¿Qué ha Sucedido con los Casos Lava Jato y Odebrecht en Brasil?
BRASILIA-(Especial para The City Newspaper) El capítulo más sórdido en cuanto a corrupción se refiere, de toda la historia de esta nación, apenas se menciona en el presente; pero en su día ensució dignidades personales y llevó a prisión a otros tantos individuos, quienes trataron de lucrar con millones de dólares y de la manera más abyecta posible.
Antes de entrar de lleno en el tema, se hace necesario recordar los antecedentes de estos casos que ameritaron la mayor investigación de corrupción en la vida que tiene Brasil como nación. Y lo más impresionante se fundamentó en que tuvo ramificaciones en toda América Latina, llevó a la destitución de presidentes y posteriormente a la cárcel e, incluso, uno de ellos cometió suicidio, como sucedió con el peruano Allan García, quien sacó su revólver del cajón de su escritorio cuando la policía tocaba a su puerta para detenerlo y llevarlo a las oficinas de la delegación. García, obviamente, había lucrado con dinero mal habido, de igual manera como lo hicieron otros colegas suyos en sus respectivos gobiernos, desde México hasta Argentina.
Han transcurrido 10 largos años…
El tiempo transcurre de manera inexorable y en ocasiones produce el efecto deseado y en otras, lo contrario, como ha sido en la realidad brasileña en relación con Lava Jato, que en el portugués común de la calle significa “lava-carros”, porque todo dio inicio en una gasolinera donde funcionaba también un “lavacar,” de ahí el nombre que adquirió fama en el mundo entero.
Al transcurrir 10 años desde que estalló este escándalo, hoy parece irrelevante y con muchas penas carcelarias anuladas, incluyendo la del mismísimo presidente actual del Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, quien fue exonerado de toda culpa por un juez amigo y hasta llegó nuevamente a la presidencia del país, con la anuencia, la benevolencia y especialmente con el olvido de los votantes. Pero así es el subcontinente latinoamericano, donde todo es permisivo y pleno de impunidad. Algo así como el cáncer que devora por dentro a un cuerpo en el que ha elegido “vivir para hacer morir.”
El problema de corrupción se remonta al 17 de marzo del 2014, cuando fue detenido un “blanqueador de dinero” que operaba en la mencionada gasolinera. Pero era solamente el inicio de lo que se convertiría en algo así como un tsunami desde el punto de vista delincuencial, que fue arrollando a decenas de individuos en uno y otro lugar. La empresa Petrobras (Petróleos de Brasil), se convirtió en el foco del enorme inconveniente. Repetimos, el más grande en la historia de esta nación suramericana. Fue tan descomunal el asunto, que el Partido de los Trabajadores (de extrema izquierda), fue expulsado del poder que ostentaba y le correspondió al Congreso efectuar dicha expulsión en el 2016. Fue entonces cuando el partido de derechas creció y se fortaleció ante la debilidad de su oponente tradicional y el actual presidente de la República, Luiz Inácio Lula da Silva, como reseñamos en las primeras líneas de este reportaje, fue detenido y encarcelado; pero un juez amigo, de esos que abundan en la presunta justicia de las naciones latinoamericanas, le dio la libertad después de 580 días de cárcel.
En resumen, el caso Lava Jato en Brasil, su país de origen, suma 174 condenas, más de 200 acuerdos para que los investigados confesaran su culpabilidad y las arcas públicas del Estado, recuperaron 4,300 millones de reales (moneda brasileña que equivale a €790 millones). La mayoría de ese dinero retornó a la contabilidad de Petrobras. ¿Pero de qué manera se presenta hoy el mismo caso? Muchas cosas han cambiado… y muchas de esas cosas han beneficiado a los culpables confesos, comenzando por Lula da Silva, a quien los brasileños, con esa displicencia, inmadurez y tolerancia con la corrupción, le dieron sus votos para convertirlo nuevamente en mandatario de Brasil. Un hecho sin parangón ni moral en los anales de la política mundial, rara veces visto.
La realidad de los culpables y culpados ha dado un giro de 180 grados en los últimos años, porque parte de los procesos judiciales han sido anulados (nótese el altísimo grado de corrupción e impunidad que priva en Brasil), y los encausados, los evidentísimos culpables, ahora andan en libertad por la vida, como si nada hubiesen hecho en el pasado en contra de la moral y el orden público.
Uno de los cambios más evidentes se dio en la existencia del ex juez Sérgio Moro, quien fue el que envió a Lula da Silva a prisión y demostró que el hoy presidente era tan corrupto como el que más. Y decimos que su vida cambió, porque el también ex presidente de derechas, Jair Bolsonaro, lo convirtió en ministro de Justicia y en el 2021, el Tribunal Supremo anuló la sentencia que Moro había dictado contra Lula y decretó que había sido parcial al enviar a Lula a prisión. Cuando Bolsonaro perdió las anteriores elecciones presidenciales, Sérgio Moro solo atinó a “blindarse” y ponerse a salvo de la venganza de Lula da Silva, y lo hizo convirtiéndose en senador; pero ahora se enfrenta a un proceso judicial por supuestas irregularidades acontecidas en la anterior campaña electoral y podría perder su escaño senatorial. Una vez que esté nuevamente “en la llanura”, como dicen algunos políticos latinoamericanos; es decir, cuando Moro sea otra vez un ciudadano común y corriente, Lula podría caerle encima con todo el aparato judicial y vengarse al enviarlo, esta vez a él, a prisión, tal y como Moro hizo con el actual presidente del país.
Atrás, por lo tanto, ha quedado su promesa de que iba a acabar con la corrupción en Brasil y también con la impunidad de los poderosos; y quien fue héroe en aquel momento, Sérgio Moro, ahora ha pasado al bando de los futuros encarcelados; pero lo más triste se fundamenta en que Moro fue aclamado por las multitudes de votantes, quienes le querían subir a la mismísima presidencia de la República; y esas mismas masas ahora le vituperan porque el aparato de propaganda de Lula da Silva ha divulgado que no fue imparcial cuando dictó la sentencia, que se comunicó con los fiscales del caso para convencerlos y hacer causa común para encerrar a Lula, en un supuesto y claro acto de imparcialidad. Esta situación personal y profesional creó mayor problema cuando él alcanzó el escaño en el Senado y, en el 2022, su esposa logró otro como diputada. Esa clase de nepotismo es muy mal visto por los ciudadanos, a todas luces.
Atrás quedó también aquel famoso “duelo” dialéctico en la sala del juzgado, entre el veterano Lula y el juez joven, recién llegado de las provincias.
Otros actores
El principal es nada menos que el actual gobernante del Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quien hoy en día tiene 78 años de edad y rige los destinos del país más grande de América Latina. Cuando finalizó su primer mandato en el 2009, los márgenes de popularidad que le favorecían, eran del 86 por ciento; pero fue condenado por corrupción dentro de la trama del caso Lava Jato. Estuvo 580 días detrás de los barrotes, en una celda de una comisaría en Curitiba, asegurando que era inocente y era víctima de un complot en su contra de parte de las élites, los medios de prensa y del gobierno de los Estados Unidos, “siempre interesado en adueñarse de Petrobras”, según sus propias palabras. Fue excarcelado en el 2019, junto a miles de presos más, y el Supremo anuló la principal condena contra él y limpió su expediente judicial, lo cual le permitió postularse de nuevo en las elecciones nacionales. Y las ganó, pero con el mínimo porcentaje. Cosas que solo suceden en América Latina, reiteramos.
Otro personaje que cobró notoriedad, fue Deltan Dallgnol, quien trabajó muy unido al juez Moro, debido a que fungió como fiscal del caso Lava Jato. Su tesis consistió en acusar a Lula de ser “la perpetuación criminal en el poder” o “el mayor beneficiado” de los actos corruptos. Dallgnol llegó a ser diputado en el 2022, pero no pudo reelegirse y no retuvo, por lo tanto, su escaño senatorial.
Una explicación más amplia del funcionamiento de la red de corrupción conocida con el nombre Lava Jato, nos remite a los hechos siguientes: la policía descubrió un enorme sistema de sobornos, comisiones y financiación ilegal de partidos, que gravitaban alrededor de Petrobras. El Partido de los Trabajadores (PT), al que pertenece Lula, se convirtió en el centro de esas dádivas o regalías corruptas.
Los directivos de Petrobras cobraban “mordidas” de grandes constructoras, a cambio de contratos artificialmente “hinchados” (inflados), con la compañía; ese dinero iba después a los partidos que, a su vez, nombraban a los directivos de la petrolera. El caso se extendió a otras naciones como el Perú, México y Colombia, entre otras. Pero, de repente y sorpresivamente, la realidad de Brasil dio un brusco giro y todo comenzó a ser esperanzador cuando los jueces y la policía decidieron “limpiar” de corruptos al país. Fue cuando decenas de políticos y empresarios, que anteriormente eran intocables, fueron aprehendidos, juzgados y encarcelados. Todos comenzaron a admirar la determinación de las autoridades brasileñas que le habían declarado la guerra a la corrupción. El PT, de paso, fue considerado un refugio o nido de ladrones. Casi de inmediato y de una manera acelerada, el Congreso destituyó a la presidenta vigente del país, Dilma Rousseff, en el 2016, y Lula, como hemos dicho, fue encarcelado, sin que pudiera participar en las elecciones del 2018, en las que tenía puesta su mirada. Fue cuando Bolsonaro se convirtió en mandatario brasileño.
En lo que atañe a Odebrecht, la constructora corrupta que corrompió a decenas de gobernantes a lo largo y ancho de América Latina, tenía un departamento secreto que se dedicaba al pago y a gestión de sobornos. Era su única actividad dentro de esta empresa. Fue investigada por los Estados Unidos por el caso Lava Jato y llegó a un acuerdo judicial en Nueva York, en el 2017, donde se declaró culpable de todos los cargos que se le imputaban. En acto seguido, se le multó con US$2,600 millones. Su último presidente y nieto del fundador, pasó dos años y medio en la cárcel y se le excarceló, pero tuvo que llevar tobillera electrónica en una de sus piernas y nunca más apareció en la vida pública de Brasil. Hoy, Odebrecht ha cambiado su nombre y se llama Novonor, después de haber pagado coimas a varios ex presidentes, a cambio de resultar beneficiada con la construcción de puentes, carreteras y demás obras en todo el subcontinente latinoamericano. Es decir, “mojaba” las manos de los ex presidentes con fuertes sumas de sobornos, a cambio de las concesiones de obra pública que aquellos les daban a los brasileños.
Finalmente, aparece la ex mandataria Dima Rousseff, hoy con 76 años de edad. Fue destituida del gobierno durante su segundo mandato, por medio de un veto del Congreso que la sacó del poder. Cuando la recesión golpeó al país, Roussef, con tal de simpatizarle a la burocracia gubernamental, les aumentó los salarios a los funcionarios públicos, causando el enojo del pueblo y cuando Lula retornó al gobierno, su mentor y amigo, la nombró en Shangái, China, en la dirección del Banco de los BRICS (un grupo compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica).
Ha pasado una década desde que se destapó el entramado de Lava Jato; si la vemos bien, ha habido más impunidad, perdón y olvido, que justicia, en este país donde las gentes prefieren pensar en su próximo plato de comida, que en reclamarle a sus políticos corruptos, pues la miseria abunda entre su pueblo y esa es su triste realidad.