EL PLANETA 

Un planeta sorprendente, que no deja de maravillarnos




Mariana, editora sección El Planeta

Retrospectiva de los Fracasos Militares de los Estados Unidos en Oriente Próximo

RIAD, Arabia Saudí-(Especial para The City Newspaper) La obsesión de los estadounidenses, de cualquiera de ellos que arribe a la Casa Blanca, es hacer de las naciones de Oriente Próximo, “lo que a ellos les parezca conveniente”, en especial la mal llamada “democratización” de esos gobiernos, que no es otra cosa que el alineamiento con Washington, ante el temor de que terminen alineándose con Irán, China o Rusia, tal y como ha sucedido en el pasado, cuando más de la mitad de esta región estuvo siempre dispuesta a formar alianza política, económica y militar con el bloque de la Unión Soviética. Aquella experiencia fue particularmente amarga para los Estados Unidos y su aliado irrefrenable, Israel.

            Sin embargo, en opinión de un versado conocedor de lo que sienten y son los islamistas en Oriente Próximo, de todas las nacionalidades, como lo fue el famosísimo y laureado actor egipcio, Omar Sharif (“El Doctor Shivago” y “Lawrence de Arabia”, entre otras decenas de películas que filmó), esta es la realidad de lo que se vive en esta zona tan “candente” y explosiva del mundo: “En Occidente no comprenden –contestó a la pregunta de un periodista durante una visita que el actor hizo a España-, la distinción entre los árabes y el resto del mundo. La religión del Islam no sólo habla de la relación del hombre con Dios. El Corán fija el modo de vida de la gente, contiene deberes de sociología y marca el papel del gobernante.

              “Mi aviso como árabe, es que no va a haber democracia en Oriente hasta dentro de un siglo. Los árabes son tribus y tienen la filosofía del Corán; cuando hay un problema van al emir o al sultán, no saben lo que es un Parlamento. Primero habrá que enseñar a leer, a escribir y a pensar a esos pueblos y es una labor que requiere tiempo. Es inútil imponer la democracia en los países árabes. Irak, Siria y Jordania son países inventados. Hoy en día se matan más entre las tribus y los iraquíes, que a los propios americanos. Es una violencia que me da miedo y que habría que combatir de otra forma, con filosofía y educación.

            “El mundo Occidental no comprende, pese a toda su erudición, que en el mundo árabe nunca habrá una democracia, ni ahora ni en mil años. Las tradiciones árabes no lo permitirán y la idea del Parlamento, como fuente de autoridad política, es completamente extraña a su cultura. Los árabes viven, desde hace siglos, en sociedades tribales y la autoridad que reconocen es el jefe de la tribu. El Parlamento como fuente de la autoridad política, les es, en cambio, extraña.

           “Soy escéptico ante unas posibles elecciones (en cualquier nación musulmana), debido a que, con cinco dólares, se puede comprar cualquier elector en el mundo árabe. La democracia es muy bella y está bien cuando las circunstancias culturales son favorables, pero no es un valor absoluto. Me parece más importante luchar contra la miseria, la ignorancia y el analfabetismo. En cuanto a la democratización del mundo árabe (en alusión al entonces gobierno de los Estados Unidos de George Bush), partiendo de Irak, pronostico a los estadounidenses una decepción terrible.” Puntualizó el supra-galardonado actor, fallecido en el 2015, y no le faltó razón en su pronóstico.

Persistencia tozudez y fracaso mortal

            El problema fundamental de los sucesivos presidentes de los Estados Unidos –con las obligatorias excepciones de rigor, en los casos de Reagan y Clinton-, radicó (y radica) en que ninguno de ellos lee nada, ni los informes que los estrategas, los ideólogos, asesores políticos y militares ponen en su escritorio en la Casa Blanca, mucho menos libros que se refieren a la idiosincrasia de los pueblos de Oriente Próximo; y de ahí, el peligrosísimo desconocimiento de lo que es esta región, lo que sienten sus pobladores y lo que necesitan a corto o lejano plazo. Es por esa razón que las palabras anteriores, expresadas por Sharif, nos atrevemos a afirmar que nadie o muy pocos de esos mandatarios de USA, las conocen. Pero si supieran lo que significan, se abstendrían de cometer tantos errores como los han cometido en el devenir de las épocas, al enviar constantemente tropas a Oriente Próximo, con las intenciones claras de implantar la democracia, una vez derrocados lo que los estadounidenses llaman con toda categoría, “dictadores”; e implantar la disciplina por medio de sus tropas en pueblos que se mueven únicamente al ritmo de su cotidianidad, de sus urgencias, necesidades y costumbres ancestrales.

            Los distintos gobernantes de los Estados Unidos no caen en la cuenta de que hay infinidad de pueblos, en el África negra, en los pueblos nómadas del Sáhara, en la India, Camboya o demás naciones, que desean ser dirigidos por quienes a ellos les perece bien; pero no piensan en democracia, un concepto que la mayoría de ellos desconocen; tampoco en sistemas occidentales de trabajo, comercio o culturales. Son personas que están a gusto con la manera como se les gobierna en la mayoría de los casos. Tratar de imponerles lo que a los occidentales les parece, es el peor error cometido por los colonizadores franceses, ingleses, a principios del siglo pasado, y en el actual por los estadounidenses. Y ese error se ha pagado con sangre. Y eso tampoco lo entienden los estadounidenses. Es decir, entre más se quieran entrometer en las vidas de esos pueblos, más y más será la cantidad de ataúdes que saldrán de Irak, Libia y demás países, conteniendo los cuerpos de marines que dieron sus jóvenes vidas en misiones que nunca quisieron llevar a cabo y por objetivos tan lejanos de sus realidades que, de manera voluntaria, nunca los hubieran confrontado. Aquí, la terquedad y el desconocimiento visceral de los distintos presidentes de los Estados Unidos, es lo que ha causado esas muertes de sus compatriotas enviados a Oriente Próximo a luchar guerras que no les competen, que las iniciaron sus mismos presidentes desde el Pentágono y que, anticipadamente, sabían que nunca las iban a ganar. En otras palabras, ese intervencionismo se ha pagado (y pagará) con las muertes. No hay otra “moneda de cambio.”

            En el caso concreto actual de Donald Trump, llamó la atención, por vez primera, un argumento que dejó escuchar. Y llamó la atención precisamente por su precisión, acorde con la realidad y la verdad; y por la sabiduría implícita, lo cual deja creer que alguien se lo dictó al oído o lo escuchó de alguno de sus asesores: “Al final –dijo-, los llamados constructores de naciones, destruyeron muchas más naciones de las que construyeron. Y los intervencionistas, intervinieron (nótese el pésimo discurso de este sujeto) en sociedades complejas que ni siquiera entendían.” Se refirió, durante su reciente visita a Riad, Capital de Arabia Saudí, a la invasión de Irak, en el 2003, para deponer al dictador Saddam Hussein y que, a la postre, desató al criminal Estado Islámico (Daesh o Isis), conformado por ex oficiales y soldados del ejército que estaba al mando de Hussein y que tanta sangre hizo derramar en Siria e Irak mismo, mientras los estadounidenses observaban aterrorizados e impotentes como los yihadistas, supra-fanáticos (y hasta drogados), atentaban en el corazón de Europa con ataques terroristas o degollaban a musulmanes trabajadores y sencillos en los desiertos iraquíes y sirios. Todo ello comenzó con la llegada de las tropas estadounidenses y la imposición de un nuevo gobierno.

            La verdad es que, con ese argumento, Trump dejó entrever que el intervencionismo de los Estados Unidos en naciones de Oriente Próximo, será cosa del pasado; aunque con este individuo, cambiante de un día para otro o de una hora a otra, nunca se sabe. Y como ejemplo fehaciente de esa naturaleza voluble, cambiante, Trump ordenó el pasado sábado 21 de junio, el ataque aéreo a los supuestos complejos de investigación atómica de Irán. Una clara intervención en los asuntos que a los estadounidenses no les competen, obviamente.

            Empero, la historia muestra que cuando Occidente, y en este caso concreto los Estados Unidos, han intervenido en la región para, supuestamente, “solucionar algún problema”, no siempre todo ha salido acorde al plan previsto y trazado en la llamada “Oficina de Crisis” de la Casa Blanca, en Washington. Y para Fawaz Gerges, profesor de Política de Oriente Próximo y Relaciones Internacionales, en la London School of  Economics and Political Science, “el intervencionismo de EE.UU ha sido una constante en las relaciones internacionales de Medio Oriente desde finales de la década de 1940. Los recientes ataques aéreos estadounidenses contra Irán, son otro claro ejemplo de esa política.” Puntualiza este autor del libro “What Really Went Wrong: The West and the Failure of Democracy in the Middle East” (“Lo que realmente salió mal: Occidente y el fracaso de la democracia en Medio Oriente.”)

            Parece que la solución a ese intervencionismo estadounidense, se basa en dos ejes: 1. dejar que las cosas sucedan en la región; es decir, no intervenir del todo, a no ser que algún gobernante se los pida en forma directa; y 2. Abandonar la inepta idea de que la democracia debe ser para todos alrededor del orbe y hay que implantarla a toda costa y esfuerzo, aun cuando nadie se los haya pedido. Pero los estadounidenses –y menos Trump., están en condiciones de entender algo tan simple como eso. Es decir, como vecinos de nuestro vecino de al lado, no podemos irrumpir por la fuerza en su casa para imponerle nuestras costumbres, cambiarle “sus feos” muebles y decirle a la mujer de aquel, lo que debe cocinar, servir y darles de comer a sus hijos y esposo. Ese aspecto tan elemental, es un verdadero quebradero de cabeza para los políticos, estrategas, analistas y militares de los Estados Unidos.

            Repasemos algunas de las fallidas intervenciones, a través de las décadas, de los norteamericanos, en naciones de Oriente Próximo…

1953. Apoyo al Sha de Irán, Mohammad Reza Pahlaví

            En ese año, en contraste con las elecciones celebradas democráticamente -como les gusta a los estadounidenses-, la CIA y el servicio secreto inglés, apoyaron un golpe de Estado contra el primer ministro iraní, Mohammad Mossadeq, quien fue votado mayoritariamente por su pueblo; pero no fue de la complacencia de la Casa Blanca ni del 10 de Downing Street, sede del gobierno británico, y procedieron a planear y apoyar la asonada llevada a efecto por el ejército de Irán. “El pecado” de Mossadeq, quien apenas tenía en el cargo dos años solamente, fue prometer que iba a nacionalizar las vastas reservas de petróleo, propiedad de los iraníes. Esa afirmación del premier fue recibida por Washington y Londres como un “síndrome” que sacudió las cabezas de sus dirigentes políticos, ya que ambos países dependían del crudo iraní, después de la Segunda Guerra Mundial. A esta preocupación de índole económica, le sumaron las ambiciones territorialistas de la Unión Soviética, cuyo campo de influencia iba expandiéndose considerable y atenazador alrededor del planeta.

            En este caso, los intervencionistas occidentales tuvieron “el tino” de hacer ver el levantamiento como si fuera del pueblo mismo, cansado de aquel primer ministro, al que, supuestamente, no avalaban ni era de su gusto. Presuntamente, la gran masa popular propuso para el cargo a quien sería el Sha de Irán, Mohammad Reza Pahlaví. Por aquel tiempo, la gran mayoría de las personas que siguieron con interés lo que ocurría en Irán, creyeron que se trató, efectivamente, del descontento del pueblo persa y de ahí, el levantamiento. Pero en el año 2000, la entonces secretaria de Estado estadounidense, Madeleine Albright, develó abierta y sinceramente la participación de la CIA y el Pentágono en el golpe de Estado en Teherán; y años más tarde, en el 2009, fue Barack Obama, durante una visita de Estado a Egipto, cuando admitió el rol de Washington en aquel derrocamiento espurio y de espaldas a la democracia. “La contradicción de contradicciones,” en todo caso. Es decir, la potencia exportadora de la democracia, los Estados Unidos, derrocaba a un primer ministro que fue electo por el voto popular en una nación de Oriente Próximo, como lo era Irán. Aquí notamos que la política estadounidense se mueve al ritmo de un péndulo, de acuerdo a las exigencias circunstanciales y rara vez responde a la ideología, los principios, los ideales, el humanismo y el sendero correcto.

            Y para alejar cualquier duda acerca de aquel capítulo en suelo iraní, en el 2013, sesenta años después del golpe de Estado, la propia CIA publicó documentos en los que, por vez primera, reconocía su papel en aquel acontecimiento. Es cuando Fawaz Gerges, el escritor y profesor arriba citado, indica inequívocamente: “El conflicto actual entre Estados Unidos e Irán, tiene sus raíces en aquella intervención encubierta estadounidense en Irán. Los iraníes nunca han perdonado a Estados Unidos por derrocar a un primer ministro legítimo y elegido democráticamente e instalara un dictador brutal, el Sha de Irán, como gobernante absoluto del país. El antiamericanismo en Irán que se ve hoy en día, se debe a que la élite política culpa a Estados Unidos por haber cambiado la trayectoria de la política iraní. (Además) Estados Unidos también trató de influir en las políticas de Gamal Abdel Nasser, en Egipto, y cambiar el rumbo de su proyecto nacionalista, pero sin mucho éxito.”

            Lo que sobrevendría iba a ser una corrupción sórdida, galopante, en el plano administrativo en el gobierno central de Teherán, encabezado por el Sha y su esposa Farah Diba; y un lujo extraordinario, propio de las antiguas Cortes de Oriente Medio, emulando a los Califas turcos o a los mismos reyes persas del pasado. Además, la occidentalización del modo de vida de los iraníes, en claro contraste con los postulados islámicos, con la religión y la cultura intrínsecamente arraigada en este pueblo milenario, que llevaban a cabo los autócratas, acabó por causar el estallido de la Revolución Islámica, encabezada por el Ayatolá Ruhollah Jomeini, quien permanecía exiliado en París, Francia. El Sha y su familia se desterraron primeramente en Panamá, una hospitalidad que les concedió el entonces dictador panameño, Omar Torrijos. Poco tiempo después, el Sha Reza Pahleví falleció el 27 de julio de 1980, aquejado por el cáncer, en El Cairo, Egipto, donde estaba finalmente exiliado.

            Lo que sucedió después, todos lo conocemos más o menos bien: se implantó un régimen teocrático, el de los Ayatolás, más cercano a la Unión Soviética y más alejado de los Estados Unidos, declarándose incluso archienemigo de Washington y de Israel, en clara oposición a la anterior política del Sha, “hermanada” con los estadounidenses y los judíos de Israel. Pero el nuevo gobierno persa no estaba para esas displicencias, una postura que ha mantenido hasta nuestros días actuales, cuando Teherán es la pesadilla de todos los últimos presidentes de EE.UU y del criminal dictador israelí, Benjamín Netanyahu.

            Llama particularmente la atención, a los pocos meses de haberse implantado el nuevo régimen en Irán, se produjo la invasión a la embajada de los Estados Unidos en Teherán por parte de unos 500 y 2,000 jóvenes universitarios iraníes, exactamente el 4 de noviembre de 1979, una crisis que se prolongó por espacio de 444 días y que terminó el 20 de enero de 1981. Tomaron rehenes a 52 estadounidenses que estaban en dicha sede, de los cuales sólo pudieron escapar cuatro de ellos y se refugiaron en la residencia del embajador de Canadá, hasta que se les permitió salir de Irán. Los rebeldes islamistas repetían una y otra vez que libertarían a sus cautivos solamente a cambio del Sha de Irán, para ser juzgado por sus crímenes y actos corruptos, una retórica en consonancia con el pensamiento del nuevo gobernante, el Ayatolá Jomeini.

            El 11 de abril de 1980, el entonces mandatario estadounidense, Jimmy Carter, uno de los menos políticos que ha llegado a la Casa Blanca y que luego demostraría, yerro tras yerro, su incapacidad para gobernar, ordenó al Pentágono diseñar un ataque contra los captores en la embajada de USA. Participarían en la misión cuatro cuerpos de las fuerzas militares: la marina, el ejército, la fuerza aérea y la infantería. La operación recibió el rimbombante nombre de “Garra de Águila”, que resultó ser un rotundo fracaso, cuando fueron repelidos por los iraníes. En resumen, murieron ocho soldados norteamericanos y los cadáveres de algunos de ellos fueron expuestos ante la multitud en el centro de Teherán, delante de la televisión que transmitía las imágenes a todo el mundo. Después del fallido asalto a la embajada, los militares iraníes dispersaron a los rehenes en varios lugares de la Capital y con ello alejaron toda nueva idea de rescatalos. Esta crisis la resolvió el nuevo presidente estadounidense, Ronald Reagan, quien aceptó la mayoría de las demandas de los iraníes, cuales eran asumir las responsabilidades financieras y económicas derivadas de las acciones del depuesto Sha Reza Paheví; devolver los fondos del Sha; cancelar las demandas contra Irán, descongelar los cuantiosos fondos iraníes en Bancos de los Estados Unidos y la promesa de no intervenir en los asuntos internos de Irán. Reagan sólo dejó la decisión sobre los fondos que estaban a nombre del Sha, en manos de los tribunales. Así sorteó esa imposición de los Ayatolás. Finalmente, los rehenes fueron enviados a la base aérea norteamericana ubicada en Frankfurt am Main, Alemania; y de allí, en otro vuelo, hasta Washington D.C.

            En todo caso, debemos partir del hecho de que el intervencionismo norteamericano fue el causante de toda la situación que se observa en Irán en estos días, tras el derrocamiento del primer ministro elegido democráticamente, Mohammad Mossadeq, a quien tuvieron terror porque anunció que quería nacionalizar el petróleo persa. Errores estadounidenses que no han dejado de producirse, a pesar de la retórica de poco cuño dicha por uno y otro presidente de USA.

Los marines en Afganistán. Otra historia militar fallida

            Y se produjo la invasión soviética a Afganistán. Corría el fatídico año de 1979, uno de los peores en la contemporaneidad mundial. El Pentágono se “enlista” al lado de los muyahidines en su intento por derrotar y expulsar a los rusos de su patria. Además de los Estados Unidos, estos rebeldes extremistas, fanáticos de El Corán y la yihad islámica, contaban con el apoyo de China, Pakistán y Arabia Saudita, entre otros países.

            Es importante hacer hincapié de que Washington fue uno de los gobiernos que más armas y dinero suministró a los renegados que se escondían en las montañas escarpadas de esta nación centroasiática. EE.UU pretendía que la Unión Soviética se viera atrapada en Afganistán en un “lodazal” que acabara con las vidas de sus soldados y los recursos del llamado “ejército rojo,” tal y como los gringos lo habían sufrido en Vietnam, de donde tuvieron que salir apresurados, dejando material de diversa índole, abandonado en el raudo e improvisado escape. Esa misión de apertrechamiento y adiestramiento de los guerrilleros afganos por parte de USA, se le conoce como “la mayor operación encubierta en la historia de la CIA”. Incluso, Ronald Reagan, entonces mandatario estadounidense, llegó a recibir la visita de los líderes yihadistas en el Despacho Oval de la Casa Blanca. ¿Habrá estado allí en esa oportunidad Osama bin-Laden? No lo sabemos y nunca lo sabremos; pero lo que si se dio a conocer hasta la saciedad, fue que ese renegado jeque saudí estaba en las montañas afganas, dirigiendo parte de la guerra de guerrillas contra el invasor soviético.

            Esta misión en Afganistán fue llamada “Operación Ciclón”, que consistía en apoyar desde todo ángulo posible a los rebeldes que empujaban a los rusos contra su inevitable derrota. Y los soviéticos decidieron abandonar el irreductible país intermontano himalayo en septiembre de 1988, después de 9 años de perder millones de millones de rublos (dinero ruso), vehículos y armas “made in URSS” y por supuesto, miles de hombres que demostraron que el afamado ejército soviético no era más que una falsedad hiper-inflada y “bueno para nada” en el teatro de la guerra.

            Tras la partida de los rusos, Afganistán se sumió en el caos de la guerra civil entre distintas facciones, hasta que, en 1994, aparecieron los talibanes (“estudiosos del Corán”), que se habían formado y forjado en el exilio en Pakistán. La primera aparición de este grupo conformado por fanáticos islamistas, barbados, vestidos con túnicas medievales y llevando al extremo la sharía o la ley islámica, se dio en la ciudad sureña de Kandahar. Allí se nutrieron sus filas combativas con cientos de jóvenes de la etnia pastún. En 1996, los talibanes asaltaron el poder afgano, tras haber conquistado Kabul, la Capital afgana. El régimen que impusieron de inmediato fue integrista islámico, que fue prontamente condenado a nivel global, por sus violaciones a los derechos humanos: introdujeron y apoyaron castigos físicos, acordes con su estricta interpretación de la sharía. Por ejemplo, los asesinos y adúlteros convictos debían ser ejecutados públicamente; los ladrones sufrían amputaciones; los hombres tenían que llevar barba cerrada y las mujeres el burka o atuendo negro, con una rejilla apenas en sus ojos para que pudieran ver. El cuerpo tenía que estar cubierto desde la cabeza hasta los pies. También prohibieron la televisión, la música y el cine y las niñas mayores de 10 años dejaron de asistir a las escuelas, entre otras leyes draconianas y retrógradas que impusieron. Y mientras todo eso era implementado entre los afganos, una organización religiosa-militar iba tomando forma, liderada por el jeque Osama bin-Laden. Se trataba de al-Qaeda (la Base), que tenía la misión de extender la guerra más allá de las fronteras de Afganistán. El común de estas facciones islámicas era el odio contra Occidente. Es por ello que este grupo de terroristas fijó su residencia y su centro de operaciones en Afganistán, con el apoyo “hermanable” del talibán. Y el 11 de septiembre del 2001, al-Qaeda hizo estrellarse dos aviones Boing, de pasajeros, contra el World Trade Center de Nueva York, las famosas “Torres Gemelas”, causando el peor trauma de guerra sufrido por los Estados Unidos en toda su historia. Osama cobraba así, décadas enteras de intromisión de los estadounidenses en las naciones y las tierras sagradas de Oriente Próximo, intervenciones vistas, en profundidad por los musulmanes, como herejías y sacrilegios de sus “lugares santos.”

            Para Waleed Hazbun, profesor libanés de Estudios de Medio Oriente en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Alabama, USA, explica que, durante la Guerra Fría contra los soviéticos, “la mayoría de las intervenciones estadounidenses en la región (de Oriente Próximo), podrían describirse como esfuerzos de equilibrio. (Porque) buscaban contrarrestar toda fuerza política opuesta a los intereses de los Estados Unidos y sus aliados. Sirva como ejemplo la intervención liderada por los Estados Unidos en la Guerra del Golfo (1990-1991), porque fue un intento de contrarrestar la invasión iraquí de Kuwait. Se logró restablecer la soberanía kuwaití y tras el fin de la Guerra Fría, hubo conversaciones entre los responsables políticos y dirigentes estadounidenses en la región, para buscar maneras de abordar las necesidades de seguridad comunes en la región. Sin embargo, bajo la administración del expresidente Bill Clinton, comenzó otro enfoque de la situación, (porque) se buscó organizar una arquitectura de seguridad que sirviera a los intereses estadounidenses y a su visión de orden regional. Esto incluyó, por un lado, centrarse en el proceso de paz y la normalización de las relaciones árabe-israelíes, para que todos los países árabes pudieran alinearse con EE.UU e Israel, pero también conteniendo a Irán e Irak (una política conocida como ‘doble contención’), mediante medios militares y sanciones.” De hecho, “el terreno” o el cimiento para la política estadounidense en Oriente Próximo, ya había sido lastrado y preparado para los siguientes pasos que se iban a dar en el futuro. Washington buscaba la forma de asegurar su permanencia y seguridad en la región.

            Y vino otra intervención directa y evidente de los marines en Oriente Próximo, cuando, a raíz de la voladura de las Torres Gemelas por los hombres de bin-Laden, en Nueva York, el presidente de USA, George W. Bush decidió perseguir y atrapar al jeque saudí en su propio escondite… el agreste y escarpado Afganistán, ahora en manos de los fanáticos e irracionales talibanes.

            En octubre del 2001, fuerzas estadounidenses vuelan hacia el centro de Asia y desembarcan en suelo afgano. Daba comienzo otra guerra y otra historia de los norteamericanos en territorio islámico. Lo primero que llevaron a efecto fue derrocar a los talibanes del poder, quienes corrieron a refugiarse nuevamente en el vecino Pakistán, cuyo gobierno siempre ha practicado una doble política: “somos amigos de EE.UU, pero también somos amigos de sus enemigos.” Esta nueva misión tuvo la particularidad en el ejército invasor estadounidense de no cometer los mismos errores que cometieron los soviéticos años atrás. Rápidamente, los soldados americanos conquistaron Kabul, después de que los talibanes abandonaron el poder precipitadamente. No obstante, el deseo de que los soviéticos se “zambulleran en un lodazal”, como dijo un político estadounidense, se puede aplicar a los norteamericanos mismos, pues la guerra en Afganistán, en lugar de acabar y de dominar por entero a este país, por el contrario… recrudeció, pues los talibanes asumieron la responsabilidad de expulsar al nuevo invasor; en este caso, los Estados Unidos y su ejército. Las batallas y escaramuzas siguientes fueron particularmente sangrientas. Ante la tozudez y la intransigencia de los talibanes, en el 2009, el entonces presidente Barack Obama intentó terminar de una vez para siempre al talibán y envió más fuerzas beligerantes, un mayor número de tropas, e hicieron retroceder a los insurgentes islámicos, pero aquello sólo fue algo así como “una ilusión óptica”, puesto que la guerra recrudeció, los ataúdes envueltos en la bandera de las barras y las estrellas, llenaban los aviones de transporte, de regreso a la patria, pero en esta oportunidad, sin vida. Era común ver el desembarco de los féretros por decenas de ellos, portando en su interior los restos sin vida de jóvenes estadounidenses, ante el estupor y el enojo de sus familiares, quienes sentían que la guerra en un país lejano no era de su incumbencia y mucho menos debía decantarse, dirimirse, con las muertes de sus hijos, hermanos y esposos.

            2014 fue el año más sangriento de este conflicto bélico y las fuerzas de la OTAN, empujadas por los Estados Unidos para que se metieran en una guerra que tampoco a los europeos les competía, anunciaron que regresaban “a casa”, dando por finalizada su fallida misión en Afganistán. La “solución” fue dejar la responsabilidad en el nuevo e inexperto ejército afgano. Fue cuando los talibanes conquistaron más territorios y llegaron a atacar, incluso, a la sede del Parlamento afgano, en la propia Kabul; y también al aeropuerto internacional en la misma Capital.

            Aquí, en este punto, hay que traer del recuerdo la peor traición que gobierno alguno, de una potencia mundial, pueda atestar a otro gobierno: Donald Trump, antes de abandonar el poder de su primer mandato, envió a su emisario, Mike Pompeo, a los Emiratos Árabes Unidos, para que negociara con los talibanes el regreso de éstos al poder en Afganistán. No le importó al bestial e ignorante presidente estadounidense, la cantidad de muertos norteamericanos que quedaron tendidos en el candente y árido desierto afgano, tras defender la democracia que habían creado a duras penas y las libertades individuales de los ciudadanos de esta nación.

            Tras la llegada de Joe Biden al poder en Washington, no tuvo más remedio que poner en práctica lo acordado por su antecesor Trump, con los talibanes, y en abril del 2021, tras 20 años de guerra fallida en Afganistán y tras haber traicionado a los afganos al permitir el retorno de los talibanes al poder, las últimas tropas estadounidenses montaron en sus aviones de manera cobarde y precipitada, mientras muchos ciudadanos de este país intentaron viajar en los fuselajes de los grandes aparatos y les vimos caer hacia la pista de aterrizaje cuando los aviones alzaron el vuelo. Aquella huida recordó la cobarde salida de los marines de Saigón, Vietnam, y fue cuando la congresista republicana Elise Stefanik escribió en su cuenta de X: “La caída de Kabul ha sido comparada con los eventos en Vietnam del Sur. Este es el Saigón de Joe Biden.” Pero omitió señalar que el convenio de salida de los soldados de USA fue idea de Trump, su jefe, y Biden sólo tuvo que hacerlo realidad durante su administración.

            Un exfuncionario afgano describió así el papel de los Estados Unidos en su país: “(Fue) un fracaso desastroso en la escena internacional que nunca será olvidado. Los talibanes se hicieron con casi un millón de armas y equipo militar, todo “made in USA.” Pero la huida de los americanos sólo fue “un detalle” en comparación con lo que sobrevino después: un informe de las Naciones Unidas, del 2023, indicó que los talibanes permitieron a sus comandantes locales, retener el 20 por ciento de las armas estadounidenses incautadas y, en resultado, el mercado negro floreció. En síntesis, Afganistán volvió a caer en el “agujero negro” al que fue lanzado por Donald Trump, en su incansable esfuerzo por alcanzar el Premio Nobel de la Paz. El obtuso presidente de los Estados Unidos creyó que la pacificación de Afganistán se lograría sacando a las tropas de su país y entregando el poder a los fanáticos de la sharía, pero lo que en verdad obtuvo fue un recrudecimiento de la falta de libertad en esa nación asiática, un Estado fallido, la anulación de los derechos de las mujeres y un retroceso a épocas medievales, cuando tribus diseminadas poblaban ese agreste territorio. Afganistán, hoy, está peor que nunca: más aislado, más primitivo, detenido en el tiempo, sin avance tecnológico alguno y con una población extremadamente reprimida, so pena de ser asesinada si infringe las leyes islámicas que pesan sobre sus cabezas. Todo, “gracias” al intervencionismo estadounidense en las naciones musulmanas.

Irak, otra sonora y escandalosa derrota

            Tras el derrocamiento sangriento de Saddam Hussein, cuyo único “pecado” fue no plegarse a las ordenanzas y designios de Washington y tras la ocupación de esta nación por las tropas norteamericanas (que cometieron diversos y reiterados abusos contra la población civil, ventilados por la página WikiLeaks, del australiano Julian Assange), los ex militares que habían estado bajo las órdenes de Hussein, formaron nuevas tropas; pero esta vez más criminales y sádicas que las anteriores. Fue cuando nació el Estado Islámico, conocido también como Daesh o Isis. Nunca antes Oriente Próximo había presenciado tal magnitud de crueldad inhumana de parte de un grupo militar en toda su historia. Los exsoldados de Saddam Hussein se debatían entre “dos aguas”: venganza contra los estadounidenses y occidentales; y rehacer el antiguo califato que comprendería tierras españolas, balcánicas (esto en el sur de Europa), toda el África al norte del Sáhara y Oriente Próximo al completo.

            Ante el terror que se podía traslucir en los ojos de los soldados estadounidenses, los criminales del Daesh iban apoderándose de más y más tierras en Siria e Irak y llegaron a poseer bajo su dominio, un territorio tan extenso como las islas británicas. En cada lugar procedieron a criminalizar sus actividades, degollando a inocentes ante las cámaras de filmación, cuyo material subían a las redes sociales (y todavía se pueden ver esos videos), o incendiando a personas vivas dentro de jaulas para animales. La perversidad, aunada a la sed de venganza contra los estadounidenses invasores, que habían derrocado a su líder, Hussein, no tenía límite alguno. 

            El temor que ocasionaban, hizo que en muchas ocasiones los soldados iraquíes huyeran ante el paso de los mercenarios del Daesh y dejaran sus vehículos de manufactura estadounidense, abandonados y fuesen capturados por los terroristas del Estado Islámico, quienes, conforme avanzaban, iban capturando mayor cantidad de pertrechos. Hay quienes piensan que, si se hubiesen decidido por avanzar hacia el noreste del continente asiático y llegado a Pakistán, muy posiblemente hubieran capturado material nuclear y con ello acabar con gran parte (o todo) el mundo civilizado.

            Washington y el Pentágono observaban el derrotero de la guerra en Oriente Próximo sin atinar qué hacer para solucionarlo. Fue el exdictador de Siria, Bashar el-Assad, quien, desesperado, viajó a Moscú y le pidió ayuda militar a Vladímir Putin, quien respondió positivamente a los ruegos de su amigo Assad. Fueron los rusos quienes comenzaron a acabar con el Estado Islámico y devolverle la soberanía a Siria primero y a Irak después. Mientras los estadounidenses no salían de su asombro, su anonadamiento y su parálisis militar, causada por la indecisión y el miedo. Ciertamente, el Daesh no ha sido exterminado por completo, porque todavía existen pequeños focos diseminados en la geografía de Oriente Próximo y se asegura, incluso, que tiene su base en el noreste de Afganistán y bajan de vez en cuando a Kabul, donde dinamitan, asesinan y después retornan a sus madrigueras en las cavernas incrustadas en las montañas.

            La invasión de los Estados Unidos a Irak dio inicio en el 2003, con el objetivo de dar de baja a Saddam Hussein. “Ese año marcó el comienzo de una larga y turbulenta etapa en la historia de Medio Oriente”, aseguran los analistas y expertos en temas políticos y militares. Según sucede en todas las guerras, “lo primero que muere en una confrontación bélica es… la verdad.” Y la verdad fue echa a un lado, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU, aprobó la Resolución 687, que exigió a Irak destruir todas sus armas de destrucción masiva (nucleares, biológicas y químicas, lo mismo que sus misiles balísticos de largo alcance). Muy poco o casi nada de ello tenía Hussein en sus arsenales. Pero esa falacia sirvió de pretexto para otra intervención norteamericana en Oriente Próximo.

            Incluso, el entonces secretario de Estado de EE.UU, Colin Powell, afirmó en un discurso ante el pleno de la ONU, que “Irak albergaba laboratorios móviles para producir armas biológicas”; sin embargo, en el 2004 reconoció que la evidencia “no parece ser tan sólida.” Aun así, la invasión a Irak se produjo, como todos recordamos. Gobiernos de naciones como Alemania, Canadá, Francia y algunos latinoamericanos, se opusieron a dicho ataque. Lo cierto es que Irak, lo mismo que Libia, Afganistán y Siria, es ahora un Estado fallido con todas sus acepciones y esto “gracias” a los estadounidenses. Conforma la parte de la región más inestable, peligrosa y desequilibrante de Oriente Próximo.

            Waleed Kazbun, profesor ya citado de Estudios de Medio Oriente de la Universidad de Alabama, así explica lo ocurrido: “con la invasión a Irak, Estados unidos buscaba un cambio de régimen y así imponer su propia visión de seguridad en la región.” Y Jeremy Bowen, editor internacional de la BBC de Londres y especialista en Oriente Próximo, manifiesta: “la invasión fue una catástrofe para Irak y su pueblo y sumió al país en décadas de caos. Lejos de destruir la ideología de Osama bin-Laden y los extremistas yihadistas, los años de caos y brutalidad que se desataron en 2003, intensificaron la violencia yihadista. Otra consecuencia de la invasión es que al-Qaeda, fragmentada temporalmente por una alianza entre estadounidenses y tribus sunitas, se regeneró y dio paso al aún más sangriento autodenominado Estado Islámico.” Concluye.

            Lo cierto es que nadie sabe con exactitud cuántos iraquíes murieron como consecuencia de la invasión del 2003; y según cifras del Proyecto de Recuento de Cadáveres en Irak (IBC), una iniciativa para registrar las muertes de civiles tras la invasión, 209,982 civiles iraquíes fueron asesinados entre el 2003 y el 2022. La Casa Blanca con “su brazo armado”, el Pentágono, quisieron hacer, supuestamente, gobiernos y sociedades idílicas, plenas de democracia, sensatez y armonía en los países que invadió, pero no supieron hacerlo y los resultados están a la vista, con sociedades extraordinariamente divididas, empobrecidas, en las que faltan algunos miembros que cayeron víctimas de las balas de los invasores o de la policía recién conformada con nacionales; con gobiernos inestables, inseguros, milicias mal entrenadas, desmotivadas, corruptas, lo mismo que sus gobernantes y territorios que tienden a despedazarse en cientos de pequeños y medianos sectores territoriales, que sólo propician una nefasta y confirmada realidad: tanto Irak, como Afganistán, Siria y Libia, en el norte de África después del derrocamiento del beduino Gaddafy, son Estados fallidos, a los que la reunificación en todos los aspectos, es tan utópica como los ideales que llevaron a la Casa Blanca a tomar las decisiones aberradas que tomaron de invadirlos y derrocar a sus líderes.

            En síntesis, la presencia de tropas estadounidenses en Oriente Próximo, es sinónimo de caos, dolor, sangre derramada inútilmente y estupidez, una enorme y profunda estupidez de parte de Washington y sus distintos gobiernos.

Nicolás Maduro, Dictador de Venezuela, Pretende Salvar su Pellejo: Propone a los Estados Unidos Exiliarse en Turquía Hasta Dentro de Dos Años

CARACAS, Venezuela-(Especial para The City Newspaper) No disimula nada lo que siente en su interior, en su alma atribulada por el miedo. Nicolás Maduro está utilizando todos los medios verbales que le depara el castellano, para rogar, implorar, en medio de su acobardada posición, a Donald Trump, para que no ataque a su país, que no le baje del poder y que no le capture y le lleve ante los tribunales de los Estados Unidos.

            Nunca, en los casos de Manuel Antonio Noriega, en Panamá; ni Saddam Hussein, en Irak, habíamos escuchado ni visto a un tirano tan acobardado, diciendo tantas insensateces para que no le saquen del poder. Incluso, con su lenguaje “florido”, lleno de hipérboles (exageraciones lingüísticas), ha invocado el nombre del Redentor, Jesucristo, para tratar de engañar ¿A quién? Porque todos sabemos que se trata de un régimen ateo, al que no le ha temblado el pulso para perseguir, encarcelar y asesinar a cuanto opositor ellos han creído peligroso, sin que haya mediado la fe y mucho menos la doctrina cristiana entre un acto y otro: “Declaro que ratifico a nuestro Dios Jesucristo (?), como dueño y señor de Venezuela. El Palacio de Miraflores es desde ahora un altar (!)”, dijo recientemente este sátrapa que se ha impuesto el mote a sí mismo de “guerrero de la paz.”

            Lo anterior significa que Nicolás Maduro, el cabecilla del cártel de los soles, el mayor exportador de cocaína que hay en estos momentos, utiliza todas las variables de la retórica, del mensaje hablado, para suplicar (así como se lee), a Donald Trump, el Pentágono y a los ciudadanos estadounidenses, para que no lo ataquen. Mientras tanto, insiste en que su régimen será defendido por “las milicias”, que no son otra cosa que “carne de cañón” o “escudos humanos”, compuestos por mujeres, adolescentes, niños y ancianos a los que se les ha dado un fusil, que a duras penas pueden manejar, y con ello “defiendan a la patria”; pero lo que quiere el dictador comunista es manipular a la atención y opinión pública de que los norteamericanos serán (y son) criminales, porque matarán a miles de venezolanos comunes cuando decidan invadir a su país.

Ha decidido sobre su propio destino

            Hace pocos días, quizás dos o tres fechas atrás, Nicolás Maduro envió uno de sus tantos mensajes a la Casa Blanca, para que no le ataquen: aseveró que dejaría el poder en Venezuela dentro de dos o tres años y luego se exiliaría en Turquía. Es decir, algo así como “yo decido sobre mi vida, el sistema político de mi país y me bajo del poder cuando yo quiera, sin que nadie me exija ni presione.” Ese es el fondo de su argumentación. Pero Washington rechazó su “oferta”, que más que oferta es una tomadura de pelo, en la espera de que la administración Trump, que tanto terror le causa a Maduro y sus secuaces, consuma los años que le quedan y así, con la tranquilidad que le daría el cambio de mando en los Estados Unidos, no marcharse a Turquía, sino, por el contrario, continuar en Caracas al frente de la misma dictadura.

            Esta noticia fue publicada por The New York Times, asegurando que esa “propuesta” fue rechazada de plano por Donald Trump y sus asesores; es decir, Maduro tiene que irse y cuando más pronto… mejor. También, el tabloide neoyorquino publicó otra de las súplicas cobardes de Maduro, cuando le envió este otro mensaje a Trump: “Estoy abierto a hablar, yo hablo con todo el mundo (excepto con los demócratas, los presos políticos que llenan sus cárceles, los exiliados y con quienes ha mandado a asesinar). ‘Face to face.’” Evidentemente, en estas palabras se muestra su desesperación y terror, ante la inminencia de un ataque militar desde la poderosa flora estadounidense que está anclada frente a las costas de Venezuela.

            Según el mismo periódico, la Casa Blanca rechazó todas las ofertas para negociar de gobierno a dictadura; incluso, rechazó el ofrecimiento de Maduro para que los estadounidenses exploten las riquezas naturales venezolanas con el fin de que no lo saquen del poder. A este extremo de cobardía ha llegado esta sabandija comunista. Es decir, supone ser como aquel individuo que le dice a los asaltantes: “vengan todos los días a mi casa a cenar, pero no me hagan daño, no me roben.” Evidentemente, lo que está pidiendo Maduro, de rodillas y con mirada implorante, es la perpetuidad en el poder dictatorial del chavismo, que lleva casi 27 años usurpando a la nación y distribuyendo la miseria entre sus pobladores. Simplemente, para Washington, “cualquier demora para dejar el poder… es inaceptable.”

            Por su parte, otro medio de prensa estadounidense, llamado Político, indicó que se están produciendo conversaciones extraoficiales entre la Casa Blanca y Miraflores y se han barajado algunos sitios geográficos para que acojan a los déspotas venezolanos una vez que abandonen el poder: en primer lugar, Turquía aparece por su amistad con Caracas; después, la infaltable Rusia, que se ha dedicado a vender armamento a los narco-criminales venezolanos desde que Hugo Chávez asaltó al poder; y por último, Cuba, la miserable isla comunista, no podía faltar dentro de estas posibilidades; aunque no creemos que la miseria material, moral y espiritual en la que viven los cubanos, vaya a seducir y gustar a los narcos venezolanos, acostumbrados a toda clase de lujos… lujos sobre la miseria del pueblo de Venezuela, por supuesto. Recordemos que los cubanos son los que asesoran a los tiranos de Venezuela por medio del canal abierto y permanente entre La Habana y Caracas. Además, en el círculo privado de Nicolás Maduro, hay guardaespaldas cubanos, antes que nacionales, que le dan protección y seguridad las 24 horas del día. Igual al caso de Salvador Allende, en Chile, cuyo séquito de guardianes eran cubanos, antes que chilenos. Es la paranoia del dictador latinoamericano, que teme ser traicionado por sus connacionales y prefiere plegarse hacia los cubanos.

            Pero hay algo que ha puesto a temblar con mayor evidencia a Maduro y sus secuaces, Vladímir Padrino, Delcy Rodríguez y Diosdado Cabello, todos ellos tan criminales como el mismo dictador, y es la determinación del Departamento de Estado de USA, que va a certificar al cártel de los soles, “encabezado por Maduro y otros altos cargos del régimen ilegítimo, quienes han corrompido a las Fuerzas Armadas, los servicios de inteligencia, el Poder Legislativo y el Poder Judicial” –según reza un comunicado de la Casa Blanca-, y pase a convertirse en una Organización Terrorista Extranjera (FTO), y con ello crear la herramienta legal necesaria para emprender acciones militares en territorio continental, específicamente en Venezuela, que es el tema que nos ocupa.

            Cuando esa certificación se produzca, nada, dentro del orden de la legalidad, podrá detener un eventual ataque de los Estados Unidos a la dictadura “madurista” y proceder, seguidamente, a su alejamiento del poder, sino su captura. Y aquellos líderes, como el colombiano Gustavo Petro, que profesa la misma ideología marxista-comunista-terrorista y narco, podrán decir absolutamente nada por esa intervención militar de la potencia del norte. Lo mismo que el brasileño Lula da Silva, también aliado moral del sátrapa venezolano.

            Por ahora, la alternativa ideada de manera desesperada por Maduro, de quedarse en el poder por dos o tres años más y después exiliarse en Turquía, y que tiene un “tufillo” de mentira y engaño para hacer tiempo y posteriormente evitar que alguien lo baje de su dictadura, ha sido rechazada tajantemente por el gobierno de Donald Trump, quien sigue sumando navíos de guerra en Puerto Rico, Trinidad y Tobago y en el Mar Caribe, muy cerca de las costas venezolanas, como medida de presión militar y que Maduro comprenda finalmente que ya “ha llegado su hora” y tiene que irse para dar paso a la democracia que él ha cercenado una y otra vez a lo largo de su dictadura sangrienta.

El plan de defensa de Venezuela, según Maduro

            “Ganar tiempo”, por obviedad se sabe que es la consigna en la que el régimen narco de Maduro y sus secuaces, se fundamentan para asirse al poder indefinidamente. Por ello, están usando todas las argucias que se les ocurren para sobrevivir, por supuesto sin ningún interés por el bienestar de la población venezolana. Inherente a esos engaños, trata “de meter en el mismo saco” a sus leales en el extranjero, Lula y Petro, al Vaticano, Noruega (sede del Premio Nobel), la OEA, y varios líderes pro-comunistas y marxistas de esencia y de hecho en el mundo político español. El convencimiento internacional, para que presionen directamente a Washington y desista de una invasión o un ataque misilístico, es lo que intenta esta narco-dictadura. 

            También, Caracas intenta convencer al mundo de que los ataques y destrucción instantánea y fulminante de presuntas narco-lanchas, cuando se desplazan por el Caribe, van en contra del derecho internacional; pero esta retórica representa la desesperación de los dictadores, ya que el trasiego de la droga, de la cocaína, está pasando por un momento negro, cuando la droga es destruida ahí, in situ, tanto en los submarinos “de hechura casera”, como las embarcaciones que navegan veloces, tratando de escapar de las mirillas de los buques de guerra estadounidenses, los satélites y los drones.

            No obstante, la comunidad internacional que sigue de cerca lo que acontece en Venezuela o que la dictadura trata de involucrar en su juego y re-juego, opina lo siguiente en torno a este caso: “Resulta inimaginable pensar que, después de 27 años y tantísimas experiencias de diálogos y negociaciones, existe una voluntad de dejar el poder de parte del chavismo. Estas propuestas (presentadas por Maduro), se enmarcan en la estrategia de ‘ver qué pasa’, si el escenario es diferente en dos o tres años, empezando por Estados Unidos y la propia región y en el mundo. Cuando en un momento preciso la mano no es buena en el juego, simplemente piden que se repartan de nuevo las cartas con la esperanza de que algo mejore. En esta ocasión EE.UU lo sabe y por eso ha rechazado esta propuesta.” Manifiesta el analista latinoamericano, Miguel Velarde.

            Aunque sería erróneo de nuestra parte, obviar que Caracas sigue teniendo “eco” en otros gobiernos, como los de Brasil y Colombia en Suramérica; y hasta en las Naciones Unidas y varias naciones de Europa, que creen en la supuesta “honestidad” del narco-dictador venezolano, Nicolás Maduro, e insisten en que el diálogo o las negociaciones deben proseguir sin detenerse, para evitar un final sangriento. Y en los mismos Estados Unidos, un sujeto como Juan González, antiguo funcionario de la administración caótica de Joe Biden, impulsa el “entendimiento” verbal, retórico y “humanizado” con el régimen bolivariano de Venezuela y por ello ha dicho: “Es  muy buena noticia que esta administración haya establecido un canal de diálogo. Les deseo mucho éxito (?) a los negociadores.”

            Y mientras Washington, en ocasiones hace creer que ha optado por la negociación, sus buques de guerra siguen ultimando a los presuntos narcos en sus lanchas y las maniobras militares en Puerto Rico y con las fuerzas armadas de Trinidad y Tobago, siguen adelante sin prisa ni pausa. Y eso mismo pone a temblar –literalmente- a Nicolás Maduro y piensa en el fondo de su retorcido cerebro: ¿Por qué he de ser yo distinto a Saddam Hussein y Noriega, en esto de los derrocamientos? Más todavía cuando las cantidades, en toneladas, de droga que ha despachado hacia los Estados Unidos, superan, desde hace mucho tiempo, a las que el colombiano narco, Pablo Escobar Gaviria, y el mismo Noriega, enviaron en su momento de mayor apogeo. 

            Mientras tanto, en el interior de Venezuela, Maduro sigue “jugando” a la guerra y ha creado, junto a su ministro de Interior, de facto, Diosdado Cabello, el Centro de Formación Técnico-Táctico, en el Estado de Portuguesa, con “el objetivo de prepararse por si alguien osa creer que es muy fácil invadir el territorio (venezolano)”, explicó Cabello. Añadió que dicho centro estará operativo de forma permanente para la formación y el entrenamiento de funcionarios de Protección Civil. Allí se hacen prácticas de tiro, maniobras de rescate y ejercicios en un campo de obstáculos, como si todo eso fuera a detener los pocos misiles enviados desde los barcos y aviones estadounidenses, que no permitirán siquiera que las milicias reaccionen para nada. La guerra moderna ya no permite el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, salvo en contadísimas ocasiones, porque los drones y los misiles teledirigidos desde distancias muy largas, son los que eliminan a los adversarios que, en la mayoría de las oportunidades, no saben de dónde, de quiénes y por qué, cayó sobre aquellos una ojiva de tal poder. En resumen: un ataque estadounidense desde un navío equis, acabará la existencia de Maduro y su grupo de sátrapas, en un “santiamén”, sin que les haya dado tiempo de recoger sus maletas para huir.

            Y Maduro sigue “jugando a la guerra” y por ello, hace dos días atrás, anunció un plan para defender “con armamento pesado y misiles la gran zona entre Caracas, la Capital del país, y el Estado La Guaira, frente al mar Caribe.” Así mismo, informó que “un parque de armas de los milicianos está ya instalado y funcionando”, auto-engañándose de que la infantería estadounidense entrará por tierra con sus vehículos y soldados “a pie”, como si se tratara de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Repetimos: tres misiles acabarán con ese centro de entrenamiento en un abrir y cerrar de ojos, sin que ningún venezolano opte por mirar siquiera al cielo para detectar lo que les va a caer encima. Y en el supuesto caso de que se vean las caras con los estadounidenses, surge la inevitable pregunta: ¿Esos ancianos (as), debilitados por la falta de alimento que está ausente en Venezuela desde hace 25 años, tendrán el valor o la voluntad para alzar sus fusiles, provistos de cuatro o cinco tiros únicamente? Lo dudamos. Muy pocos en Venezuela están prestos a dar sus vidas por la continuidad de Maduro y sus secuaces en el poder. Muy pocos. Casi nadie.

            En este tracto de este reportaje, aparece la vicepresidenta ejecutiva de Venezuela, Delcy Rodríguez, la única mujer que el régimen machista de Nicolás Maduro, utiliza demagógicamente de cara al exterior, y ha dicho lo siguiente: “Nosotros seguiremos siendo una república independiente, jamás, y nuestro pueblo jamás obedecerá órdenes de un puñado de apátridas, bandidos y una bandolera (se refiere a María Corina Machado, líder de la oposición), que prometen ser el Estado 51 (de los Estados Unidos, según su retórica barata e incendiaria).”

Lo que piensa el mundo de Donald Trump y Venezuela

            Para citar el primer ejemplo, la prensa de Alemania llama en estos instantes a Donald Trump, “el psico-guerrero”. Así apareció a manera de titular en el periódico matutino Zeit Online, y cuyo artículo de fondo cuestionó los argumentos y amenazas del presidente de los Estados Unidos contra Venezuela, quien se autodenomina “el presidente de la paz.” El artículo menciona entre otras cosas que “si Donald Trump efectivamente permite que las tropas estadounidenses invadan Venezuela para forzar un cambio de régimen, sabe que tiene de su lado a la mujer que acaba de ganar el Premio Nobel de la Paz: María Corina Machado. La líder de la oposición venezolana desea lo mejor para el presidente estadounidense: derrocar a su mayor enemigo, el dictador Nicolás Maduro (…).”

            Por su parte, el portal de noticias, también alemán, Die Deutsche Welle, recordó la intervención de Trump, en septiembre pasado, ante la Asamblea General de la ONU, en Nueva York, en la que manifestó estar hondamente preocupado por las numerosas muertes relacionadas con las drogas, en los Estados Unidos. Fue cuando dijo: “A todos los gánsteres terroristas que contrabandean drogas tóxicas a Estados Unidos, les advierto que los borraremos de la existencia. Cada barco que hundimos transporta drogas que matarían a más de 250,000 estadounidenses.” Sin embargo, echando mano a la información verdadera, refuta las afirmaciones de Trump, que, a ojos vistas, son un engaño, una falacia, de esas que le gusta a él decir y abultar en exagerados argumentos. El año 2024, aproximadamente 80,000 estadounidenses murieron por el uso de drogas, la mayoría por sobredosis de fentanilo; y esta droga no se introduce de contrabando en los Estados Unidos desde Venezuela, sino desde México; aunque en el caso de la cocaína, ésta sí viene de Venezuela, pero las rutas de contrabando no pasan por el mar Caribe donde a Trump le gusta atacar a las embarcaciones pequeñas, sino que usan el Océano Pacífico para tal finalidad. Lo cierto es que, hasta el momento actual, la administración de Donald Trump no ha aportado ninguna prueba que ratifique que las lanchas destruidas con “misilazos”, pertenecían a los cárteles de la droga y mucho menos, comprobar que llevaban alijos de cocaína.

            Los periodistas europeos, en tal caso, piensan y opinan que “esto sea solo una maniobra psicológica bastante sutil para desestabilizar al régimen venezolano.” Afirman muchos de los comunicadores consultados. Porque la verdad sea dicha: el mayor proveedor de droga de los consumidores estadounidenses, es México, y Trump no ha intentado siquiera ponerle una detente a los cárteles mexicanos, que siguen operando “normalmente” y lo que es peor: introduciendo la cocaína a la Unión Americana por medio de túneles que pasan por debajo de la línea fronteriza; y otras argucias ideadas por los “barones” del narcotráfico. ¿Y por qué, si la situación es esa, como realmente es, los Estados Unidos no invaden a México? Simple: los mexicanos son los primeros socios comerciales de USA y un ataque armado contra México, tendría consecuencias espectacularmente severas para los estadounidenses.  

            Otro periodista europeo consultado, lo ha dicho de esta otra manera: “Talvez el ruido de sables en el Caribe refleje algo más fundamental: cómo Trump ve el mundo. (…) El mensaje subyacente es: ‘Trump es el rey’. No sólo en su país, donde despliega fuerzas militares en ciudades gobernadas democráticamente, sino también en la región.” Y desde nuestro punto de vista, Trump no sólo se considera un monarca feudal, sino un hombre todopoderoso, con ese poder inmenso que dan los Estados Unidos a quienes suben a la presidencia del país, más aun sabiéndose respaldados por la CIA, el Pentágono, el ejército más fuerte y tecnificado del planeta y lo más importante… el poder del dólar, la moneda de cambio en todo el orbe. Ese poderío que es real a todas luces, en la personalidad psicopática, salvaje, cavernícola, supra-ignorante, prepotente desde su infancia y troglodita de Donald Trump, le hace actuar como si fuese más poderoso que el mismo Hijo de Dios.

            También se debe tomar en cuenta la edad que tiene este sujeto y que son 79 años, cuando, anatómicamente –y esto está plenamente comprobado-, su cerebro sufre la reducción normal, se le está achicando, con el consecuente resultado de ese proceso. Y tampoco la sabiduría forma parte de su personalidad, ya que es un individuo que cree solamente en el uso de la fuerza y de canales no muy honestos para lograr sus propósitos -de ahí que, antes de llegar nuevamente a la presidencia, tuviera tantos procesos legales en los que él era el indiciado-; es decir, estamos en presencia de un individuo impredecible, nada reflexivo, nada dialéctico, nada filosófico, alguien que, culturalmente, sólo sabe medio escribir y leer, porque lo suyo, durante toda su vida, ha sido “jugar a algo parecido al Monopoly”, aquel famoso juego de venta y compra de propiedades, con la cárcel como castigo si te propasabas y cuya consigna única era ganar y hacerte millonario. Hay muchísimas personas que opinan peyorativamente, y no sin falta de razón y justicia, que Trump es simplemente una “bestia con ropa,” quien amanece cada día con el objetivo de dañar a la mayor cantidad de gentes posible y que su nombre no deje de aparecer en las portadas de los periódicos, revistas y telediarios. “Que hablen de uno, aunque sea mal”, es la consigna de este ser estúpido que tiene en sus manos al gobierno de la primera potencia mundial y que se espera de él cualquier cosa (indecente e irracional, por supuesto), antes que el progreso y el decoro en los corazones de la humanidad.

            En todo caso, hemos de abonarle a su favor, que estaríamos de acuerdo en que sacara del poder al dictador venezolano y a toda su camarilla y devuelva a ese país la democracia que hace más de dos décadas perdió a manos de esos canallas y criminales tiranos.

            Aunque los expertos legales y políticos de todo el planeta siguen cuestionando el método, salvaje ciento por ciento y característico del modo de ser de Trump, de atacar a las embarcaciones en el Caribe –a pesar de que la droga que exporta Venezuela no viaja por el Atlántico, sino por el oeste… por el Pacífico-, y que esos ataques no corresponden a la legalidad en ningún caso; pero Trump contesta, muy a su aire, a su conveniencia y a su salvajismo congénito, que “los Estados Unidos están en guerra con los grupos narco-terroristas venezolanos y, por tanto, la acción es legítima (…).”

            Una publicación reciente del periódico de La Florida, USA, The Miami Herald, aduce que dos de los socialistas más poderosos se han ofrecido a colaborar con Washington, a través de mediadores cataríes, para explorar maneras de derrocar a Maduro, y, al mismo tiempo, allanar el camino para la transición a un nuevo gobierno. A cambio, los hermanos Delcy y Jorge Rodríguez, según el mismo informe publicado por el Herald, esperan que los Estados Unidos no desmantelen la estructura de poder socialista que prevalece en Venezuela. Es decir, en palabras más sencillas, los dos hermanitos quieren que Trump someta y acabe con Maduro, Cabello y Padrino; pero que la dictadura chavista siga existiendo, supuestamente con los hermanos  Rodríguez encabezando a la nueva satrapía. Algo impensable y hasta insultante a la inteligencia de las personas comunes y decentes. La mujer arriba citada, es actualmente vicepresidenta; y su hermano, presidente del parlamento títere de Maduro. Es decir, el nepotismo en su máxima expresión. “Por lo tanto –cita el Herald-, parece estar comenzando una competencia feroz en Caracas entre todas aquellas fuerzas que intentan salvar el pellejo, sacrificando a Maduro (…).” La traición en su máximo apogeo, según se desprende de esta crónica. También quiere decir que no han matado al cerdo cuando ya se disputan las vísceras y la carne de este inmundo animal, personificado en Nicolás Maduro.

            Y es aquí donde emerge la figura inflexible del hijo de exiliados cubanos, llamado Marco Rubio, que está deseoso de traerse abajo a las tres dictaduras latinoamericanas, comenzando por la patria de sus padres, Cuba;después a Venezuela y por último a la callada, pero despreciable igualmente, dictadura de Ortega y su horripilante mujer, Rosario Murillo, que tanto daño le ha causado al istmo centroamericano por entero.

            Retornando a lo que piensa el mundo acerca del accionar de Donald Trump en relación con Venezuela, el mayor y mejor periódico de Europa, Der Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ), señala que “con Trump ha vuelto la política de la ‘máxima presión’, pero con un elemento diferente: se dice que sus asesores se quedaron sin palabras cuando Trump les preguntó directamente por qué Estados Unidos no podía simplemente invadir Venezuela.” Un pasaje que se convirtió en noticia, gracias a la agencia estadounidense AP. Corría en aquel entonces agosto del 2017 y Trump apenas comenzaba su primer mandato y era más ignorante de lo que es ahora y no podía ocultar su estupidez congénita, con base en preguntas también estúpidas y aberrantes.

            Ahora, cita el excelente periódico alemán, con la segunda administración de Donald Trump ha regresado la política de “máxima presión”, con la gran diferencia en comparación con aquellos aciagos años de su primer gobierno, que ahora su secretario de Estado es Marco Rubio, el representante del Estado de La Florida, plagado de exiliados, tanto cubanos como venezolanos, que huyeron de ambas dictaduras narco-marxistas en sus respetivos países. “Rubio es la fuerza impulsora detrás de los ataques militares en el Caribe,” cita el FAZ.

            En todo caso y se diga lo que se diga, la situación entre la Casa Blanca, el Pentágono y el régimen criminal del narco-tirano Nicolás Maduro y sus esbirros, es sumamente clara: Donald Trump quiere sacarlos del poder; aunque el dictadorzuelo caribeño sueña con un “Vietnam en las selvas venezolanas, donde los gringos caigan despedazados por las trampas mortales, las bombas, misiles y minas antipersonales sembradas en la tierra que pisan.” Es cuando, en un alarde de esquizofrenia o de desapego de la realidad, Nicolás Maduro ha afirmado ante su pueblo hambriento y sin deseos de defenderle en ningún sentido ni momento: “resistiremos a la potencia global, Estados Unidos, de ser necesario.” Pero no tomó en cuenta de que un solo misilazo al Palacio de Miraflores, sede de esta angurrienta y miserable dictadura, bastaría para acabarlo a él, a Maduro y a su grupúsculo de narcos, socios suyos en esto de la criminalidad, de la violación de los derechos humanos, la exportación de cocaína y de extirpar a la democracia.

            Veremos qué sucederá en los meses que vienen…

La Realidad Militar de Venezuela Vista por Periodistas del Diario Caraqueño El Nacional

CARACAS-(Especial para The City Newspaper) Ese periódico venezolano, perseguido, como todos los demás, por la dictadura de Nicolás Maduro y sus secuaces, hasta su desaparición física, lo mismo que los otros de su especie como el famosísimo Universal, ha publicado un reportaje en el que devela con toda precisión la verdad y la realidad sobre la respuesta armada que podría dar esta nación ante un eventual (y temido) ataque de los Estados Unidos a su gobierno y territorio. ¿Cómo lo ha hecho si la censura es despiadada contra todos aquellos medios de prensa que no están alineados con la dictadura y en este caso con el peor inquisidor que recuerden los venezolanos, quien es Diosdado Cabello, el que se encarga de los “trabajos sucios” (crímenes) en este país? Y la respuesta que surge ante tal interrogante nos explica que El Nacional, tras su desaparición en papel, en su tiraje físico en la imprenta, ahora subsiste online, en internet o de manera digital, muy posiblemente desde Colombia u otra nación vecina donde tiene sus oficinas actualmente.

            Este rotativo fue fundado en Caracas el 3 de agosto de 1943; y está dirigido hoy en día por Miguel Henrique Otero, nieto e hijo de los fundadores de esta empresa periodística. Y a manera de dato curioso, dirige al diario desde su exilio en Madrid, donde tuvo que residir debido al mismo tema de la persecución ejercida contra los opositores al régimen, por parte de la narco-dictadura “chavista.” En este punto es importante recalcar que la sede principal de El Nacional, fue embargada por el gobierno de Maduro en mayo del 2021; y la edición digital fue inaugurada en 1996, con información diferente a la que se venía presentando en el formato impreso.

            La desaparición de este periódico, lo mismo que las publicaciones colegas, se debió, en parte, a la falta de dinero y de papel para imprimirlo. Un mecanismo utilizado por la dictadura para forzar a los editores y dueños de los diarios, a desaparecerlos, arguyendo la ausencia de dicho material. Comprar o importar los rollos de papel, resultó ser muy oneroso para cada periódico venezolano; aparte de la problemática de pasarlos por las aduanas, donde, muy probablemente, eran confiscados por las autoridades o sujetos a múltiples situaciones engorrosas para hacer más difícil su introducción en el territorio venezolano. Incluso, la incautación del papel fue una medida coercitiva e ilegal, a la cual recurrió la dictadura. De tal modo, la última publicación de El Nacional fue el 14 de diciembre del 2018 y el sitio web estuvo visible para sus lectores desde agosto de 1995; de hecho, fue el primer rotativo venezolano con un sitio web. Actualmente, su portal es uno de los más visitados dentro y fuera de Venezuela, es uno de los más exitosos del país, por lo tanto. Sin embargo, el gobierno de Nicolás Maduro y su camarilla, nunca cejó en su intención de desaparecer a esta empresa de manera definitiva y los proveedores del servicio de internet intentaron bloquearlo en distintas oportunidades, suspendiendo la comunicación por la red mundial.

            Hoy en día, trabajan allí unas 600 personas, empleadas directas; y otras 300 lo hacen a manera de colaboradores.

Distintas presiones, amenazas, acoso y persecución

            Tanto su personal como las organizaciones de periodismo a nivel internacional, han denunciado constantemente ese estado en el que se desenvuelve El Nacional y sus otros periódicos colegas: acoso, presión incansable y dura y por supuesto, agresiones de todo tipo, con predilección por los ataques físicos a sus funcionarios, de parte de la narco-dictadura que tiene postrada a Venezuela. Por ejemplo, en el 2006, el Tribunal 45 de Control llevó a juicio a Marianella Salazar, ex trabajadora del periódico, por el supuesto delito de calumnia contra el vicepresidente ejecutivo, José Vicente Rangel, y el gobernador del Estado Miranda, Diosdado Cabello, el “inquisidor” del gobierno “madurista.” El artículo que generó dicha acusación fue, en realidad, una columna publicada en El Nacional, en la que se indicaba que los dos oscuros personajes afectos al régimen, incurrían en faltas administrativas; es decir, en flagrante corrupción, “un secreto a voces” que se ha ido incrementando con el paso de los años.

            Por otro lado, la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL), ha criticado a El Nacional por publicar, presuntamente, “fotos viejas” y realizar “una campaña de descrédito a ese organismo o al gobierno nacional”; así mismo, por “publicar diversas calumnias o informaciones falsas,” “generar paranoia, zozobra” y de ser “responsables de una guerra mediática que tiene la finalidad de invisibilizar los logros del gobierno.” Y con base en todo ello, en esas acusaciones, el periódico fue multado con el 1 por ciento de sus ingresos brutos en el 2009; también fue obligado por unos días a “abstenerse de publicar imágenes de contenido violento y cadáveres desnudos.” Evidentemente, el propósito de la dictadura era “cercar” a esta empresa, “quebrar su resistencia” hasta hacerla desaparecer. Algo parecido con lo que sucedería años después en Guatemala con elPeriódico, propiedad del periodista, hoy encarcelado, José Rubén Zamora Marroquín, cuya sentencia de desaparición fue dictada por el gobierno guatemalteco y su fiscalía general.

            Pero el 27 de julio del 2013, la fiscal de la República Bolivariana de Venezuela, Luisa Ortega Díaz, informó que la oficina a su cargo en el Ministerio Público solicitó la congelación de las cuentas de El Nacional, tras una ordenanza del Tribunal 21 en lo Civil y Mercantil del AMC; así como enajenar y gravar bienes inmuebles y muebles a nombre o propiedad del editor del diario, Miguel Henrique Otero. Esto debido a una demanda interpuesta contra aquel por el ex alcalde metropolitano, Alfredo Peña. Y en agosto del 2013, una jueza tercera de juicio con competencia de niños, niñas y adolescentes, llamada Betilde Araque, le impuso otra sanción a este periódico.

            La lista de acoso y vejámenes continúa sin detenerse. Y para mencionar una más de ellas, ocurrida en el 2015, nuevamente “el inquisidor” de la narco-dictadura venezolana, Diosdado Cabello, mientras fungía como presidente de la Asamblea Nacional, interpuso una demanda contra El Nacional y otras publicaciones propiedad de esta empresa, en una acción que incluía castigos a los accionistas, directores, consejo editorial y dueños de este periódico. Supuestamente, según el sátrapa Cabello, la demanda fue porque lo acusaron de presuntas vinculaciones con el narcotráfico. Otro “secreto a voces” del que todos los venezolanos en el interior del país o fuera de él, hablan con absoluto conocimiento de causa. Fue cuando Tinedo Guía, presidente del Consejo Nacional de Periodistas de Venezuela, dijo al respecto: “Esta es una acción que busca asfixiar a los medios independientes, puesto que, metiendo presos a los propietarios de los mismos, no se solucionan los problemas que aquejan al ciudadano común.” Pocas fechas después de la demanda interpuesta por Cabello, la jueza 12 de Juicio, María Eugenia Núñez, impuso prohibición de salida del país a 22 directivos de la empresa de El Nacional, acusados de difamación agravada.

            Ya en abril del 2021, un tribunal civil había sancionado a este diario con un pago de 237,000 petros, poco más de US$13 millones (US$13,366,800), por la demanda de agosto de 2015, por reeditar un artículo del diario ABC de España, del testimonio brindado por Leamsy Salazar, quien acusó a Diosdado Cabello de sostener vínculos fuertes con el narcotráfico. Y en mayo de ese mismo año, la dictadura de Maduro embargó el edificio de El Nacional.

            Este ha sido un breve recuento del daño que el gobierno dictatorial “chavista” ha querido infringir a esta publicación que, a pesar de todo, sigue saliendo a la luz pública desde su sitio web, en el que sigue denunciando las arbitrariedades, los actos criminales, el narcotráfico y los desplantes varios en los que incurre la dictadura encabezada por el triunvirato corrupto de Nicolás Maduro Moro, Diosdado Cabello y el “militarote” Vladímir Padrino López, ocupado de la represión interna desatada y desarrollada por el régimen.

La verdadera capacidad del ejército de Venezuela

            Antes de entrar y desglosar este tema, debemos hacer hincapié en una triste realidad para Caracas, deparada por el grupo de países que, supuestamente, son aliadas del gobierno de Venezuela; es decir, Irán, Rusia, China, Nicaragua, Cuba y Corea del Norte, todos ellos Estados parias sin lugar a dudas. Y es una realidad deplorable y deprimente, porque ningún gobierno de esas naciones está dispuesto a defender a cualquiera de sus aliados en caso de un ataque de Occidente y en este caso de los Estados Unidos. Ya lo vimos con Irán, en el bombardeo que Israel y el Pentágono realizó contra sus fábricas nucleares, hace pocos meses. Ninguno de esos gobiernos emitió siquiera un comunicado criticando las acciones militares de israelíes y estadounidenses. Lo cual sólo revela una situación: tanto en el cercano ayer con los iraníes, como ahora que una flota de barcos está rodeando a Venezuela y amenaza con un ataque directo y la captura o muerte de su dictador, Nicolás Maduro, el régimen “bolivariano” también se encuentra solo y sin el apoyo de unos aliados que tienen miedo de los Estados Unidos y se niegan a inmiscuirse en ningún conflicto para defender a sus supuestos “amigos”, por mínimo que sea el trance.

            En cuanto a la amplia publicación que apareció en el diario venezolano El Nacional, conocedor indiscutible y convincente de la situación real de las Fuerzas Armadas de esta nación suramericana, el encabezado del reportaje comienza de esta manera: “Expertos no ven probable que haya una invasión, pero sí una ‘operación quirúrgica’ para sacar a Nicolás Maduro del poder o una presión tan grande que lo obligue permitir una transición política en el país. Advirtieron que si la Casa Blanca repliega sus fuerzas, además de perder credibilidad, el aparato de propaganda chavista cantará victoria y desmoralizará a la oposición democrática, con lo que reforzaría la cohesión de las élites y le daría mayor poder interno al régimen.”

            El redactor del artículo hace énfasis en que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana de Venezuela, tiene capacidad limitada para enfrentar el despliegue aeronaval de Estados Unidos en el Caribe; además de que enfrenta graves problemas logísticos y operacionales que limitan su margen de acción. Y un general venezolano, quien solicitó mantenerse en anonimato por razones obvias, advirtió que el ejército de Venezuela apenas alcanza una calificación de 2,5 en comparación con el nivel 10 de los marines estadounidenses y su equipamiento, sin tomar en cuenta a otras fuerzas que se le han ido uniendo, como las francesas, las de Países Bajos y Trinidad y Tobago. Añadió que el presupuesto logístico de esas mismas Fuerzas Armadas se redujo a una cuarta parte de lo que antes recibía; y el entrenamiento regular de los uniformados simplemente no existe, además de que sus condiciones son precarias, con sueldos que no les alcanzan para subsistir y sin acceso a servicio médico. “Es tanto así –reafirmó el militar consultado-, que a los oficiales les dieron permiso para que trabajaran en trabajos particulares. En lugar de darles permiso de sábado y domingo, ahora les dan permiso por cinco días eso les ayuda (al Ministerio de Defensa), a rendir la comida que tienen en el comedor para los soldados.”

            Y en el caso de que el choque fuera abierto y directo contra las tropas estadounidenses, Víctor Mijares, investigador especializado en política exterior, seguridad y defensa y juegos de guerra, destacó que la capacidad de Venezuela es muy limitada para un tipo de enfrentamiento de esa magnitud. Indicó que, ciertamente, las FANB mantienen ciertas unidades con entrenamiento especializado, poder de fuego específico y capacidad de control interno, pero advirtió que enfrenta serias limitaciones derivadas de la falta de mantenimiento, la escasez de repuestos y el deterioro de sostenimiento logístico, tras años de sanciones, politización y crisis económica. Recordó que “en ejercicios recientes, mostraron capacidad de movilización cerca del Esequibo (Guyana), pero eso se traduce en poder sostenido contra una fuerza naval estadounidenses con destructores de las clases Arleigh Burke y Ticonderoga, que portan entre decenas y cientos de misiles guiados, submarinos y un grupo anfibio.” Insistió en decir que las FANB pueden generar ciertos costos y disuasión en escenarios locales, “pero no está en condiciones de disputar la superioridad aeromarítima ni de sostener operaciones prolongadas frente a una potencia como Estados Unidos.”

            Y un detalle digno de ser destacado se refiere a la paga, a los salarios de los soldados y la oficialía venezolana: en el caso de que los destructores estadounidenses anclados frente a las cotas de Venezuela, intercepten a todas las embarcaciones que llevan alijos de cocaína hacia Estados Unidos y Europa y las destruyan, el narco-gobierno de Nicolás Maduro no tendrá ganancias económicas y los sueldos disminuirán o desaparecerán en las Fuerzas Armadas venezolanas. Un problema con el que tendrá que lidiar la dictadura y eso, obviamente, les preocupa profundamente.

Deserciones. La otra cara del problema

            Nadie, con un poco de raciocinio, estaría de acuerdo en defender a un régimen dictatorial, represivo y que difunde el hambre entre la población. Un régimen que convirtió a Venezuela, uno de los países más ricos de América, gracias a la extracción de petróleo, en uno de los más miserables posibles. Mucho menos defender las vidas de tres sátrapas en los casos de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Vladímir Padrino. Es por esas razones, que tienen un peso enorme e inobjetable, que las deserciones entre las filas del ejército se están produciendo acelerada y constantemente. Es una deserción masiva de, al menos, un 45 por ciento de los oficiales de grados medios hacia abajo. Es por ello que el general consultado por el periódico El Nacional y que pidió mantener su anonimato, dijo al respecto: “No creo que el número actual de las Fuerzas Armadas llegue a alrededor de 70,000 hombres. Y, aparte la operatividad del ejército, debe estar alrededor del 60 por ciento, que no es mala para algunas unidades; pero para otras hay 20 o 30 por ciento. En los casos de la Armada y de la Fuerza Aérea, están entre un promedio del 20 o 30 por ciento máximo.”

            Y en lo que atañe a los cazas F-16, explicó que sólo se encuentran disponibles 3 de 21 que hay en existencia y además, tienen capacidades limitadas. Lo mismo se repite con los aviones de fabricación rusa, Sukhoi.

            La problemática comienza a gestarse entre la oficialía venezolana cuando repasan un poco la fuerza que está estacionada ante las costas de su país, dispuesta allí por el Pentágono; es decir, cualquier persona medianamente inteligente, se daría cuenta de que un ataque de parte de los Estados Unidos tendría consecuencias mortales para las destacamentos de combate venezolanos, ya que es una fuerza de gran capacidad ofensiva y defensiva: en el centro de la operación se encuentran tres destructores equipados con 60 y 80 misiles Tomahawk; proyectiles con alcance estimado de entre 1,000 y 1,400 kilómetros y con cargas explosivas de hasta 500 kilos. Esos buques norteamericanos, además de su poder de ataque, están preparados para misiones de defensa aérea, antimisiles y antisubmarinos, que les permite ejecutar con alta efectividad, operaciones planificadas.

            Aparte de los destructores, fueron desplegados buques anfibios que transportan a cerca de 4,500 marines; y que funcionan como pequeños portaaviones capaces de facilitar el aterrizaje y despegue vertical de aeronaves como el Harrier, además de permitir un eventual desembarco en zonas seleccionadas. La capacidad que poseen les permite trasladar entre 40 y 60 aviones y helicópteros que cumplen funciones de patrullaje marítimo, vigilancia de largo alcance y apoyo táctico, convirtiéndose en “observadores” de la panorámica que les brinda la zona en la que está anclada esta fuerza naval.

            En contraposición, la única defensa real que tiene Maduro, el dictador venezolano, es su retórica encendida, con su acento característico y acompañada de ademanes que nos recuerdan mucho a Manuel Antonio Noriega, el narco-dictador de Panamá; y a Saddam Hussein, el otro dictador, pero en Irak. Basado en esas disertaciones encendidas que dirige al pueblo venezolano, parece que tienden a darle más valor a él mismo que insuflar la valentía general de la población; y es cuando asegura que “no hay manera de que los Estados Unidos entren a Venezuela.” Seguidamente, pidió a los militantes del “chavismo” que se alisten en la milicia, a pesar de que el rechazo popular es ampliamente reconocido en el interior de ese país. Y retornó a su consabida retórica: “Luego de continuos anuncios, amenazas, guerra psicológica, de asedio contra la nación venezolana, hoy estamos más preparados para defender la paz, la soberanía y la integridad territorial. No han podido ni podrán. No hay forma de que entren a Venezuela.”

            No obstante, esa milicia tan afamada en las últimas semanas por los discursos “grandilocuentes” de Nicolás Maduro, están compuestas por ancianos sin preparación para el combate, en tiempos cuando el lanzamiento a muy larga distancia de misiles precisos y el uso de drones, es lo que caracteriza a la guerra actual. Además, esas personas, inconformes con el régimen encabezado por el dictador y sus secuaces, en el fondo, no están de acuerdo en brindar sus vidas para defender a un individuo que ha generalizado el hambre, la falta de dinero, de centros de trabajo y les ha quitado libertades esenciales. Muchos de esos “milicianos”, han visto partir de sus hogares a sus hijos y nueras, con sus hijos en brazos, a pie, caminando por gran trecho de América Latina, para llegar a los Estados Unidos y recobrar las vidas que el sistema “chavista” les ha arrebatado. Y lo que es peor… en el llamado “Tapón del Darién”, la selva panameña, muchos de esos venezolanos han muerto producto de enfermedades, los asaltantes de caminos o las fuertes corrientes de los ríos que por allí atraviesan. Con tal recuento de daños, es imposible que deseen, con mediano fervor siquiera, defender a un dictador analfabeto, imbécil y cuya única actividad es exportar la cocaína que lo ha hecho millonario, junto a sus dos secuaces, Cabello y Padrino.

            Ante este escenario, con la fuerza naval estadounidense anclada frente al litoral venezolano, no obstante, los analistas, duchos y perspicaces conocedores de la psicología de Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, no creen, en su mayoría, que vaya a ordenar un ataque contra Venezuela y mucho menos, derrocar a la dictadura. Tampoco irá en pos de Maduro, Cabello y Padrino, en específico y con acciones “quirúrgicas.” En este sentido –y muchos otros más-, Trump no es igual a George Bush, quien sacó a empellones a Noriega de Panamá; y tampoco es Obama, que mandó a aniquilar a Osama bin-Laden a Pakistán. A Trump, realmente, le hacen falta agallas, determinación, sabiduría, conocimiento político y militar y busca el Premio Nobel de la Paz con un afán fuera de toda lógica y que le sería entregado a finales de este 2025, según ese anhelo que le supera.

            Otro sector de los analistas de la realidad de los Estados Unidos, asegura que Trump sólo ha querido desviar la atención del caso Epstein, el delincuente sexual judío, en cuyas listas de amigos permanece el nombre del actual ocupante de la Casa Blanca. Y esta es la tesis más llevada y traída y la más creíble.

            En opinión de los militares que observan este acontecimiento desde la tranquilidad de sus oficinas, consideran que no habrá invasión del vasto territorio venezolano, muchísimo más extenso que el de Vietnam y todavía más agreste que el de Afganistán y que podría provocar una guerra larga y más complicada, por las selvas y ríos que posee este su territorio, que las libradas en las naciones arriba mencionadas. Más bien, creen que podría haber “operaciones quirúrgicas” para sacar al dictador Nicolás Maduro del poder. Bastaría con lanzar los misiles Tomahawk, que pueden atacar con un rango de error mínimo, a los laboratorios de drogas que todos sabemos existen en puntos determinados de la geografía venezolana. Mientras tanto, la fiscal general de los Estados Unidos, Pam Bondi, no deja de repetir que “Maduro enfrentará la justicia.”

            “El camino más probable –consideran otros-, es una coerción sin guerra; es decir, una presión militar limitada, para forzar concesiones políticas, combinada con negociación intermitente y ajustes de sanciones. Una escalada de fuerza abierta, es poco racional para Washington y arriesgada para Caracas, que podría perder rápidamente activos militares y cohesión. La variable crítica, sería un quiebre interno en la cúpula de seguridad.” Lo cual significaría que personas cercanas al dictador prefieran cobrar los US$50 millones que ofrece Trump “por el cuero” del dictador Maduro y le traicionen y entreguen, a pesar de que el riesgo sería altísimo, sino mortal, para esos “caza-recompensas.” Una posibilidad algo remota, pero que no debe descartarse en modo alguno.

Lo que nos dejan ver las perspectivas…

            Es del todo cierto que Donald Trump es un “coleccionista de errores”: con la imposición de sus aranceles a casi todos los socios comerciales de los Estados Unidos, a los demócratas afganos al quitarles el poder y entregarlo a los talibanes, con el genocidio en Gaza llevado a efecto por el criminal ejército de Israel y el amigo personal de Trump, el genocida supra-asesino Benjamín Netanyahu; con su amistad con otro criminal de guerra, el ruso Vladímir Putin y su ineficacia para alcanzar la paz en Ucrania; y con su intención de quitar el apoyo militar a Europa Occidental. Todo ello conforma un núcleo, “un bucle” de error tras error que nos hace observar que una operación logístico-militar en Venezuela no ocurrirá. No por prudencia de Trump –quien es el ser más imprudente que ostenta un cargo gubernamental en la actualidad-, sino porque está dentro de las probabilidades del error. No atacar, no sacar a Maduro del poder, sería otro gran error en Trump y es algo que todos sabemos que no ocurrirá. Y es muy posible que las generaciones futuras de venezolanos se dirijan a él como “el gran traidor” –igual que John F. Kennedy en Bahía Cochinos, Cuba-, que no dio la libertad a Venezuela cuando más se necesitaba.

            En palabras simples y directas: si ordenara a sus destructores marcharse de aguas del Caribe sin lograr su objetivo, será el acabose para Donald Trump. “Sería un desprestigio (mayor que aquellos que estamos viendo en estos momentos con su personalidad arrevesada y díscola), porque nadie le creería –cita el general consultado y siempre bajo anonimato-, la gente dirá que son sólo amenazas (…).” De hecho, existe ahora mismo en la Casa Blanca el escenario Trump Always Chicken Out (Trump siempre se acobarda), que contempla el regreso de los buques de guerra estadounidenses, dejando en su sitio a los dictadores venezolanos, en el mismo lugar donde los encontraron; es decir, en el centro del narco-gobierno. Y una vez de regreso, el aparato de propaganda “chavista”, dentro y fuera del país, cantará victoria, desmoralizará a la oposición, reforzará la cohesión de las élites y le dará mayor poder interno al régimen; y cualquier salida negociada ya no será opción…

            Tampoco es factible una fractura entre los altos oficiales del ejército venezolano, a pesar de que la disconformidad con el régimen de Maduro se “siente en el aire.” “Cuando se mueve un general, hay una persecución constante –añade el oficial consultado por el diario El Nacional-, porque a ellos los estudian. El régimen ve quién puede ser un traidor. A quienes tiene escoltas o choferes, les meten funcionarios de la Dgcim (Oficina secreta de seguridad). Por ahora no veo que haya una fractura dentro del cuerpo de generales. Entre los oficiales medios y bajos sí, y eso pudiera tener una incidencia. (Sin embargo, si hablan mal, murmuran o se quejan, los llevan inmediatamente a Boleíta (sede principal de la Dgcim, en Caracas), para averiguar por qué tienen ese comportamiento. Es más, si agarran a un oficial y le consiguen en el teléfono (celular) algo relacionado con la oposición o murmuraciones, lo llevan a la cárcel.” Puntualiza.

            En conclusión: la personalidad desquebrajada y esquizoide de Donald Trump deja ver que no ordenará ni la invasión a Venezuela ni el secuestro del dictador Mauro y sus secuaces; y sus barcos se regresarán a sus bases en los Estados Unidos después de haber “torpedeado” a algunas barcazas de las que dirán que llevaban droga y cuya verdad quedará siempre en entredicho sin posibilidad de ser comprobada, tal y como sucedió con la lancha rápida con once ocupantes, que un misil estadounidense “borró del mapa.”

            Así también, los aliados de Venezuela están solamente “en el papel” y en la retórica y son: la judía presidenta de México, Claudia Sheibaum, quien tiene la misma problemática de Venezuela y Colombia con los cárteles de la droga (¿O serán socios en la realidad?); y el mandatario colombiano, Gustavo Petro, ex terrorista urbano, simpatizante del régimen izquierdista y narcotraficante de Nicolás Maduro. Ambos, el colombiano y la mexicana, apoyarán siempre a Maduro, pero solamente con su palabrería y la negación de que existe el cártel de los soles.

            En cuanto a los aliados “extra-hemisféricos” de Venezuela, los rusos, iraníes y los chinos, son solamente “solidarios” en los planos tecnológicos, financieros y políticos y nunca en el militar. Así, no moverán un solo dedo si los Estados Unidos atacasen remotamente al Palacio de Miraflores con alguno de sus misiles. No moverán sus Fuerzas Armadas en contra de los Estados Unidos e, incluso, es muy probable que en la cita entre Trump y Putin en Alaska, se haya re-definido el futuro del narco-régimen de Venezuela, con la total anuencia del dictador ruso, quien prefiere concentrarse en su invasión a Ucrania, donde le ha costado más de un millón de muertos entre los soldados rusos y la pérdida de ingente material bélico, destruido por el ejército ucraniano.

            Tal es la situación. En perspectiva… Maduro continuará en el poder. Porque, en principio, su derrocamiento podría hacer que el Premio Nobel de la Paz se le escape a Trump, ahora que parece estar tan cerca de alcanzarlo; y porque el gringo, en verdad, lo que quiere es alejar el espectro del judío delincuente sexual, Jeffrey Epstein, que le persigue y no le deja tener paz, cuando se le cuestiona constantemente en sus encuentros con la prensa, aquella amistad que sostuvo con el pedófilo hebreo y compartían las niñas que ambos desfloraban y disfrutaban inmoralmente.

            Lo de Venezuela, sólo es una comedia más. Y de eso estamos más seguros que nunca.


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