Donald Trump “le Tuerce el Brazo” al Mandatario Colombiano Gustavo Petro, en Cuestiones de Deportados
WASHINGTON D.C. USA y BOGOTÁ, Colombia-(Especial para The City Newspaper) En un alarde de falso patriotismo o demagogia política, el presidente colombiano, Gustavo Petro, devolvió dos aviones militares estadounidenses que pretendían aterrizar en el aeropuerto internacional bogotano. El argumento esgrimido por Petro, a todas luces demagógico, se fundamentó en que “mis compatriotas han sido tratados de manera inhumana por las autoridades de migración de los Estados Unidos, (porque) vienen esposados en la cintura, pies y manos, dentro de los aviones del ejército estadounidense.” Palabras más, palabras menos, eso mencionó Petro, quien, paradójicamente, no hace muchos años atrás, estaba poniendo bombas de alto poder destructivo allí donde a él y sus guerrilleros urbanos se les ocurriera y con los estallidos, asesinaron a gran cantidad de colombianos y en esos aciagos momentos, no le importó el tema humanitario… pero ahora que el pueblo cometió el error de llevarlo a la presidencia, en esas situaciones políticas inexplicables que se dan en América latina, el maltrato a los connacionales por las autoridades migratorias norteamericanas, parece haberle “tocado a Petro su arteria humanista” que durante tantas décadas ha estado acallada, sino ausente.
De manera textual escribió en su cuenta de X: “Desautorizo la entrada de aviones norteamericanos con migrantes colombianos a nuestro territorio. EE.UU debe establecer un protocolo de tratamiento digno a los migrantes, antes de que los recibamos nosotros.” Y en el seno del Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia, alguien escribió al pie del comentario anterior de Petro: “Cuidado, Trump está más loco que Maduro.”
Sin embargo, no se dio cuenta Gustavo Petro que estaba jugando, literalmente, con esos pobres pasajeros recién deportados desde la Unión Americana y que, al devolver los aviones a su lugar de origen, iba a prolongar su encadenamiento en manos, cinturas y pies y evitar que se produjera el aterrizaje en el país natal. Una especie de “impasse” o de tortura psicológica para esas personas, quienes, además de la humillación al ser esposadas y engrilladas, sintieron la incertidumbre por no saber qué estaba pasando ciertamente. Aparte del hecho de que Petro es el menos indicado, por razones de moralidad, para hablar de maltrato inhumano, por las razones que hemos señalado al principio de este reportaje.
En todo caso, la tensión ya estaba en el aire entre los dos gobiernos y sólo quedaba romperla y retornar al estado normal de las cosas.
Los asesores aconsejan al presidente de Colombia
Gustavo Petro estaba decidido a enfrentarse con Washington, así, con todas las falencias que tienen los gobiernos suramericanos; pero funcionarios de la Cancillería le aconsejaron deponer esa actitud que, además de ridícula, era también inhumana con los deportados al hacerlos viajar de un lado hacia el otro, sin un destino seguro. “No tiene sentido seguir la escalada verbal contra el impredecible y errático inquilino de la Casa Blanca”, fue lo que le aconsejaron a Petro, quien también, indudablemente, además de demagogo que aboga por la humanidad y el buen trato de sus compatriotas, les estaba infringiendo mayores molestias al no permitirles aterrizar en ninguna parte. Y en lo que estriba a las cadenas o esposas que les pusieron en los Estados Unidos, no podía ser de otro modo, pues, si no hubiesen viajado esposados, muy probablemente se hubiesen lanzado contra sus vigilantes y las tripulaciones de los aviones y los hubieran atacado con la consiguiente problemática abordo. Se nota en el mensaje redactado por el mandatario colombiano, la ligereza con la cual prestó atención a este delicado asunto, sin prever lo que pudo ocurrir con los migrantes devueltos a Colombia, justamente por estar en situación irregular en los Estados Unidos.
En todo caso, el ministro de Exteriores colombiano, Luis Gilberto Murillo y sus asesores, se pusieron prestos a trabajar en este diferendo con el principal socio comercial o el principal mercado para los productos de esta nación suramericana. Horas antes, Petro preguntó cuáles fueron las reacciones de los presidentes de Brasil y México en una situación parecida a la suya y en el caso de Luiz Inácio Lula da Silva, permitió que aterrizara un avión con deportados brasileños, pero envió una nota de protesta después a la Casa Blanca, porque “los inmigrantes habían llegado con esposas en pies y manos, como si fueran terroristas.” Volvemos a la misma tesis que hemos escrito en las líneas de arriba: si hubiesen viajado con las manos y pies libres, habrían causado un accidente aéreo con toda seguridad, al atacar a los pilotos y sobrecargos. De hecho, al mantenerse ilegales durante tanto tiempo; es decir, al margen de las leyes estadounidenses vigentes, ese hecho les dio estatus delictivo sin duda alguna y fueron tratados como tales, de acuerdo también al procedimiento policial vigente.
Sin embargo, es oportuno destacar un dato importante: esas mismas situaciones no han comenzado con Donald Trump, pero el ruido, el bullicio que acostumbra este republicano es lo que lo ha diferenciado de su antecesor en el cargo, Joe Biden, quien siguió con las deportaciones que se han estado implementado desde los gobiernos consecutivos del también demócrata, Barak Obama. “Esta situación se prolonga desde la Administración Biden y todo está recogido en unos protocolos que firmó el mismo Petro. Ese trato digno que ha exigido Petro, ya está reflejado por escrito.” Le explicaron desde el Ministerio de Relaciones Exteriores con sede en Bogotá. Obviamente, Gustavo Petro no se acordaba de tales enunciados, de tales firmas, de tales deportaciones ni de tales situaciones con los inmigrantes; por ello, su enojo llegó hasta la Casa Blanca y generó la agria y violenta respuesta de Donald Trump en este sentido: de inmediato ordenó imponerle a los productos colombianos un arancel del 25 por ciento y revocarle los visados a todos los miembros del gobierno o del Gabinete de Gustavo Petro. En otras palabras, dejaba a Colombia, a sus productores/exportadores y a su pueblo, colgando con el abismo a sus pies, pues los Estados Unidos significan el punto de llegada de casi todo lo que se produce en Colombia y las ganancias económicas para la sociedad colombiana. Petro se había puesto la soga en su propio cuello y sólo hacía falta que Trump la ajustara y ejecutara su ahorcamiento financiero y político. De paso e indirectamente, el mensaje que envió Donald Trump al resto de gobiernos latinoamericanos, fue de contundencia, en el sentido de que está presto a echar mano a cualquier medida coercitiva a aquellos que se opongan a sus políticas anti-migratorias.
Fiel a su naturaleza terrorista que subyace en el alma de Gustavo Petro, creyó conveniente presentarle batalla a Trump y redactó una ingente cantidad de mensajes en X, en los que insinuó que el presidente de los Estados Unidos estaba urdiendo un golpe de Estado en su contra y se erigía como el único líder de las izquierdas latinoamericanas capaz de presentarle batalla al norteamericano. Otra vez el oportunismo y la demagogia de poco cuño, afloró en la superficie de Petro. Llamó a Trump fascista, citó a Salvador Allende, quien fue bajado del poder en Chile por la administración de Richard Nixon; mencionó a Simón Bolívar, al poeta Walt Whitman y Noam Chomsky, entre otros personajes, para fundamentar su “escaramuza” verbal contra Donald Trump. Añadió que “viajar a los Estados Unidos es un poco aburrido”, refiriéndose a la suspensión de los visados para él y sus ministros y el colmo fue cuando argumentó: “En una ocasión presencié en Washington una pelea entre negros y latinos con barricadas y me pareció una pendejada porque deberían unirse.” También agregó que “Colombia es el corazón del mundo y yo soy uno de los últimos Aurelianos Buendía (el personaje heroico de Cien años de Soledad, la novela del también comunista Gabriel García Márquez). Quizás el último.” Aseguró.
Era evidente que el mandatario de Colombia estaba anteponiendo su orgullo, su innata violencia que es reconocida en todo el país, a los intereses de los productores, industriales y exportadores colombianos. Mientras tanto, altos funcionarios de su gobierno guardaban la calma y el momento propicio para hacerle entrar en razón, porque una guerra comercial con los Estados Unidos tendría un impacto muy grande en la economía de esta nación de América del Sur. “Un lujo que, a año y medio del final de su mandato, el presidente no se podía dar”, explicó un dignatario de la Casa de Nariño, sede del gobierno de Colombia.
El problema, por lo tanto, radicaba en hacerle ver a Petro su equivocada manera de proceder frente a Donald Trump y que reconociera y así le hiciera ver al norteamericano, que todo se trataba de un malentendido que se debía resolver por la vía diplomática. Pero Gustavo Petro seguía empecinado en decir a sus más cercanos colaboradores cosas como estas: “La Casa Blanca ha provocado el caos y la muerte con sus conflictos armados en otros países.” O sino, su crítica ácida hacia lo que él llama “la guerra contra las drogas que inició Richard Nixon”; y en el caso de Donald Trump, “usa políticas fascistas que denigran al ser humano, sobre todo a los latinos:” Y le remató diciéndole. “Yo no estrecho mi mano con esclavistas blancos.” Es decir, Petro echó mano a toda la retórica cansina, desgastada, agresiva y repetitiva de las décadas de los 50, 60, 70 y 80, propia de los marxistas-leninistas alrededor de aquel mundo bipolar y que los comunistas de hoy tanto tienen en remembranza nostálgica.
En todo caso, sus asesores comenzaron a sentirse muy nerviosos y preocupados y alguno de ellos musitó, apenas perceptiblemente ante los oídos de sus compañeros: “Petro parece que acaba de pulsar el botón nuclear,” debido a lo grotesco de sus palabras y porque ningún otro líder de ningún otro país, se había dirigido nunca en ese tono contra Donald Trump. Mientras tanto, el amargo periplo seguido por los dos aviones militares estadounidenses, atestados de indocumentados colombianos, tocaban nuevamente los aeródromos en los Estados Unidos. El gobierno colombiano les había prohibido aterrizar en Bogotá y con ello, se desencadenaba la peor crisis entre las dos naciones en toda su historia. De inmediato, las órdenes, en represalia, de parte de la Casa Blanca, ya habían entrado en vigencia, porque a un funcionario del consulado de Colombia en Houston, se le prohibió viajar desde Sao Paulo, Brasil, debido a la revocatoria de su visa de ingreso a los Estados Unidos; y a otros dos empleados del Banco Mundial, con visa G4, un tipo de visado especial para diplomáticos, no les permitieron viajar a Washington. Naturalmente, la emoción que se desprendió de aquello, fue de pánico generalizado entre los embajadores, cónsules y funcionarios de las distintas legaciones; pero lo peor estaba por llegar del lado de Petro y fue cuando perdió por completo la dimensión de su realidad al compararse con el poderío de los Estados Unidos y ordenó elevar también al 25 por ciento los aranceles a los productos estadounidenses y pidió a todos los estadounidenses irregulares que supuestamente están ahora mismo en Colombia (unos 15,600), para que regularicen su situación con las autoridades migratorias. Con esto, Gustavo Petro creyó que sacaba “su espada” imaginaria y se enfrentaba “de tú a tú” con su odiado enemigo en la Casa Blanca. Es decir, perdió de vista la noción real y verdadera de que Colombia, en ningún aspecto, puede equipararse ni competir con los Estados Unidos.
Empero, al decodificar la peligrosa situación en la que se había metido (y causado) Petro, los que más nerviosos estaban eran los ministros y asesores del presidente colombiano; de tal modo, acordaron reunirse de urgencia con él, para clarificarle, hacerle ver el desajuste político y financiero que había causado con la Casa Blanca y se dejara de una vez y por todas de insultos y amenazas a Trump. Esa misma tarde de la reacción furibunda del mandatario estadounidense, se reunieron en la Casa de Nariño, Gustavo Petro con el Canciller Murillo, Laura Sarabia, número dos del Gabinete presidencial; y Jorge Rojas, hombre de mayor confianza del mandatario y embajador en la Capital de los Estados Unidos. Describieron, después de esta reunión, que el presidente de Colombia estaba visiblemente turbado, preocupado, meditativo… Parece que se estaba percatando apenas de la gran crisis que había causado y procedieron a explicarle con detalle cómo funciona el tema de las deportaciones en USA y cuál es el protocolo a seguir. Le convencieron de que no era necesario abrir una crisis diplomática con Washington y que bastaba solamente con pedir a Trump que se cumpliera con lo que ambos gobiernos habían firmado en el pasado reciente. Le hicieron ver asimismo, que aquel que le informó en un primer momento, no le había enseñado el panorama completo. Mientras tanto, afuera, la élite política y económica del país le reclamaba a Petro por haber creado la crisis, que, a todas luces, era innecesaria y puso en riesgo, en grave peligro, la estabilidad del país.
En otro sector de Colombia, los recalcitrantes y trasnochados comunistas de siempre, aplaudían a “su amigo” por haberse enfrentado con un mandatario racista, en el caso de Donald Trump, y abusador, quien habíale respondido agresivo a su petición de que tratara con humanidad a los deportados. Un corresponsal de un diario español, envió la siguiente descripción a su periódico: “La tormenta se desató afuera, pero no en el seno de la Administración Pero. En ese momento ya sabían que no tardarían más de un par de horas en arreglar la situación.” Fue cuando el canciller Murillo se contactó con Marco Rubio, el Secretario de Estado de Trump y con Mauricio Claver-Carone, un veterano halcón de la política exterior de USA, nombrado ahora enviado especial para América Latina; así también hicieron llamadas a algunos congresistas y personas cercanas a Trump, para que mediaran en favor de Colombia y se retornara al camino sensato de las cosas. A las 9 de la noche de ese mismo día y tras una larga y tensa espera en Bogotá, sonó el teléfono y se puso al habla el Ministro de Exteriores colombiano. Al otro lado de la línea hablaba Marco Rubio y dijo que el presidente Trump daba por zanjado el asunto y no pondría sanciones; pero el gobierno de Colombia debería hacer un comunicado dejando claro que había aceptado todas las exigencias de Trump para llegar al acuerdo logrado. Por su lado, la Casa Blanca emitió su propio comunicado en el cual aseguró: “Colombia ha aceptado todos los términos del presidente Trump, incluida la aceptación sin restricciones de todos los extranjeros ilegales de Colombia que regresen de los Estados Unidos, incluso en aeronaves militares estadounidenses, sin limitaciones ni demoras.” Todos en Nariño respiraron con satisfacción. La tensa calma se había alejado y dieron ganas de destapar algunas botellas de champagne, sin embargo… no se atrevieron a celebrarlo. Quizás porque a Gustavo Petro, el eterno comunista, Donald Trump le había doblado el brazo como los Estados Unidos siempre lo hicieron con los soviéticos, los cubanos marxistas y ahora los venezolanos con la narco-dictadura que practican. En Bogotá, no había motivo para sentirse exultantes, aunque sí tranquilos…
Criminales hallados en USA hacia Base en Guantánamo
Y mientras Google Maps llamaba casi de inmediato a la toma de posesión presidencial de Trump, al Golfo de México… Golfo de América e irritaba al chauvinismo consabido de los mexicanos, las miradas se trasladaban de Colombia a la isla de Cuba, en el Caribe. Un nuevo foco de tensión estaba por abrirse y el presidente de los Estados Unidos estaba también protagonizándolo. Por supuesto, la dictadura cubana, encabezada por Miguel Díaz-Canel, que no es otra cosa que una marioneta de Raúl Castro, el verdadero dictador entre telones, sintió repentinamente un síndrome que la sacaba de su modorra, ya que la intención de Trump es la de habilitar un centro de detención en la Base Naval que los Estados Unidos administran en la Bahía de Guantánamo, para enviar allí a “los peores inmigrantes ilegales, criminales, que son una amenaza para el pueblo estadounidense. Algunos son tan peligrosos, que ni siquiera confiamos en sus países de origen para que se los queden, porque no queremos que regresen. Así que los enviaremos a Guantánamo.” Dijo Donald Trump desde la Oficina Oval, en la Casa Blanca.
Haciendo un poco de historia contemporánea, recordemos que allí han estado detenidos haitianos y cubanos que han sido interceptados en alta mar en barcazas y cuya intención era llegar a las costas de los Estados Unidos; también fueron a parar a esa Base militar, los islamistas que el ejército norteamericano capturó durante su invasión a Afganistán y que pertenecían al grupo al Qaeda, de Osama bin-Laden, especialmente después de la voladura con dos aviones Boing de pasajeros, del World Trade Center o Torres Gemelas, en Nueva York, aquel 11 de septiembre del 2001.
El plan ideado supuestamente por Trump o alguno de sus asesores, estriba en enviar a Cuba un máximo de 30,000 migrantes; aunque muchos analistas de la situación actual, creen que ello no va a resolver el problema, menos si se piensan en los 10 millones de migrantes ilegales que hoy en día yacen en los Estados Unidos; y piensan que lo que realmente pretende el mandatario norteamericano es enviar un mensaje a todas aquellas personas que quieren viajar a la Unión Americana y para eso se les dice subliminalmente: “Si vienes, corres el riesgo de que te enviemos en condición de prisionero a Guantánamo.” Se trata más bien, de una amenaza velada…
Algunas organizaciones de derechos humanos indican que los detenidos y enviados a la Base Naval, podrían caer en una especie de limbo legal y así lo razonan: “En el pasado, se ha argumentado que en Guantánamo, como no está ubicado en Estados Unidos, no serían aplicables todos los derechos y garantías estadounidenses. Esa fue una de las fuentes de violaciones de derechos de personas detenidas en Guantánamo, en otros contextos. En este momento hay más preguntas que respuestas sobre qué es lo que pretende y cuáles serían, supuestamente, las bases legales para este tipo de acción completamente fuera de lo normal.” Así según la experta en esta materia, Stephanie Brewer. Y para Ariel Dulitzky, existen dudas en relación con la presunción de inocencia y el debido proceso, porque, en su criterio, “no hay abogados en la Base Naval de Guantánamo y las restricciones para entrar en una Base Naval son mucho más grandes que en otros lugares de detención. Entonces, el acceso a la defensa jurídica va a ser mucho más difícil. Todo esto hace también más difícil el acceso de la prensa y el control de cómo son las condiciones de detención. Esta es una Base Naval controlada por las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, no por los agentes civiles. No está claro quién va a tener el control de la detención de los inmigrantes que sean enviados allí, de modo que podrían quedar bajo control militar, pese a que son civiles. Eso nunca debería suceder, de acuerdo con el derecho internacional y los derechos humanos.” Asegura.
En otra “cara de la figura” de las deportaciones, las dictaduras infrahumanas de Nicaragua, Cuba y Venezuela, plantean otra problemática para Donald Trump y sus funcionarios, porque son sistemas herméticamente cerrados a toda exigencia, iniciativa y presión de parte de las naciones occidentales, principalmente de los Estados Unidos. En otras palabras y en específico con este tema de las deportaciones, no están abiertos a recibir a los ilegales nacidos dentro de sus fronteras y prontamente expulsados del territorio norteamericano. No obstante, hay quienes dicen que el mandatario Trump está barajando otras opciones. ¿Cuáles serán?
Los analistas internacionales indican que Trump dispone a su haber de medidas de presión, como la Sección 243 (d), de la Ley de Inmigración y Nacionalidad (INA), que permite al Ejecutivo suspender todas las visas a los nacionales de esos países recalcitrantes y declarados enemigos de los Estados Unidos; y se les podrían sumar otras medidas que ya fueron implementadas contra Colombia, fundamentadas en las amenazas de subir los aranceles a sus productos o recortes de ayudas económicas, presión política y otras. Pero en los casos de Nicaragua, Venezuela y Cuba, todo eso lo experimentan de parte de la Casa Blanca casi todos los días y no dependen en demasía de lo que haga o dejen de hacer los estadounidenses y que los toquen a ellos, sus némesis, directamente. Para esos mismos analistas, como en el caso de Ariel Ruiz, del Instituto de Política Migratoria (MPI; por sus siglas en inglés): “Todos los países deberían aceptar el retorno de sus connacionales, pero la estrategia del presidente Trump de imponer sanciones o aranceles para que otros gobiernos acepten deportaciones, no funcionará de la misma manera que sucedió con Colombia. Los gobiernos de Nicaragua, Cuba y Venezuela, no dependen tanto del comercio y los tratados con los Estados Unidos, como dependen Colombia y México. Incluso, aumentar las sanciones, podría ser contraproducente, pues podría agudizar las condiciones económicas que ya son muy difíciles para los pueblos de estos países y, por ende, hacer que más de ellos decidan emigrar.”
Empero, Trump ha pensado, según ha dejado ver ligeramente, que México podría ser el tercer destino de esos indocumentados; pero la presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, ha mencionado que no permitirá que ese escenario se concrete; aunque en la Casa Blanca siguen con la idea fija de enviarle a los 42,084 cubanos, 45,995 nicaragüenses y 22,749 venezolanos, atrapados por la policía migratoria de los Estados Unidos y que tienen órdenes de deportación pendientes por cumplir. Posiblemente algunos incentivos o “premios” de parte de la administración estadounidense al gobierno de México, para que reciban a esas personas, podría ser el acicate para que los mexicanos los acepten con cierto agrado. Pero todavía no está claro qué tipo de incentivo podría satisfacer a México y su gobierno.
Si hacemos un breve repaso de lo que ha acontecido en materia de deportaciones, los aviones militares han aterrizado ya en Guatemala, México, Brasil y Colombia, llevando en sus interiores a decenas de emigrados que carecían de documentación que los acreditara legales en USA; pero, aritméticamente, las cifras no cierran a favor de los Estados Unidos, ya que Donald Trump estará en el poder solamente cuatro años (si no piensa en un golpe de Estado), y ese tiempo no le alcanzará para deportar a más de 10 millones de indocumentados, mucho menos si tiene que lidiar con los tribunales internos en algunos Estados de la Unión, organizaciones religiosas y de derechos humanos, que ya han comenzado a presentarle obstáculos y batallas.
Y para escribir un intento de conclusión, reproducimos las palabras de Facundo Robles, coordinador del Programa para Latinoamérica del Wilson Center, quien dijo: “Estas estrategias pueden disuadir a corto plazo a algunos migrantes, pero no abordan las causas fundamentales de la migración, como la persecución política, la falta de oportunidades económicas, el cambio climático o la inseguridad alimentaria. Una respuesta integral debe incluir tanto medidas de seguridad fronteriza, como programas que fomenten la estabilidad y el desarrollo en los países de origen.” Ese es el quid del asunto. El punto medular de la problemática, porque, para nombrar unos pocos ejemplos, un haitiano no emigrará cuando haya en su país riqueza, fuentes de empleo y seguridad ciudadana; un guatemalteco y un hondureño no emigrarán, cuando hayan fuentes de trabajo, buenos salarios y seguridad en sus países de origen; un cubano, un venezolano y un nicaragüense no emigrarán, cuando las respectivas narco-dictaduras que avasallan a sus pueblos, desaparezcan; y los Estados Unidos representan todo lo que en sus sueños más caros han visto y desean; aunque la verdad señala que a Donald Trump sólo le interesa expulsar ilegales, sin pensar que los sitios adonde los enviará no les ofrecerán ni lo mínimo para vivir sus vidas dignamente.