro se gestó cuando, después de graduarse de Ohio State, Vance asistió a la Facultad de Derecho de Yale con una beca casi completa y allí, su profesora Amy Chua, autora del libro Battle Hymn of the Tiger Mother, en el 2011, lo convenció para que escribiera sus memorias. También fue editor del periódico The Yale Law Journal, especializado en temas de derecho.
Lo cierto es que su libro estuvo en la lista de los más vendidos, elaborada por el famoso The New York Times, que lo catalogó “uno de los mejores seis libros para ayudar a entender la victoria de Trump.” Pero The Washington Post, el “otro” diario opuesto al NYT, llamó, por el contrario, a Vance, “la voz del cinturón de óxido”; y The New Republic lo criticó al señalarlo como “el explicador favorito de la basura blanca de los medios liberales” y el “falso profeta de la América azul.” Por su parte, el economista William Easterly, criticó el mismo libro al escribir: “El análisis descuidado de grupos de personas (élites costeras, Estados Unidos de paso, musulmanes, emigrantes, personas sin títulos universitarios, lo que sea), se ha vuelto rutinario. Y está matando nuestra política.”
Sin embargo, este libro fue un éxito y gracias a él, Vance se convirtió en colaborador de la CNN, a principios del 2017; y el momento álgido para este volumen se dio cuando, en abril del 2017, Ron Howard firmó para dirigir su versión cinematográfica que fue estrenada solamente en cines selectos del país, el 11 de noviembre del 2020. Fue protagonizada esta película por Amy Adams, como la madre de J.D. Vance; Glenn Close en su papel de Mamaw; y Gabriel Basso, como Vance. También fue lanzada en streaming el 24 de noviembre pasado en Netflix. Todo eso, sin duda, aportó a ser conocido a nivel nacional, antes de su arribo a la Casa Blanca, bajo el mando de Trump.
En un momento dado, Vance no estuvo de acuerdo con la irrupción de Donald Trump en la política interna del Partido Republicano, ni en la del país en general y se declaró su adversario en ese renglón. Sin embargo, con el paso del tiempo, Vance se adhirió “a la causa” del actual presidente (si es que alguna vez tuvo una “causa” definida y real), hasta ser convertido en el vicepresidente que ahora conocemos. Esa simpatía surgió durante la primera administración de Trump. En el 2022, Vance ganó las elecciones al Senado por su natal Ohio y fue senador del 2023 al 2025; y en julio del 2024, Trump lo eligió para que fuera su vicepresidente.
En el aspecto político/ideológico, Vance es considerado un conservador nacional y un populista de derechas, aunque se describe a sí mismo miembro de la derecha posliberal. Se opone al aborto, al matrimonio entre personas del mismo sexo (abomina la homosexualidad, según ha manifestado repetidas ocasiones); se opone también al control de armas y a la ayuda militar de los Estados Unidos a Ucrania, según pudimos observar de primera mano cuando llamó “malagradecido” al mandatario ucraniano, Volodimir Zelenski, durante la última visita de éste a la Casa Blanca. Así mismo, Vance ha sido un crítico abierto a la falta de hijos en muchas familias y ha reconocido la influencia decidida de la teología católica en sus posiciones y proposiciones socio-políticas.
En lo que estriba a su concepción del mundo, J.D. Vance se opone al aborto y rotundamente a la Ley de Respeto al Matrimonio, que contempla el matrimonio igualitario; es decir, entre personas del mismo sexo. Es cuando ha dicho: “creo que el matrimonio es entre un hombre y una mujer.” También se opone tajantemente a que haya control en la venta de armas dentro de los Estados Unidos y en esto (y en lo otro de la homosexualidad), es muy similar al pensamiento de Donald Trump.
En lo que se refiere a las familias, dejó claro en aquel discurso suyo pronunciado en el 2021 en el Intercollegiate Studies Institute, que las familias sin hijos son un verdadero problema y señaló, en aquella ocasión, a la izquierda sin hijos, que es la culpable de los problemas actuales de los Estados Unidos; al paso que dejaba sus mejores palabras para elogiar al mandatario húngaro, Viktor Orbán, por alentar a las parejas casadas a tener hijos. Así mismo, Vance manifestó en ese mismo discurso, que los padres deberían tener más voz y voto en el funcionamiento de la democracia, que aquellos que no tienen hijos. Es decir, más peso para los que tienen descendencia, que aquellos que no la tienen o no la quieren.
Y en el espinoso tema de la inmigración descontrolada hacia USA, Vance ha tenido alguna contradicción o paradoja en el pasado, precisamente cuando amonestó a Trump por demonizar a los inmigrantes, pero, últimamente, este mismo vicepresidente ha catalogado los efectos de la inmigración ilegal de “sucios.” Incluso apoyó la propuesta de su jefe Trump para levantar el famoso muro en la frontera sur con México, cosa que nunca se hizo finalmente, y rechazó la idea de que los defensores de dicho muro son racistas. Zanjó esta discusión incluso, al proponer que se deberían gastar US$3 mil millones para concluir esa enorme y extensa valla intrafronteriza.
En cuanto a la política exterior de los Estados Unidos, Vance ha manifestado categórico que está en desacuerdo en retirarse de la OTAN, o la Alianza de ejércitos europeos con los Estados Unidos, pero cree que la atención de los estadounidenses tiene que trasladarse ahora al Este de Asia, ante el diferendo que los chinos sostienen con la isla de Taiwán, que quieren anexionar. Esa posición suya, que es la misma de su gobierno, la dejó conocer en la reciente Conferencia de Seguridad de Munich, Alemania, donde representó a su país. También allí hizo hincapié en que ciertos países europeos y miembros de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), no están gastando lo suficiente en su propia seguridad. Y en el candente tema de Ucrania, la invasión rusa a esta nación, J.D. Vance se erige como un crítico fuerte y duro, contrario a la ayuda militar que los Estados Unidos han dado a esa nación europea. Y aquí aparece justamente el punto “negro” en su discurso, porque ha dicho que los ucranianos deberían, con la anuencia absoluta de los Estados Unidos, ceder parte de su territorio a los rusos. “Le conviene a Ucrania ceder esas regiones,” ha dicho. Aquí hay que recordar que, en diciembre del 2023, Vance fue criticado porque pidió la suspensión de más ayuda a Ucrania, porque manifestó que los ministros ucranianos utilizarían el dinero para comprar yates más grandes para su diversión.
Y en lo que respecta al genocidio que Israel lleva a efecto en contra de Palestina, Vance cree que la financiación estadounidense a los israelíes en esa masacre, es buena y oportuna, porque se declara enemigo absoluto de la facción armada de Hamás, la guerrilla palestina, a la cual considera sin titubeos, terrorista. Por supuesto, se abstiene de criticar al genocida judío, Benjamín Netanyahu, quien lleva a cabo tal masacre.
Más peligroso que Trump
Para Europa Occidental, la continuidad de la política y decisiones de Donald Trump, una vez que se haya alejado de la presidencia de los Estados Unidos, descansaría sobre los hombros de su actual vicepresidente James David Vance. Hay preocupaciones que van creciendo en los líderes europeos, porque el curso iniciado por Trump, podría continuar o en vigencia, aun después de que finalice su mandato.
Consideran a Vance una amenaza que podría ser mayor que esta que proviene de Donald Trump, de acuerdo a opiniones recogidas de personalidades de la política de Europa. “El discurso (de Vance), en Munich, cimentó las opiniones acerca de él dentro del bloque como antieuropeo y más peligroso que Trump.” Así según información dada por un diplomático de la Unión Europea (UE), quien pidió se mantuviera en el anonimato su nombre.
El regreso a la presidencia de Trump, “ya había desatado el pánico entre los gobiernos europeos, que se preguntaban cómo iban a evitar que la Alianza Transatlántica se resquebrajara en los próximos cuatro años”, pero Vance está ahondado todavía más esos temores de que las divisiones puedan volverse permanentes, si llegara a suceder a Trump en un eventual gobierno suyo, después del actual.
Además de su discurso en Munich, sus gritos dirigidos a Zelenski en la Casa Blanca, haciéndose eco de los alaridos que Trump profirió al ucraniano, provocaron más y mayores preocupaciones en los líderes europeos y ya han hablado de la “influencia potencial” del vicepresidente estadounidense. De hecho y avistando hacia el futuro, después de que este gobierno republicano finalice, las preocupaciones crecen porque el curso político emprendido por Trump siga vigente: “La condición de Vance como heredero del movimiento MAGA (‘Make, America Great Again’), preocupa a los europeos.” Afirma el mismo diplomático sumido entre penumbras para no ser identificado. Sin embargo, Trump manifestó que era demasiado pronto para hablar de un sucesor cuando termine su segundo mandato, en el 2029; pero el puesto de vicepresidente convierte a Vance en un “aspirante por defecto.” Esta consideración ha llevado a los europeos a opinar de esta manera, más todavía cuando han conocido la personalidad de J.D. Vance: “No podemos tratar a Trump como una aberración, como hicimos en el 2016; no hay excusa para cruzar los dedos y esperar que en cuatro años las cosas vuelvan a la normalidad.” Así según Ed Davey, líder del Partido Liberal Demócrata.
En todo caso, los europeos que están analizando a la figura del vicepresidente de los Estados Unidos, lo recuerdan cuando dijo en Munich, durante la Conferencia de Seguridad: “La amenaza que más me preocupa respecto a Europa no es Rusia, no es China, no es ningún otro actor externo. Lo que me preocupa es la amenaza desde dentro, el retroceso de Europa respecto a algunos de sus valores más fundamentales, valores compartidos con Estados Unidos. Cuando vemos a las Cortes europeas cancelando elecciones, con altos funcionarios amenazando con cancelar otras, tenemos que preguntarnos si nos ceñimos a unos estándares debidamente altos” y se preguntó por qué lucha Europa y de qué se está defendiendo: “Si ustedes corren con miedo a sus propios votantes, no hay nada que Estados Unidos pueda hacer por ustedes, ni, por ende, hay nada que ustedes puedan hacer por el pueblo estadounidense que me eligió a mí y eligió al presidente Trump.” Reafirmó.
Posiblemente los europeos se estén adelantando a los acontecimientos, pues todavía hay por delante cuatro largos años de administración de Donald Trump que tendrán que agotarse y talvez J.D. Vance jamás llegue a la presidencia de su país al ser derrotado en una eventual elección nacional, porque lo cierto es que, en asuntos del destino, sólo Dios y el destino mismo saben lo que habremos de vivir y experimentar. Nadie más. Y lo que se diga, será sólo especulación y conjetura. Pero en cuanto a la personalidad de Vance, no ha gustado a nadie en Europa, según lo que ha dejado conocer.
Donald Trump se Da Cuenta de que Putin se Burla de Él y Ha Amenazado al Genocida Ruso
WASHINGTON D.C. USA-(Especial para The City Newspaper) Mientras Donald Trump clama más y más a favor de la pacificación del conflicto entre Rusia (el invasor) y Ucrania (el invadido), el ruso Vladímir Putin bombardea con más furia, rencor y ahínco a las ciudades ucranianas, en especial a Kiev, la Capital y la pregunta que se desprende de esta amarga (y criminal) situación es, ¿Se dio cuenta Trump del juego burlesco de parte de quien él llama “mi amigo” o tuvieron que abrirle los ojos para que notara el sarcasmo, la falsedad y el aumento de la criminalidad por parte de Putin en la guerra que libra por apoderarse de toda Ucrania?
Da la impresión que el mandatario estadounidense no lo había notado y alguien en el Pentágono, presumiblemente, le tuvo que advertir que “mientras usted exige que se depongan las armas, se dialogue entre los bandos en conflicto y llama “mi amigo” a Putin, éste arrecia sus ataques con misiles y drones a objetivos dentro de suelo ucraniano.” Así tuvo que ser la argumentación que le dijeron al crédulo e ignorante en estos avatares, Donald Trump.
Incluso el mandatario francés, Emmanuel Macron, durante su gira reciente que efectuó por Asia, dijo que “el presidente Trump se ha dado cuenta de que Putin le mintió cuando le dijo por teléfono que estaba listo para paz. Espero que la ira de Trump se traduzca en acciones. Nuestra prioridad ahora es dar un plazo a Putin para un alto al fuego, para que todo el mundo pueda comprobar si miente. Más allá de ese plazo, tiene que haber represalias masivas en forma de sanciones.” Expresó Macron en su visita a Hanoi, Vietnam, antes de continuar por otras naciones del continente asiático. Antes de dichas declaraciones, el presidente galo se había enterado de que los rusos habían bombardeado nuevamente Ucrania –algo que realizan casi todos los días sin interrupción ni respetar las promesas hechas a Trump en torno a la paz-, cuando causó 12 muertos entre la población civil y 79 heridos, debido al uso de cientos de drones y decenas de misiles. Luego, los mismos rusos volvieron a atacar a Ucrania de manera masiva con nueve misiles de crucero Kh-101 y 355 drones, según un parte emitido por la Fuerza Aérea ucraniana.
Advertencia a Putin
Después de estos ataques rusos, Donald Trump aseguró que Putin estaba “loco” y mostró su desconfianza hacia el dictador de Rusia luego de que creyera ciegamente en sus promesas relacionadas con su deseo de decretar un alto al fuego en Ucrania. El mandatario estadounidense criticó a Vladímir Putin por estancar los esfuerzos para poner fin a la guerra y le advirtió que “está jugando con fuego” al negarse a detener los ataques contra el territorio ucraniano. Fue cuando afirmó: “Lo que Vladímir Putin no entiende es que, si no fuera por mí, a Rusia ya le habrían ocurrido muchísimas cosas malas y quiero decir ‘muy malas’. ¡Está jugando con fuego!” Publicó en su red Truth Social, con su parquedad de vocabulario que le caracteriza; sin embargo, no especificó de qué se ha librado Putin y cuáles son esas “cosas muy malas” que Trump ha obstaculizado para que no le causen daño al ruso genocida e invasor del país vecino.
Agregó Trump ante la prensa reunida frente a él en uno de los salones de la Casa Blanca, que está meditando imponer sanciones a Moscú, “porque Putin está matando a mucha gente.” Y nuevamente en Truth Social escribió: “Siempre he tenido una muy buena relación con el presidente (entiéndase dictador) ruso, pero éste se ha vuelto completamente loco; y si busca invadir toda Ucrania, lo único que logrará será la caída de Rusia.” Pero tampoco aclaró de qué manera Rusia “va a caer”, lo que deja imaginar que los Estados Unidos podrían intervenir en la guerra directamente o enviando más armamento a los ucranianos para repeler y contestar al fuego de los invasores llegados desde Moscú.
En lo que estriba a las sanciones económicas, es poco lo que falta por sancionarle a Rusia y sus finanzas por parte de los Estados Unidos y de la Unión Europea (UE), pero lo que los analistas económicos internacionales creen, y así lo ha dicho Trump en otras oportunidades, se fundamenta en que el gobierno estadounidense podría sancionar a aquellos terceros países que tienen relaciones comerciales con los rusos o que actúan de testaferros, permitiendo y adquiriendo el petróleo y otros productos de exportación rusos y lo venden a otras naciones como si fuesen suyos, aunque, en el fondo, ese dinero que obtienen por las ventas realmente pertenece a Moscú; es decir, actúan como “tapaderas” para que las naciones sancionantes no puedan detectar las exportaciones efectuadas por Rusia. Es por esa razón que Trump (o sus asesores en este caso), han pensado sancionar económicamente a esos gobiernos que favorecen a Putin y dejen de actuar como testaferros comerciales. Es por esa causa que la economía rusa no ha colapsado, ya que ha continuado sus exportaciones y ventas a países amigos o socios comerciales, repartidos en los cinco continentes. Hay quienes aseguran que las sanciones decretadas contra Rusia, apenas han tocado levemente a las finanzas del Kremlin y su dictadura que encabeza Vladímir Putin.
Algunos gobiernos que apoyan moral y comercialmente a Moscú son China, Corea del Norte, Vietnam y aquellos que pertenecen a las naciones que una vez estuvieron en la órbita de la Unión Soviética, como Azerbayán, Tayikistán y otras que fingen ser exportadoras de sus propios productos, pero, en verdad, son rubros rusos, cuyas ganancias son también para Rusia y su dictadura.
Lo cierto es que Putin no ha manifestado ninguna opinión después de esta amenaza hecha por Trump y tampoco lo han hecho sus colaboradores que siempre salen a la prensa y hablan a favor del tirano.
Intensificar el terror…
Lo que ha sido muy notoria ha sido la intensificación del terror en Ucrania por parte de Vladímir Putin, desde que Donald Trump ganó las pasadas elecciones en los Estados Unidos y que le permitieron regresar al poder. Da la impresión de que el genocida ruso se sintió más cómodo y seguro que cuando estaba en la Casa Blanca Joe Biden y su equipo, quien no dudó ni un instante en armar cuantiosamente a Ucrania, para que llevara adelante su guerra contra Rusia; incluso, los ucranianos se permitieron invadir también territorio ruso, en la región de Kursk.
Hoy, y en otras palabras, la estrategia de Putin ha sido aumentar el terror en Ucrania ante el apaciguamiento de Trump, quien cometió el error de recargar las culpas de esta guerra en los hombros del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, mientras dejaba libre de consciencia al verdadero invasor, quien no fue otro que Putin. Es por eso que periódicos ucranianos han publicado que “Rusia aprovecha cada muestra de debilidad para atacar civiles: Moscú ha bombardeado el centro de las ciudades ucranianas en más de 40 oportunidades en lo que lleva transcurrido el presente año del 2025.” Un ejemplo de ello fue el ataque que efectuaron los rusos sobre Sumy, en Ucrania, donde dejaron 35 muertos y más de 120 heridos. Todos ellos civiles ucranianos. En ese momento Donald Trump, en medio de su palabrería equivocada en lo más profundo, dijo que posiblemente se trató de un error (táctico) de parte de los rusos: “Fue un error horrible”, dijo el comúnmente obtuso presidente de los Estados Unidos; pero, observando serenamente el acontecimiento, fue evidente que Moscú no se equivocó en nada y usó dos misiles balísticos Iskander, dotados con munición de racimo (que extiende el radio de destrucción), contra el centro de una ciudad poblada densamente y a la hora en que la gente salía de la misa de un domingo. Esta ha sido parte de la estrategia de terror empleada por Putin desde que inició su invasión a Ucrania. De hecho, el Iskander, a diferencia de otros misiles, es muy preciso y rara vez ocurriría “un error” una vez disparado un proyectil de estos, según citó el mandatario estadounidense, dado a eximir de toda culpa al genocida ruso, hasta hace pocos días cuando alguien le hizo ver la falta de voluntad del mismo por dialogar y alcanzar finalmente la paz: el bombardeo contra blancos civiles es una constante que gusta practicar al genocida ruso; de allí precisamente que el calificativo de genocida y la orden de captura de parte de la Corte Penal Internacional (CPI), que pesa sobre él, así lo corroboren.
En respuesta a ese asesinato de civiles ucranianos, el ejército de Ucrania lanzó un ataque contra la Base de la 112 brigada de Rusia, ubicada a unos 700 kilómetros del frente de guerra, ya que fue la responsable del ataque al centro de la ciudad de Sumy; fue una especie de bombardeo de venganza con varios drones ucranianos que destruyeron instalaciones y edificios de la brigada rusa. La sucesión de este tipo de ataques de parte de los rusos, representa un patrón habitual: en otra ocasión, en este mismo año y coincidiendo con la presencia de Donald Trump en el gobierno norteamericano, un misil Iskander cayó en un parque infantil de la ciudad de Krivih Rig, la localidad donde nació el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, y mató a nueve niños que allí jugaban. También el artefacto mortal portaba munición de racimo, que permite que las víctimas sean más numerosas. Una semana después, los rusos atacaron de la misma forma el centro de Járkiv; de tal manera que, en lo que lleva transcurrido el presente año, los invasores han lanzado más de 35 bombardeos con misiles balísticos contra Kiev, la Capital, Zaporiya, Dnipro y otras urbes ubicadas en el Este de Ucrania.
Para los entendidos en conflictos militares, esos bombardeos ordenados por Putin contra objetivos civiles antes que los bélicos, obedecen a una doble estrategia del Kremlin, “muy engrasada” durante toda la invasión a Ucrania: por un lado, es una manera de castigar a la población y doblegar su moral cuando las cosas se atascan en el campo de batalla, porque, a cada avance ruso frustrado por el ejército ucraniano, suelen acompañarlo los invasores con un ataque a distancia contra los civiles ucranianos. Por otra parte, Vladímir Putin suele actuar así ante las maniobras apaciguadores de sus interlocutores; es decir, cuando percibe cierto grado de lo que él cree que es debilidad, entonces responde con mayor agresividad lanzando los misiles y drones contra sus enemigos. Ejemplos de esta actitud criminal de parte del genocida ruso se daba cuando líderes europeos occidentales lo llamaban, vía telefónica, para convencerle de establecer la paz. Uno de ellos era el ex canciller alemán, Olaf Scholz, quien dialogaba asiduamente con Putin. Fue entonces cuando, después de una de estas conversaciones conciliatorias provenidas del ex líder teutón, el 15 de noviembre del año pasado, Putin ordenó disparar sobre varias regiones ucranianas unos 120 misiles y 90 drones. En esa andanada, en ese ataque cobarde, iban misiles de crucero, balísticos, aerobalísitcos (Zircon, Iskander y Kinshal), que provocaron la muerte de muchos civiles y dejó postrados a varios heridos también. Esa determinación refleja con toda claridad lo que hay en el alma y en el pensamiento del dictador ruso, quien entiende que, ante las excitativas de la paz, él debe responder con más y mayor cantidad de muertos en Ucrania y con una actitud inflexible con respecto a la paz y a la pacificación del conflicto.
Ante tales circunstancias, los analistas bélicos no han dudado en calificar el “proceso” (improvisado y chapucero) de Donald Trump por la paz, con el término de “fallido” de principio a fin y que incluye la humillación que le causó Trump a Zelenski en la Casa Blanca, de la que Putin y sus allegados en su dictadura hicieron escarnio en redes sociales y en los medios de prensa rusos. En consecuencia, Putin desplegó todo su arsenal de misiles y drones contra las ciudades ucranianas, a sabiendas de que Washington no tomaría medidas, hiciera lo que hiciera el habitante del Kremlin. Para muchos analistas, Trump se ha postrado ante un envalentonado y canalla Vladímir Putin, quien se mofa en su Despacho ante la ignorancia, “la miopía” bélica y política, que padece Donald Trump, incapaz de darse cuenta, hasta el momento cuando sus asesores se lo explicaron, de que el ruso jugaba con su voluntad y sus deseos de establecer la paz en Ucrania. Y para colmo de males, cuando Zelenski le ofreció a Trump comprarle baterías Patriot para defender a las ciudades ucranianas de los ataques rusos, la respuesta del norteamericano fue una tajante negativa. Esa venta iba a alcanzar los US$15,000 millones. Y la negativa de Trump fue acompañada de una burla contra Zelenski, mientras Putin se solazaba por tener a un aliado tan poderoso e importante en Washington en la figura de Donald Trump, quien negaba todo al ucraniano y le favorecía a él y su genocidio e invasión en Ucrania.
Pero el obtuso mandatario estadounidense y sus colaboradores más cercanos no se quedaron en ese tipo de negativas, sino que han manifestado sentirse “hartos de Europa”, un calificativo que fue reproducido por la revista The Economist, dentro de un reportaje que aseguró que esos mismos colaboradores de Trump no desean que los gobiernos europeos sigan apoyando a Ucrania en su defensa contra el criminal ejército ruso: “algunos funcionarios del Pentágono –señala la revista-, incluso han preguntado a un aliado no especificado, por qué continúa enviando ayuda militar a Ucrania.” De hecho, los reiterados viajes del secretario de Estado, Marco Rubio, y el enviado especial presidencial, Steve Witkoff, a distintas ciudades europeas, han tenido como objetivo convencer a los líderes del Viejo Continente “de las bondades del plan de paz (¿!) de Trump para poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania.” A éste se le añadieron las concesiones que Trump desea dar al agresor ubicado en Moscú y las duras imposiciones que pretende para el invadido. Es decir, una política totalmente demencial, desfasada, fuera de todo registro y cabales, en la que Ucrania saldría profundamente perjudicada cuando se le ordena que entregue sin luchar el territorio del Donbass, que se olvide de la península de Crimea, que se desarme (que su ejército sea una auténtica piltrafa), y se abstenga de ingresar a la OTAN, mientras a Putin, el carnicero, se le entregan todas sus exigencias y se le exime de toda culpa en esta guerra. Algo inconcebible de principio a fin. Pero la respuesta de Europa, un continente que sabe lo que es luchar denodadamente por alcanzar y recobrar la libertad, fue la de no hacer caso a lo bestial de tal “plan de paz” de Trump; en principio porque la propia seguridad de Europa pasa por el apoyo que le siga dando a Ucrania; y porque, en lo subsecuente, Putin podría invadir a las naciones bálticas, a Polonia, Finlandia o a cualquier otra nación libre del continente, a sabiendas de que sus exigencias se podrían convertir en “anhelos realizables o alcanzables”, con la venia de un presidente estadounidense analfabeto y desconocedor de todo lo que se refiere a la política y a la guerra. Aquí y de frente al invasor de Ucrania, lo que procede es castigar a Rusia con toda fuerza y decisión y ayudar a Ucrania hasta alcanzar la victoria militar o una paz justa. Otra razón, simplemente sería una sinrazón.
El “plan de Trump” simplemente es un “plan de capitulación”
Justamente eso es lo que piensan los ucranianos. La iniciativa de Trump, descabellada como ella sola, es tan fuertemente criticada en Ucrania como rechazada por sus autoridades gubernamentales, militares y civiles y se preguntan: ¿Es nuestra situación (la de Ucrania), tan desesperada como para que el país entero tenga que aceptar una estupidez tan grande como la que pretende Trump que se le conceda al criminal Vladímir Putin?
Según este atolondrado y estúpido “plan de paz” que ha ventilado a los cuatro vientos Donald Trump y que ha reproducido el portal de noticias Axios, daría el control absoluto a Moscú sobre la península de Crimea; congelar la guerra en el frente y proporcionar garantías de seguridad a Ucrania (recordemos que “la seguridad” que ofrece Trump, es la misma que ha afectado profundamente a la seguridad de la OTAN; es decir, es endeble, es, por el contrario, inseguridad con todas sus letras); así mismo se le ofrecería a Kiev devolverle una pequeña parte de la región de Jarkiv, supuestamente ocupada por el ejército ruso en estos momentos, así como cruzar sin obstáculos el río Dniéper, que fluye a lo largo de la línea del frente en el sur de Ucrania. Trump también garantiza a Putin que Ucrania no se convertirá en miembro de la OTAN, aunque sí podrá formar parte de la Unión Europea (UE); es decir, la fábula mortal o suicida “del asno amarrado (Ucrania), con el tigre suelto (Rusia).” Los ucranianos comenzarían a vivir, una vez firmadas las actas que dan origen a la paz, en medio de su peor indefensión desde que el carnicero y dictador de la Unión Soviética, Josef Stalin, mató de hambre a más de 5 millones de ucranianos en la década de los años 30, del Siglo XX. Así mismo, esta bestia que ha llegado a la Casa Blanca, ordenaría el levantamiento de todas las sanciones económicas impuestas a Rusia desde el 2014, más la ampliación de la cooperación económica con los Estados Unidos, especialmente en los sectores energético e industrial. Es decir, sería una entrega de todo lo soñado por Putin y más allá, a costas de Ucrania, su seguridad, su libertad y a expensas de que podría ser invadida nuevamente y arrebatarle más territorios por parte de un genocida ávido de más conquistas extraterritoriales.
Pero la respuesta que dejó atónito y sin sus vagos y absurdos argumentos a Donald Trump, no tardó en darse desde Kiev: “Ucrania no reconocería la ocupación rusa de Crimea”, contestóle Zelenski; y la ministra ucraniana de Economía, Yulia Sviridenko, escribió en su cuenta de X: “Ucrania está dispuesta a negociar, pero no a rendirse.” Pero la estúpida respuesta de Trump, pocos minutos después fue: “Zelenski ha complicado las negociaciones con sus declaraciones sobre Crimea. La situación de Ucrania es terrible.” No hay duda, la tétrica e insoportable realidad por la que transita Ucrania hoy en día, se fundamenta en tener que escuchar y soportar a una bestia en el amplio sentido del vocablo, en la figura estúpida de Donald Trump y su grupo de leales supremacistas blancos que le acompañan en la Casa Blanca. Tampoco la situación de Ucrania es como Trump quiere hacerle creer a la gente y principalmente a sí mismo, dentro de su escaso cerebro fantasioso, según Sergii Kusan, director del Centro Ucraniano para la Seguridad y la Cooperación, quien lo corrobora con estas afirmaciones: “la realidad en Ucrania sólo parece terrible en la imaginación de Donald Trump. Las Fuerzas Armadas ucranianas están logrando éxitos tácticos en determinados sectores del frente, la industria armamentística del país está creciendo, sus socios en Europa se están uniendo cada vez más en torno a Ucrania y la apoyan. Pero lo más importante es que el ejército ucraniano continúa destruyendo el potencial de las tropas rusas. Nuestra situación es mucho mejor que hace un año. Hoy estamos disparando contra rusos con la misma fuerza o incluso más fuerte que ellos. Sin embargo, admito que el ejército ruso ha logrado éxitos tácticos en el campo de batalla, como la ocupación de algunas pequeñas ciudades ucranianas en el Este del país. La afirmación rusa de que nuestro sistema de defensa colapsaría y ellos ocuparían toda Ucrania, es pura ilusión. Simplemente no tienen las reservas para ello.” Enfatiza el experto.
Y para Hanna Schelest, observadora del grupo de análisis ucraniano Prism, cree que “cada vez que el enviado especial del presidente estadounidense, Steve Witkoff, regresa desde Moscú, expone una visión rusa de la realidad: esta consiste en que Rusia es más fuerte y puede continuar la guerra durante mucho tiempo, mientras que Ucrania es débil y nadie la necesita. Por lo tanto, Trump cree firmemente que está haciendo algo bueno por Ucrania. Quien vaya a la Casa Blanca y se reúna con Trump, debería decirle lo mismo que Ucrania le está diciendo…”
Para un numeroso grupo de observadores de lo que sucede en Ucrania, el reconocimiento legal de Crimea como territorio ruso, tal y como ha ventilado Trump, simplemente será rechazado ad portas por todos los ucranianos; en lo que respecta a prohibir que Ucrania se una a la OTAN, es más complicado, porque “si no se establece claramente que Ucrania no tiene derecho a unirse a la OTAN, se le podría prometer extraoficialmente la adhesión, pero esto no ocurrirá de inmediato. (Además) el poder Estatal en Washington y Moscú, también podría cambiar en algún momento.” Aseguran.
En opinión el politólogo ucraniano, Volodimir Fesenko, cree que el gobierno de los Estados Unidos “va por el camino equivocado porque presiona a Ucrania y la obliga a hacer concesiones importantes. Al mismo tiempo, complacería a Rusia, aunque las partes en conflicto (los ejércitos), está prácticamente en la misma posición, independientemente de lo que diga Trump. Yo sospecho que Estados Unidos, al no haber logrado obligar a Ucrania a aceptar un acuerdo de paz desfavorable, podría hacer una pausa hasta que llegue un momento más apropiado, pero sin retirarse formalmente del proceso de negociaciones. Esto es malo para nosotros, pero definitivamente no es peor que reconocer a Crimea como parte de Rusia, porque lo que vendría después, sería aún peor: se añadirían más regiones y demandas (por parte de los rusos).” Puntualizó.
Los tártaros, voces con autoridad
Donald Trump, en medio de su insuperable y congénita estupidez que lo han convertido en uno de los presidentes más incapaces, brutos, bestiales y nada inteligentes de cuantos ha habido en los Estados Unidos, muy inferior a sujetos como Lyndon B. Johnson o Jimmy Carter, dijo de manera absurda, categórica e inaceptable: “Crimea permanecerá con Rusia (en su poder).” ¿A ver si a él le gustaría que la parte Este de Manhattan, la isla que le vio nacer, pasara a manos de la mafia italiana que allí reside, sin que los neoyorkinos puedan decir algo contrario? No creemos que a este anacrónico y troglodita presidente de USA le guste la idea. Lo mismo que a los habitantes originarios de Crimea… los tártaros y estas son las consideraciones acerca del tema: “Sabemos perfectamente cómo es Rusia. Es la sucesora de la Unión Soviética, que en su día deportó a mi madre y a mi abuela. Nos llevó medio siglo regresar a nuestra patria y no volveremos a irnos. Esperaremos aquí el regreso del Estado ucraniano.” Indica una residente de Crimea, quien se siente ucraniana por encima de cualquier otra nacionalidad que quieran imponerle a la fuerza. Mientras otra dice lo siguiente: “Nuestro pueblo ha luchado por el derecho a vivir en su propia tierra. Por eso esta lucha continuará, independientemente de la situación política. La opresión de la población originaria comenzó con la conquista de Crimea por parte de la Rusia zarista (siglos atrás). Continuó bajo la Unión Soviética tras la Revolución rusa y en 1944, los tártaros de Crimea fueron deportados a Asia Central (por Stalin). Sólo se les permitió regresar a su patria en la década de 1990, tras el colapso de la Unión Soviética y recibir el permiso de Ucrania, que había obtenido la independencia. En 2014, Crimea volvió a caer bajo la ocupación rusa y muchos tártaros crimeos fueron perseguidos por su postura pro-ucraniana y obligados a abandonar su patria. En aquel momento –afirma la segunda mujer que solicitó su anonimato lo mismo que la primera-, los tártaros de Crimea estaban decepcionados porque el gobierno ucraniano (que no era el de Zelenski), no había luchado para mantener la península como parte de Ucrania. Yo me sentiría aliviada si hoy una decisión política pusiera fin a las muertes diarias de la guerra en Ucrania; por otro lado, muchos creen que si Ucrania reconociera los territorios ocupados como rusos, todas esas vidas se habrían sacrificado en vano en defensa de la independencia y la condición de Estado de Ucrania. En mi opinión, el tratado de paz que se está debatiendo, legitimaría las concesiones territoriales a Rusia y temo que, en ese caso, las personas de los territorios ocupados, podrían convertirse en prisioneros políticos, porque allí se aplicaría la legislación rusa.”
Para Nariman Dzhelyal, primer vicepresidente del Mejlis, el órgano representativo de los tártaros de Crimea, y ex preso político, “el debate sobre ceder territorio a Rusia, por supuesto genera una reacción negativa, tanto en la mente como en el corazón. Durante los años de ocupación de Crimea y la agresión rusa, hemos dependido de Estados Unidos. Para la mayoría de los ucranianos y ciertos residentes de Crimea, Estados Unidos siempre ha sido un líder en la protección de los derechos humanos y un bastión de la democracia y ahora estamos experimentado un cambio radical (con las imposiciones de Donald Trump), un pragmatismo comercial. Ucrania, en realidad, puede hacer poco por la población local. Por eso, actos simbólicos como las declaraciones de que no reconocerá la anexión de Crimea y que desea reintegrarla a Ucrania, son el vínculo más importante entre nuestro pueblo y el territorio libre de Ucrania. Aceptar la propuesta de Trump y sus representantes, rompería este vínculo.” Su partido, el Mejlis, órgano ejecutivo central de los tártaros de Crimea, fue calificado y clasificado por Moscú como “organización extremista” y fue prohibido por Putin en abril del 2016.
Finalmente, en consideración de Saydamet Mustafayed, otro tártaro de Crimea: “Nuestro pueblo nunca confiará en el imperio ruso. No veo ningún acuerdo de paz con Vladímir Putin. Siempre he sido pacifista y quiero vivir en paz; pero no entiendo cómo se puede negociar con esa persona cuando su objetivo es destruir la identidad ucraniana. Yo espero que la guerra ruso-ucraniana finalice con la liberación de Crimea, tal y como comenzó con la ocupación de la península (de parte de los rusos). Creo que un acuerdo de paz con concesiones territoriales, conduciría inevitablemente a una guerra mundial.” Dice este tártaro que describe a Crimea como la “península del miedo” por el despotismo y la crueldad con la que manejan ese territorio los invasores rusos.
Las anteriores declaraciones resumen a todas las demás de parte de los tártaros, quienes dicen que no se puede renunciar a la tierra de sus ancestros y que les vio nacer a ellos mismos: “Puedes renunciar a todo –aseguran-, pero no a tu propio país. No luchamos por eso.” Es por esa razón y otras más que Donald Trump sufre un penoso y peligroso desfase, una ignorancia casi total sobre lo que sucede actualmente en Ucrania y ofende profundamente a los habitantes originarios de Crimea, quienes odian a los rusos desde épocas donde la memoria se pierde en el tiempo. Es en este punto cuando reproducimos fielmente las palabras de Tamila Tasheva, diputada del parlamento ucraniano, quien reúne todo el sentimiento de su pueblo, el de Ucrania, y que responde a las bestialidades que crea y alberga Donald Trump en su cerebro febril y escaso de todas las nociones: “La soberanía, la integridad territorial y los derechos de los ucranianos bajo ocupación son innegociables. Reconocer Crimea como parte de Rusia, no sólo significaría ceder el territorio, sino también negar la experiencia de persecución, arresto y deportación que han sufrido los ucranianos y los tártaros de Crimea en la península. (…) Nunca reconoceremos la ocupación como algo normal.” Acentúa esta mujer que fue representante del presidente de Ucrania en la República Autónoma de Crimea, del 2022 al 2024.
En este preciso instante esperamos la reacción de Trump con Vladímir Putin, quien le ha demostrado no estar de acuerdo con la paz en Ucrania. Veremos si el obtuso ocupante de la Casa Blanca opta por sancionar al genocida ruso o sigue acuerpando su criminalidad…