Donald Trump, el Pésimo Anfitrión:
Ataca al Presidente de Suráfrica en su Visita a la Casa Blanca

WASHINGTON D.C. USA-(Especial para The City Newspaper) Siempre se ha sabido que –y así lo exigen las reglas elementales de la cortesía-, cuando alguien visita nuestro hogar, hay que tratarlo apropiadamente; es decir, con respeto, amabilidad, educación y hacer que se sienta a gusto en nuestro salón principal o en nuestra mesa del comedor. Lo distinto, lo rayano, lo salvaje e incivilizado, sería tratarlo de manera opuesta, tal y como lo hace el salvajísimo Donald Trump, a vista y paciencia de parte de su equipo de trogloditas que lo acompañan en ese momento y de las cámaras de los periodistas que transmiten aquel salvajismo al resto del planeta. Lo hizo con el mandatario de Ucrania, Volodímir Zelenski, y lo acaba de repetir con el presidente de Suráfrica, Cyril Ramaphosa.

Fue un acto tan deleznable y grotesco, que algunos corresponsales de prensa acreditados ante la Casa Blanca, sede del gobierno estadounidense, calificaron el hecho de “emboscada” de parte de Donald Trump a su distinguido visitante, quien, en un inicio se notaba tranquilo, cómodo, sereno y complacido de estar en el seno del poder mundial, como es la residencia del presidente de los Estados Unidos; pero, a medida que pasaban los minutos, Trump fue alzando el tono de su voz, tomando documentos y fotografías y su alocución tomó el aspecto de un gamberro cuando grita a sus conocidos, allí donde a él le importe menos o nada. Fue cuando ambos líderes, el africano y el estadounidense, mostraron rostros acremente disgustados –más todavía Trump, quien lucía enrojecido en su faz-, y se sentaban al borde de sus sillas en aquel aciago y vergonzante momento.

¿Por qué Trump no lo hace igual con Netanyahu?

            Cuando había transcurrido un poco espacio de tiempo, apenas cuando Trump se estaba habituando nuevamente al ambiente de la Casa Blanca, lo visitó el peor asesino, el peor genocida del Siglo XXI, el israelí o judío Benjamín Netanyahu, a quien llenó de plácemes, cortesías, delicadezas y hasta le hablaba quedamente al oído como se le habla a una persona de gran confianza o a un amigo “con altura.” Incluso, salió de la sede del Estado norteamericano, portando más millones de dólares, más armamento para su ejército criminal y la promesa de que los Estados Unidos siempre van a defender a Israel en todo caso y circunstancia, sin debatirse siquiera la altísima criminalidad, el exterminio de la etnia gazatí que lleva adelante Netanyahu en la Franja de Gaza y Cisjordania. No hubo gritos de parte de Trump, no le dijo al asesino judío cosas como esta: “Estás segando las vidas de miles de personas palestinas que son inocentes, de madres en estado de embarazo, de niños, ancianos; estás destruyendo clínicas, hospitales, orfanatos y no dejas entrar la comida, ni agua potable, ni las medicinas en Gaza, donde se prevé ocurra una hambruna en los próximos días. Eres un criminal. Tus colonos arrebatan tierras a los gazatíes, van armados con rifles de asalto y disparan a las piernas de los dueños de esas tierras dejándolos lisiados o inválidos para el resto de sus vidas, además de las viviendas que les arrebatan y roban. Vete de aquí y no vuelvas…” Pero nada de esas verdades simples, pero claras y realistas, le dijo al judío Netanyahu, quien regresó a Israel más complacido que en aquellos tiempos cuando Joe Biden –o quien dirigiera a la Casa Blanca por razones de enfermedad del presidente-, le entregaba al mismo israelí millones de dólares, apostaba sus portaaviones en el Mediterráneo o en el Mar Rojo, para cubrirle las espaldas al ejército israelí y así continuara su política de intimidación y salvajismo criminal contra las naciones vecinas.

            Esa política de doble moral, de doble rasero, es lo que indigna a la humanidad entera que sigue con disgusto, día a día, los desmanes y los actos frenéticos de esquizofrenia que deja ver Trump; es decir, “te perdono tu liquidación, tu exterminio del pueblo palestino,” le dice a Netanyahu, “no pienso siquiera en lo que haces” o aquella expresión en la que obvió los bombardeos judíos contra la población gazatí indefensa y desarmada cuando Trump le contestó a un reportero: “Netanyahu sabe lo que tiene que hacer…” y ataca de manera inmisericorde y vulgar a un mandatario como Ramaphosa, quizás azuzado entre bambalinas por el mismo Netanyahu, quien reclama al surafricano que haya acusado a Israel y a él en persona, ante la Corte Internacional de Justicia (CPI), por sus crímenes de lesa humanidad, su depuración racial y su apartheid contra todo aquel que no sea israelita. Es posible que Trump haya atacado al presidente de Suráfrica siguiendo indicaciones de Netanyahu. Muy posible… y creíble.

Pero a Zelenski, el ucraniano, y a Ramaphosa, los llenó de oprobios, insultos y vergüenza, delante de quienes tuvimos la oportunidad de observarlo en la sala donde se reciben las visitas en esta residencia. En el caso del surafricano, Trump, dejando de lado las habituales normas de cortesía, le acusó de estar promoviendo y llevando a efecto una supuesta “limpieza étnica” contra granjeros de raza blanca que también son surafricanos. En un principio, la visita tenía un carácter económico: el viaje de Ramaphosa hasta los Estados Unidos era para dialogar sobre comercio bilateral y cooperación tecnológica; pero, poco a poco, Trump dejó de lado la agenda que debió dialogarse, para hacer patente el deterioro de las relaciones entre los dos gobiernos que, en los últimos meses, ha ido creciendo.

Los reporteros y demás presentes en el salón donde se reciben a las visitas de alto nivel a la Casa Blanca, fueron perdiendo la compostura cuando observaron y escucharon al siempre vulgar Trump ofendiendo a Cyril Ramaphosa: “(Tú eres) –le espetó Trump-, un hombre verdaderamente respetado en muchos círculos, (pero) en algunos otros se te considera un poco controvertido.” Así comenzó el norteamericano con el juego de palabras, preparando al visitante para el ataque mayor. Fue cuando siguió con las acusaciones de que confisca tierras a los granjeros blancos, de dictar políticas discriminatorias contra los descendientes de europeos y aplicar una política exterior antiestadounidense. Meses antes, exactamente en febrero pasado, Donald Trump había cancelado toda la financiación a Suráfrica, cuando emitió una orden ejecutiva en la cual acusaba al gobierno representado por Ramaphosa, de perseguir a los blancos y apoyar a enemigos de los Estados Unidos en el mundo, tales como Irán y el grupo palestino Hamás. En este último punto puede notarse la sombra de Netanyahu detrás de este feo incidente en la Casa Blanca.

Es menester en este trazo de este reportaje, recordar las falencias y yerros que persisten y viven en la personalidad de Trump: es racista, es supremacista blanco, es discriminatorio contra los más débiles, especialmente contra los pobres y las mujeres, a quienes ha violado de hecho en instantes de su pasado engorroso y vergonzante (así ha quedado plasmado en los tribunales de justicia estadounidenses); es tolerante con los genocidas, en el caso de Netanyahu y su exterminio de ciudadanos palestinos; ha tenido y tiene amigos tan sucios moralmente como lo es él, en los casos del judío Jeffrey Epstein, quien se suicidó en su celda en Nueva York y quien compartió con Trump las jovencitas que desfloró en una de sus tantas casas ubicadas en lugares remotos del Mar Caribe; y con el tirano de Hungría, Viktor Orban, la antítesis de todo lo bueno que hay en Europa; y, por supuesto, manifiesta una lealtad a toda prueba a su yerno (casado con Ivanka Trump), Yared Kushner, quien desea expulsar a todos los gazatíes de sus tierras ancestrales, para levantar allí un resort con el que ganarían, él y su suegro, millones de millones de dólares, gracias a los casinos y hoteles que edificarían en ese lugar. Lo cual quiere decir que Donald Trump es quien menos tiene moral para acusar a nadie alrededor de la Tierra, pues no debió nunca llegar nuevamente a la Casa Blanca, como se lo permitieron los votantes estadounidenses, sino estar preso en estos momentos por todos sus excesos, actos ilegales y, principalmente, por defraudar reiteradamente al fisco de los Estados Unidos con sus empresas engorrosas y al margen de la legalidad, plenas de estafas y jugarretas reñidas con “el buen hacer.”

Todo un escenario de grosería y vulgaridad

            La vociferación de Trump no sólo fue eso… levantar su fea voz de niño mimado, con sus características estridencias, una voz que no es para nada la de un hombre; sino que, no conforme con ello, ordenó bajar las luces de la sala oval de la Casa Blanca y en una gran pantalla apareció la imagen del opositor surafricano, Julius Malema, cantando una canción polémica que lleva en sí la frase “shoot the Boer” (“disparen al boer”) y que se refiere a la comunidad blanca de origen holandés que vive en Suráfrica. Lógica y naturalmente Ramaphosa comenzó a sentirse muy incómodo, sentía que ya no era el invitado de lujo que al principio de su visita le hicieron creer…

            Fue cuando Trump comenzó a hablar y decirle al visitante: “Es un espectáculo terrible, nunca había visto algo así. Están matando a esta gente. Es un genocidio, un genocidio.” Repitió, obviando lo que llevan a cabo los israelíes en Gaza. El surafricano intentó defenderse, sentado en el borde de su silla, con las manos a la altura de las rodillas, entrelazadas y sudorosas, atinó a decir: “la criminalidad en Suráfrica afecta tanto a blancos como a negros. El opositor a mi gobierno, Malema y su partido (Economic Freedom Fighters), no forman parte del gobierno y sus declaraciones (en contra de los blancos), no representan la política oficial.” Pero Trump arremetió con otra andanada de palabras contra su invitado: “¿Sabe usted dónde fue grabado el video que acabamos de proyectar?” Y Ramaphosa respondió: “No. Me gustaría saberlo, porque nunca lo había visto.” Y el estadounidense contestó en medio de una de sus típicas muecas faciales: “Es en Suráfrica.” En acto seguido, mostró varios artículos de prensa en los que se escribió sobre asesinatos de personas de la comunidad blanca surafricana e insistió al decir que “se exponen a una muerte horrible. La gente está huyendo de Suráfrica por su propia seguridad, sus tierras están siendo confiscadas y en muchos casos están siendo asesinadas. Cuando toman la tierra, matan al granjero blanco.” ¿De dónde obtuvo Trump esa información? No lo sabemos con certeza, pero es posible que la CIA o el Pentágono, ambas Instituciones en manos actualmente de supremacistas blancos, iguales al presidente de EE.UU, le hayan proporcionado las fotografías y textos con los que humilló al mandatario surafricano. Sin embargo, Ramaphosa reconoció que se han producido asesinatos de agricultores bancos, pero alegó que los datos en poder de la policía, demuestran que se trata de una pequeña facción dentro de la gran tasa de criminalidad que acosa al país. “Las autoridades sudafricanas han declarado –insistió el mandatario africano-, que muchas de las víctimas en estos casos eran trabajadores agrícolas (no propietarios), actuales o antiguos, principalmente negros.”

La verdad es que el escenario contra el distinguido visitante surafricano, Cyril Ramaphosa, fue preparado meticulosamente por los asistentes de Trump, con el propósito de crear y recrear una atmósfera contundentemente negativa y destructiva moralmente contra el presidente de tez negra. El video, por ejemplo, fue cuidadosamente preparado con antelación, listo para retransmitirlo cuando el invitado estuviera cómodo en la sala oval. Por su parte, la actitud de Trump fue deleznable y detestable: lucía violento, grosero en grado sumo, acusador, instigador, humillante y sacó a relucir lo que él piensa de los líderes de países que considera inferiores al suyo, a los Estados Unidos, aparte de su racismo implícito, porque sus palabras dejaban traslucir un fuerte contexto racista, tal y como es su verdadero sentir contra la etnia negra mundial. Por supuesto, la delegación surafricana estaba en verdadero “shock”, pues nunca se esperó tal bestialidad de parte de un pésimo y vulgar anfitrión; pero ahora saben que se puede esperar todo lo malo de parte de este intrincado e intrínseco ignorante (de todo lo que yace sobre o debajo de la Tierra) que es Donald Trump. Y con fundamento en la mala experiencia sufrida por Ramaphosa, ahora todo líder que visite a la Casa Blanca, tendrá que ir preparado para soportar una andanada de violencia e insultos de esa clase de delincuente congénito que hoy habita en esa residencia y de su séquito de supremacistas doblegados y plenos de servilismo hacia él.

¿Pero cuál es la verdad sobre lo que acontece en Suráfrica? Debemos recordar que quienes implantaron y practicaron la política del apartheid en esta nación genéticamente negra, fueron los blancos, los mismos –o descendientes de aquellos-, que ahora se están quejando de las supuestas mismas prácticas de parte de los negros. Esos blancos se hacen llamar afrikáners y son descendientes de colonos neerlandeses, franceses hugonotes, ingleses y alemanes, quienes emigraron a esa parte del continente negro a partir de 1652, creyendo que esa gran masa continental les pertenecía sólo “porque sí.” Y comenzaron sus desmanes y sus crímenes raciales. Durante siglos dominaron la política y la producción agrícola, especialmente bajo el apartheid que duró de 1948 a 1994, donde conformaban el grupo blanco mayoritario y puntal ideológico del régimen instalado en la ciudad de Pretoria. En la actualidad, representan poco más del 5 por ciento de la población surafricana y son unos 2,7 millones de personas, quienes hablan el afrikáans, la lengua que crearon sus abuelos y padres.

En su acusación de asesinatos de gente blanca en Suráfrica, Donald Trump tomó como base una ley reciente emitida en aquella nación, que permite la expropiación de las tierras improductivas, abandonadas o adquiridas de manera fraudulenta durante el régimen blanco del segregacionismo. Una equivocación –como tantas otras-, de parte de Trump, como puede observarse con claridad, porque lo que arrebataron los blancos durante la segregación racial, debe volver a manos del Estado surafricano o, en su defecto, a sus antiguos dueños o familiares descendientes. El pensamiento torcido de Trump ha sido insuflado por sus amigos surafricanos, ambos multimillonarios, Elon Musk y Peter Thiel, los dos afrikáners, quienes creen en una amenaza directa a los derechos de propiedad de los blancos. Estos dos sujetos pertenecen a la llamada (peyorativamente) “mafia de PayPal”, un influyente grupo de Silicon Valley que mantiene lazos con Suráfrica.

La posición del gobierno surafricano, de acuerdo a partes policiales, niega que exista una persecución racial contra los blancos y esos mismos informes desvinculan la violencia rural de un supuesto genocidio blanco. Esos mismos datos oficiales, del 2024, registran 44 homicidios en zonas agrícolas, de los cuales sólo 8 fueron de granjeros. Y para poner punto final a esta horrenda polémica desatada por Trump, el Instituto Surafricano de Relaciones Raciales (SAIRR), totalmente ajeno al gobierno, concluyó que “los ataques afectan tanto a trabajadores blancos como negros y suelen estar motivados por robos o conflictos laborales.” Así ha dejado leer en uno de sus últimos análisis de la situación que el mandatario de USA ha desproporcionado, exagerado y difundido erráticamente, según su natural costumbre desde que emergió en la política estadounidense y de allí al acontecer internacional.

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