Un Vistazo Introspectivo a la Mega-Cárcel Construida por la Administración de Nayib Bukele en El Salvador
SAN SALVADOR- (Especial para The City Newspaper) Ha sido algo así como “la manzana de la discordia” que ha puesto a pelear, a discutir y debatir a los acérrimos defensores de los derechos humanos -quienes no son otros que aquellos que defienden a los gamberros, a los delincuentes de “las maras” y nunca acudieron en defensa de las víctimas inocentes en la sociedad civil-, y quienes tomaron la impostergable decisión de construir este mega-edificio, para encerrar adentro de sus muros a esos mismos “mareros” para darle paz y seguridad a los salvadoreños en general.
Extrañas son las actitudes del ser humano en ocasiones, porque cuando deberían actuar en consecuencia por las situaciones que se han venido presentando en perjuicio de la sociedad, por el contrario, se han venido en contra de los ejecutores policiales y de la justicia clara y centrada emitida por los jueces. Eso precisamente ha sucedido en El Salvador, donde cada vez son más quienes atacan al presidente del país, Nayib Buhele, por su determinación de levantar la mega-estructura carcelaria, en lugar de aplaudir su valentía y denodada lucha contra el hampa asesina que mataba en las calles de las ciudades salvadoreñas, a diario, y a toda hora que quisiera.
Algunos le llaman “el Alcatraz de Bukele”
En su interior y en sus muros, siempre hay una claridad otorgada por las potentes lámparas que están encendidas durante toda la noche, de todas las noches. Esa misma luminosidad está presente en las celdas donde yacen los peores asesinos juveniles que dio El Salvador a su realidad. “Es imposible escapar. Estos psicópatas van a pasar la vida entera entre estas rejas”, dijo un alto funcionario de justicia del actual gobierno salvadoreño, en una descripción escueta pero cierta de lo que es esta mega-cárcel, la más grande del continente americano, contando a las erigidas en los Estados Unidos.
Esa luz artificial significa que aquí nunca se hace de noche, porque irradia en las celdas y en el patio interior las 24 horas del día, mientras los reclusos que tienen en sus consciencias los más horrendos crímenes y extorsiones conocidas en este país centroamericano, el más chico territorialmente de todos, tienen que dormir sobre una plancha metálica que conforma a los camastros de hierro, que llegan hasta los techos de los cubículos donde están encerrados. Además, las cámaras que transmiten su realidad por circuito cerrado, los observan durante esas 24 horas, ininterrumpidamente.
Cuando es la hora de ingerir los alimentos, esos mismos que les quitaron las comidas a miles de salvadoreños que tuvieron que renunciar a sus trabajos, y otros se hicieron a las carreteras para caminar hasta la frontera con los Estados Unidos, huyendo del flagelo de “las maras”, ahora tienen que comer con sus propias manos el escaso arroz y los frijoles que les dan aquí en esta cárcel, pues no les facilitan cubiertos ni de cartón siquiera, para que no los conviertan en armas mortales. Tampoco esa dieta es para consentirlos en modo alguno: “se come lo que hay, lo que el comandante del penal ha decidido y justamente no son manjares”, como los defensores de los derechos humanos quisieran para estos criminales.
Tienen que bañarse a diario y lavarse los dientes en pilas de piedra y hacen sus necesidades en retretes colocados de dos en dos, en el fondo de cada celda y a la vista de los guardianes. Aun así, se les permite salir un máximo de 30 minutos al día a un enorme pasillo interno, pero siempre con sus permanentes grilletes en pies y manos, que los mantienen encorvados, según las fotografías que el mismo gobierno de Bukele ha difundido a la prensa nacional e internacional. ¡Nada de contemplaciones, de condescendencia con estos supra-asesinos que llenaron las calles salvadoreñas de sangre inocente, que raptaron a hijas, nietas, esposas; secuestraron a quienes ellos quisieron y sembraron el peor terror jamás visto en esta población!
Van vestidos apenas con algo parecido a un calzón blanco y con el torso descubierto, totalmente rapados en sus cabezas y con sus miradas puestas en el suelo. Mientras tanto, y sin que ellos lo sepan con certeza, varios policías con sus cabezas dentro de una capucha, y armados con fusiles de asalto, los vigilan atentamente, sin perderles movimiento alguno. Están prestos a disparar si el momento y estos asesinos así lo demandaren. Esos centinelas los observan desde los techos y desde la misma rampa del patio por donde caminan los delincuentes.
No todo es “inhumano” como recitan cansinamente sus defensores, más allá de las fronteras de El Salvador, porque se les permite hacer ejercicios corporales. La gran mayoría de ellos gozan de excelente salud, están pesados y obesos, debido a las leyes criminales que ellos mismos montaron en el país y al dinero que les arrebataban a los salvadoreños trabajadores que ellos encimaban, maltrataban y asesinaban.
Pero la mayor parte del tiempo, “los mareros” presos en esta mega-cárcel mandada a construir por el presidente Bukele, permanecen en sus celdas sin poder leer otra cosa distinta a las Biblias que el gobierno les facilita, pero no pueden ver periódicos, ni telediarios ni “alcahueterías” de ese tipo, como se acostumbra en otras penitenciarías de América Latina. Allí solo tienen oportunidad de sumirse en sus propios pensamientos y recuerdos y, si lo desean, hacer recuentos de las fechorías que cometieron cuando El Salvador les pertenecía y les rendía pleitesía. A pesar de esas Biblias, no reciben ninguna clase de asistencia espiritual, no sea que algún sacerdote de estos, presumiendo de su humanismo, les facilite algún cuchillo o un medio para someter a algún guardia y causar el caos en el penal.
Lo cierto es que, si quisieran escapar, tendrían que vencer a cuatro muros de 60 centímetros de espesor y tres metros de alto, que tienen en lo más alto a una alambrada de espino (púas), en forma de “alambre de navaja.” El peor creado hasta el momento por el hombre, para estas circunstancias precisamente. Y una vez que les observaran correr en su intento de escape, las ráfagas de la fusilería les matarían sin contemplaciones. Es justamente lo que merecen, de acuerdo al inmenso daño que hicieron a la población de este país. Un periodista español que tuvo la oportunidad de entrar a esta mega-cárcel, lo describió de esta manera, no sin un toque de lirismo o poesía: “El suelo de grava haría música con sus pasos. Nunca más conocerán el amor en libertad, ni probablemente el sexo. No tienen derecho a llamadas ni visitas. Se han deslizado hacia un agujero negro, un lugar eterno, frío y desangelado.” Probablemente, cada noche antes de cerrar sus ojos para intentar dormir y al amanecer, al primer llamado del alba, maldicen a Bukele, el presidente que les presentó batalla, los capturó y los ha hecho pagar por sus desmanes y gollerías.
Su verdadero nombre es Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot)
El director del presidio, a quien le está prohibido decir su nombre por razones obvias de seguridad, se trata de un hombre fornido, con anteojos y con el acento propio de los salvadoreños, y explica a la prensa que ha sido invitada para conocer el “claustro”: “Es imposible escapar. Estos psicópatas van a pasar la vida entera entre estas rejas.” Se le nota un dejo de orgullo, de bien cimentada arrogancia, pues es el primer director del Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), la cárcel más segura, grande y polémica de todo el continente americano. Algún día se hablará de esta penitenciaría como se ha hablado, filmado en películas y escrito en revistas y libros, de lugares de confinamiento humano, realmente célebres, como Alcatraz, en la famosa “roca”, en la Bahía de San Francisco, California, donde purgó su pena carcelaria Al Capone, para citar a su prisionero más prominente. El Cecot salvadoreño tiene todas las garantías y condiciones para convertirse en una celebridad entre las cárceles del mundo.
Mientras tanto, los humanistas, esos mismos que volvieron sus rostros al lado contrario, cuando El Salvador entero estaba entre las garras de “las maras” no hace mucho tiempo atrás, siguen luchando porque a estos criminales se les trate como si fueran “belladonas” o “angelitos caídos del firmamento etéreo.” Pero a Nayib Bukele, “el padre de esta idea”, le brillan los ojos cuando se refiere a este lugar. Él es el hombre que, en apenas 20 meses, fulminó a las pandillas principales que aterrorizaban a su país: “la mara salvatrucha” y “la barrio 18”.
Recordemos que el mandatario primero implantó en todo El Salvador el régimen de excepción –furiosamente criticado por sus adversarios ubicados en las ONGs de tinte humanista-; luego sacó al ejército a las calles y después suspendió las libertades constitucionales ante el estupor de esos mismos adversarios que no podían creer y mucho menos digerir lo que estaban presenciando. Posteriormente vinieron las detenciones de más de 70,000 delincuentes que engrosaban las filas de “las maras”; los soldados y los policías entraron a sus barriadas donde era peligrosísimo penetrar; y finalmente ordenó la construcción del mega-proyecto que dejó sin aliento a sus enemigos atrincherados en la oposición y en esas ONGs mencionadas.
Y para causar todavía más desasosiego e indignación, se postuló nuevamente a la presidencia de El Salvador, cuando la Constitución no se lo permitía; pero sus diputados, de mayoría congresista, cambiaron esos artículos que lo vedaban y Bukele consiguió ganar los últimos comicios a nivel nacional, con el 85 por ciento de los sufragios emitidos por el pueblo, a su favor. Iba a estar en el gobierno otros largos cinco años, mientras las voces en el exterior gritaban que había cometido fraude en todos los sentidos posibles y era el nuevo dictador del país. “La oposición ha acabado convertida en cenizas”, escribió un periodista internacional, presente en las votaciones. Ciertamente, los dos grandes movimientos representantes de las izquierdas y las derechas, el Frente Farabundo Martí para la Liberación nacional (FSLN), la ex guerrilla convertida en partido político; y la Alianza Revolucionaria Nacionalista (ARENA), donde se aglutinaba la oligarquía salvadoreña y los militares, pasaron a ser prácticamente un oscuro pasado del que nadie quiere acordarse. Bukele acabó con esas dos organizaciones que permitieron y toleraron irresponsablemente a “las maras”, sus asesinatos y demás delitos.
Es cuando la prensa europea así lo ha descrito de maneta textual: “Los salvadoreños, aliviados tras décadas de violencia, le han dado el poder absoluto. Él se ha valido de esta notoriedad para perpetrar una deriva autoritaria con la que controla al Poder Judicial y a las Fuerzas Armadas, que se multiplicarán por cinco en breve. Así, esta pequeña nación ha pasado de registrar la mayor tasa de homicidios del mundo, a una de las más bajas de la región. Bukele ha prometido alcanzar los ratios de Canadá. La impenetrabilidad y la fastuosidad de esta cárcel hermética, casan con la personalidad de un presidente con tendencia a la megalomanía (delirio exacerbado por el poder).”
Para finalizar el presente reportaje, retornamos al Cecot, la mega-cárcel salvadoreña. Para ingresar a este complejo penitenciario, el más grande del continente entero, hay que pasar primero por cuatro puestos policiales que están en amplias habitaciones de hormigón. Los funcionarios tienen sus rostros cubiertos con pasamontañas y proceden a registrar por todo el cuerpo al visitante. Nada se deja al azar. Preguntan a la persona si tiene tatuajes y los arcos de seguridad poseen rayos X, con los que pueden ver las vísceras de las personas que han llegado al lugar.
Adentro hay ocho módulos con equis cantidad de prisioneros de “las maras”, pero los administradores no dan la cantidad de esos prisioneros, pero cada módulo puede albergar perfectamente a 40,000 delincuentes. Una de las personas que aquí trabajan, dice: “Tras las rejas se encuentran los presos más peligrosos del país. Sicarios con decenas de asesinatos a sus espaldas que cumplen condenas de 700 años.” Les afeitan las cabezas cada cinco días, donde se les pueden ver los tatuajes que les identifican como miembros de las pandillas. Aun así, las ONGs aseguran que muchos de ellos son inocentes, que no deberían estar en esa mega-cárcel; pero en sus cabezas sin pelo se puede leer “mara salvatrucha” o “la barrio 18.”, para disipar cualquier duda existente o argumento que pretenda sacarlos a la libertad.
Observan a los visitantes con miradas profundas, como queriendo adivinar lo que cada periodista piensa de ellos, pero aquellas miradas de desafío que les hicieron famosos y terroríficos, ya no existen: se han acostumbrado a la idea de que allí ya no son nadie. Otro comunicador europeo ha dicho: “Afuera eran temibles, producían terror; ahora solo tienen semblante triste.” Pero todos tienen las manos manchadas de sangre y ese dato hará que no salgan de allí en lo que les resta de vida… una vida que en realidad, hoy y ahora, es muerte.